LA META FINAL DE LA SALVACIÓN QUE DIOS
LLEVA A CABO EN EL HOMBRE
ES QUE ÉSTE EXPRESE A DIOS MISMO EN SU VIVIR
El propósito final de la salvación que Dios lleva a cabo en nosotros es que tengamos a Dios mismo como nuestra meta, no la bondad. Su deseo no es que nos apartemos del mal y seamos buenos; en lugar de ello, Su deseo es que nos apartemos tanto del bien como del mal, y expresemos a Dios mismo en nuestro vivir. Él no desea que nosotros simplemente rechacemos un corazón de odio y expresemos un corazón de amor; más bien, desea que nosotros rechacemos tanto el corazón de odio como el corazón de amor, y expresemos a Dios mismo en nuestro vivir. Cuando vivamos a Dios, espontáneamente tendremos un corazón de amor. No todo corazón de amor es Dios mismo; pero cuando vivimos a Dios, el amor definitivamente es expresado, porque Dios es amor. El oro es amarillo, pero no todo lo que es amarillo es oro. De la misma manera, Dios es amor, pero no toda clase de amor es Dios. Las personas del mundo expresan amor, pero su amor no es Dios. El amor que los cristianos expresan desde su espíritu es Dios. Si Dios deseara que nosotros simplemente fuéramos librados del mal y fuéramos buenos, no tendríamos que rechazarnos a nosotros mismos, ni tendríamos que morir a nosotros mismos. Sin embargo, el deseo de Dios es que nosotros no sólo seamos librados del mal de Satanás, sino también de nuestra propia bondad. Por lo tanto, debemos rechazarnos a nosotros mismos. No sólo debemos rechazar la vida maligna de Satanás, sino también nuestra vida buena, a fin de vivir en la vida divina de Dios.
Los cristianos no deben vivir por su buena vida, así como tampoco deben vivir por la vida maligna de Satanás. Los cristianos deben vivir solamente por la vida divina de Dios. Por esta razón, Dios exige que nos rechacemos y neguemos a nosotros mismos (Mt. 16:24-25), así como rechazamos y repudiamos a Satanás. Debemos aprender a negarnos a nosotros mismos de la misma manera en que negamos a Satanás. Además, debemos aprender a rechazar nuestra vida que hace el bien de la misma manera que rechazamos la vida de Satanás que practica el mal. Debemos rechazar nuestros buenos pensamientos así como nuestros malos pensamientos. Ambos deben ser rechazados porque Dios no desea que nosotros vivamos por nuestros buenos pensamientos, como tampoco quiere que vivamos por nuestros malos pensamientos. En lugar de ello, Él desea que nosotros vivamos por Su vida divina. Si una persona que no ha sido salva intenta negarse a sí misma y rechazar a Satanás, no tendrá nada por lo cual vivir y, por ende, no podrá vivir. Sin embargo, si un creyente rechaza a Satanás y se niega a sí mismo, Dios aún tendrá una base en él y se expresará desde su interior.
Rechazar a Satanás y negarnos a nuestro yo es experimentar la cruz. Hacer morir nuestro yo a fin de dejar que Dios tenga la oportunidad de vivir por medio de nosotros es la resurrección. La muerte y la resurrección son las experiencias básicas de un cristiano. La muerte de cruz está relacionada con perder la vida del hombre. Cuando perdemos nuestra vida humana, automáticamente perdemos la vida maligna de Satanás en la cual hemos participado. Una vez que morimos, somos librados de nuestra propia vida así como también de la vida de Satanás. Somos librados de ambas vidas. En ese momento la vida de Dios en nosotros tendrá la oportunidad de manifestarse por medio de nosotros; esto es la resurrección. La vida que se pierde es nuestra vida humana junto con la vida satánica. La vida que es resucitada es la vida de Dios, esto es, la vida de Dios expresada en nuestro vivir.
Odiar a los hermanos es la manifestación de la vida de Satanás, pero nuestra intención de amarlos es una manifestación de nuestra propia vida. Así como debemos rechazar nuestro odio por los hermanos, también debemos rechazar nuestra intención de amarlos. Algunos dirán que esto es muy peligroso; pues, si rechazamos tanto nuestro odio como nuestro amor, ¿quedará aún algo? De hecho, es sólo entonces que la vida de Dios tendrá la oportunidad de expresarse en nuestro vivir. Cuando rechazamos la vida de Satanás y sus pensamientos de odio, y cuando también rechazamos nuestra propia vida y sus pensamientos que se originan en nuestro propio amor, prácticamente experimentaremos la muerte de cruz, es decir, estaremos en el lugar de la muerte para permitir que la vida de Dios se exprese en nuestro vivir. Cuando rechazamos la vida de Satanás y también nuestra propia vida, estamos en el lugar de la muerte, donde nos damos muerte por el Espíritu Santo. No queremos el mal ni tampoco el bien; antes bien, hemos llegado al lugar de la muerte. Una persona muerta no odia ni ama, ni tampoco peca ni hace el bien. Es en ese momento que Dios puede expresarse en nuestro vivir.
Los cristianos debemos llegar al punto en que hayamos sido aniquilados, en que no podamos cometer pecados ni hacer el bien. En ese momento vendrá la resurrección. La muerte trae la resurrección. Donde está la muerte, allí está la resurrección. La muerte tiene que ver con la pérdida de la vida del hombre, pero la resurrección tiene que ver con expresar la vida de Dios. Cuando llegamos al lugar de la muerte, Dios emerge en resurrección. Cuando nosotros nos vamos, Dios viene, y cuando llegamos a nuestro fin, Dios es germinado. Cuando no sabemos amar ni odiar, ni tampoco sabemos hacer el bien ni el mal, Dios es expresado en nuestro vivir y la vida de Dios brotará de nuestro interior. Cuando la vida de Dios brota de nosotros, brotarán en gran medida el amor, la bondad, la humildad y la mansedumbre. Lo que brotará será una fuente de agua viva. Esto no es algo que nosotros logramos valiéndonos de nuestro esfuerzo, sino que es Dios mismo que se expresa en nuestro vivir.
El ser interior de un creyente es muy complejo. Para llevar una vida del nivel requerido, los cristianos deben rechazar dos vidas que pertenecen a dos niveles. Debemos rechazar la vida de Satanás, y también debemos rechazar la vida humana. Debemos rechazar lo malo y también lo bueno. Los incrédulos sólo necesitan rechazar lo primero. Al rechazar la vida del diablo y al vivir por su propia vida, ellos pueden ser personas decentes y apropiadas. Pero los cristianos no sólo deben rechazar la vida satánica, sino también su propia vida. No sólo debemos rechazar lo malo, sino también lo bueno; debemos rechazar lo bueno y lo malo. Debemos tener estos dos niveles de rechazo para que la vida de Dios, la vida que está en el tercer nivel, pueda expresarse en nuestro vivir. La meta de un cristiano no es ser un buen hombre, sino un Dios-hombre. La bondad no es la meta de los cristianos; Dios es su meta. Las personas del mundo escogen la bondad como su meta, pero los cristianos deben tomar a Dios y a Cristo como su meta.
Aprender la comunión de vida no consiste en llevar una vida de bondad, sino en vivir la vida de Dios, la vida de Cristo. Cuando tocamos la comunión de vida, no estamos en la esfera del mal ni tampoco en la esfera del bien; estamos en Cristo. Debemos ver que lo bueno y lo malo se mencionan juntos y están en el mismo árbol. Tanto el bien como el mal están en contraste con la vida. Cuando aprendemos a tener comunión en vida, no rechazamos el mal y seguimos el bien; más bien, rechazamos el bien y el mal para seguir la vida interior y vivir la vida divina que está en nosotros.
Cuando las personas son salvas, les es fácil tener el concepto de rechazar el mal y seguir el bien. Por naturaleza piensan en rechazar el mal y expresar lo bueno. Sin embargo, debemos recordar que cada vez que prestamos atención a lo bueno, no estamos en Dios, sino en nosotros mismos; cada vez que prestamos atención a lo bueno, caemos en nosotros mismos. Cuando prestamos atención al amor, a las virtudes o a la bondad, caemos en nosotros mismos. Una vez que caemos en nosotros mismos, la comunión de vida cesa. A fin de aprender a tener comunión y a negarnos a nosotros mismos, debemos negarnos no sólo con respecto a las cosas malas, sino también con respecto a las cosas buenas. Es únicamente al hacer esto que podremos de manera práctica estar en la muerte, experimentar la muerte, para que Dios pueda venir y ser expresado en nuestro vivir. Es en ese momento que podremos tocar a Dios en nuestra comunión. Entonces lo que expresaremos en nuestro vivir será un vivir en comunión, un vivir que es una mezcla de Dios y nosotros. En el fluir de la vida de Dios, tenemos una vida de comunión que no se basa en el mal de Satanás ni tampoco en el bien del hombre, sino en que la vida de Dios sea expresada en nuestro vivir; ésta es la comunión de vida.
Que Dios abra nuestros ojos para que verdaderamente podamos conocer que Su vida en nosotros es el tesoro que hemos recibido. Es preciso que aprendamos a conocer la vida de Dios y vivamos en esta vida. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos captar Su camino y conocer el camino de vida. Debemos reflexionar en todos estos asuntos punto por punto y permanecer serenos en un espíritu de oración, de modo que podamos conocer el camino apropiado, el camino de la vida.
(
Pláticas adicionales sobre el conocimiento de la vida, capítulo 13, por Witness Lee)