LA VIDA DIVINA Y LA ESPOSA
Después de ser creado, a Adán le faltaban dos cosas. En primer lugar, le faltaba la vida divina interiormente, y en segundo lugar, le hacía falta una esposa, una pareja, que le complementara externamente. Adán fue creado con una forma completa, pero él mismo aún no estaba completo. Para estar completo, él necesitaba recibir a Dios y tener una esposa. Por lo tanto, en Génesis 2 Dios nos reveló que el hombre fue creado de manera completa como un vaso. Sin embargo, aún necesitaba llegar a estar completo con la vida divina y con un complemento, es decir, con una ayuda idónea, una esposa. Adán necesitaba recibir a Dios interiormente como vida para ser lleno de Dios. Luego, con el tiempo, él obtendría una novia (vs. 18-23).
Después que hemos recibido a Dios en Cristo como nuestra vida y después que hayamos conocido a fondo, experimentado y disfrutado a Dios como vida y lo hayamos hecho nuestro como tal, el resultado de ello finalmente será la novia de Cristo. El último asunto que se menciona en todas las Escrituras es una novia (Ap. 21:2, 9; 22:17). La ciudad santa, la Nueva Jerusalén, es la novia del Cordero, la esposa, el complemento, de Cristo. Juan el Bautista nos dijo que Cristo es tanto el Cordero (Jn. 1:29) como el Novio que se casará con la novia (3:29). Hoy en día Cristo es predicado principalmente como el Cordero redentor, pero no se presta atención a Cristo el Novio. La meta de la obra redentora de Cristo es obtener una novia.
El último asunto mencionado en Génesis 2 es una novia, un complemento. Necesitamos recibir a Cristo, experimentarlo y ser llenos de Él. Entonces, el resultado final de esta experiencia es que seremos edificados juntamente como una novia corporativa que le corresponda a Cristo. Cuanto más disfrutemos y experimentemos a Cristo y cuanto más Cristo es hecho real para nosotros, más seremos edificados juntamente como una novia corporativa para Cristo.
Nuestra naturaleza era terrenal; pero después que recibimos a Cristo como vida, le tenemos a Él como un tesoro precioso y excelente en nosotros. En 2 Corintios 4:6-7 vemos que cuando Dios resplandece en nuestros corazones, Cristo como tesoro entra en nosotros los vasos de barro. Este tesoro es tan precioso como el oro. En las Escrituras el oro tipifica la naturaleza divina de Dios. Ahora tenemos algo de oro en nosotros como nuestra naturaleza. Esto ocurrió en el momento de nuestra regeneración. Por medio de la regeneración, nosotros recibimos a Dios como nuestra naturaleza.
Debemos prestar atención al cuadro presentado en Génesis 2 a fin de recibir una revelación del pensamiento central de Dios. Un hombre fue creado del polvo, del barro, y luego fue puesto delante del árbol de la vida. Junto al árbol de la vida fluía un río, y en el fluir del río había oro. Hoy en día si recibimos a Cristo como nuestra vida, estará el fluir del agua viva dentro de nosotros, y en este fluir estará la naturaleza del oro. En el fluir del río también había bedelio (una perla), algo que es resplandeciente, y ónice, una piedra preciosa. Esto significa que después de nuestra regeneración, vendrá la transformación, la conformación e incluso la glorificación, todo lo cual tiene que ver con un cambio metabólico que ocurre en nuestro espíritu, alma y cuerpo. Nosotros fuimos hechos de barro, pero seremos transformados en oro, perlas y piedras preciosas. Después de ser regenerados, tenemos el oro de la naturaleza divina. Luego el Señor continúa transformándonos de la forma humana a la forma divina, es decir, del barro a algo que es tan precioso como el oro, la perla y el ónice.
Podemos darnos cuenta de que algunos santos son tan preciosos como una piedra preciosa, y tan resplandecientes como una perla. Por otra parte, también podemos percibir que otros hermanos y hermanas son opacos e incluso están en tinieblas, pues no percibimos en ellos nada precioso ni de peso. Son como un trozo de papel muy delgado, no como una piedra pesada. Con respecto a ellos, todo es superficial. Esto se debe a que no han experimentado mucha transformación por medio de la vida divina que está en su interior.
Después de la regeneración, tenemos que ser transformados de la forma natural a la forma gloriosa, que es la forma de la vida divina. Necesitamos ser transformados en la imagen de Cristo de gloria en gloria (2 Co. 3:18). Cuando seamos transformados de modo que nuestra propia naturaleza sea de oro, de perla y de ónice, seremos el material precioso útil para la edificación de la iglesia, el Cuerpo, la novia de Cristo. Así que, en primer lugar, tenemos que recibir a Cristo; en segundo lugar, tenemos que ser transformados por Cristo, mediante Cristo y con Cristo; y tercero, tenemos que ser edificados juntamente para ser el Cuerpo, una novia corporativa que le corresponde a Cristo. Éste es el pensamiento central de Dios. Éste es el pensamiento central que ocupa la mente de Dios.
Muchos dicen que han recibido una visión de la Biblia o una revelación de las Escrituras, pero yo quisiera preguntarles a ellos: “¿Qué clase de revelación han recibido?”. Un día un hermano vino a verme lleno de entusiasmo, y me dijo: “Hermano Lee, vi una gran luz durante mi estudio de la Biblia esta mañana. Yo soy una persona muy acelerada; pienso las cosas rápidamente y hablo y actúo precipitadamente. La rapidez es algo que me caracteriza. Así que, hoy el Señor me reveló que tengo que actuar con más lentitud”. Esto no está mal, pero ése no es el pensamiento central de Dios. Usted tal vez diga que haya recibido un poco de luz acerca de cierta verdad o de ciertos dones, pero es preciso que veamos qué es lo que Dios desea. El pensamiento central de la mente divina es que nosotros, como vasos vivos que somos, destinados a contener a Dios, tenemos que recibir a Dios en Cristo y por medio del Espíritu en nuestro ser como vida y suministro de vida; que tenemos que ser transformados en oro, perlas y piedras preciosas; y que tenemos que ser conjuntamente edificados como un Cuerpo viviente, una novia corporativa que tiene la misma naturaleza, forma, aspecto y esencia de Cristo y que, como tal, seamos la pareja viviente de Cristo que le complementa. Esta luz es lo que debe regularnos y dirigirnos. Dicha luz hará que renunciemos a tantas otras cosas que son menos importantes y valiosas y de menor peso espiritual.
El apóstol Pablo nos dijo que debemos edificar la iglesia con oro, plata y piedras preciosas. La plata representa lo mismo que la perla. En Génesis 2 se mencionan el oro, la perla y las piedras preciosas (vs. 11-12). En 1 Corintios 3 se mencionan el oro, la plata y las piedras preciosas (v. 12). Luego en Apocalipsis 21, en el último asunto de las Escrituras, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, tenemos el oro, las perlas y las piedras preciosas. La ciudad misma y la calle de la ciudad son de oro (vs. 18b, 21b). Todas las entradas, las doce puertas, son perlas (v. 21a), y las piedras con las cuales se edifica el muro son piedras preciosas (vs. 18-20). Por lo tanto, en las Escrituras de principio a fin vemos tres clases de materiales. Estos materiales llegan a existir mediante el fluir de la corriente de la vida divina.
Después que seamos edificados juntamente con otros en el fluir de la vida divina, llegaremos a ser parte del complemento de Cristo. Seremos miembros vivientes de Cristo y como tales ejerceremos nuestra función. Entonces Cristo estará satisfecho con nosotros, y nosotros estaremos satisfechos con Cristo. Esto es lo que el Señor desea hoy.
(
Pensamiento central de Dios, El, capítulo 3, por Witness Lee)