DISCERNIR LOS VIENTOS DE ENSEÑANZA
Algunas personas pueden ser muy talentosas en la predicación de la palabra; pero, hablando con propiedad, su talento no está relacionado con la predicación de la palabra misma, sino que es una especie de habilidad. Ya que tenemos lo central, necesitamos tener un don. Sin embargo, me temo que si tenemos un don o talento sin el centro, probablemente llegaremos a ser una fábrica que produce vientos de enseñanza y un experto que crea vientos de enseñanza. Algunas personas pueden ser muy elocuentes, de modo que su predicación siempre conmueve a las personas. No obstante, de entre los que escuchan su predicación, son muy pocos los que se levantan para seguir a Cristo; simplemente se sienten satisfechos con ir al cielo después de ser salvos. Muchas veces es difícil encontrar siquiera a uno de ellos que viva en Cristo. Quiera el Señor tener misericordia de los que predican la palabra, porque ciertamente son expertos en crear vientos de enseñanza.
Otros, en cambio, no son muy elocuentes en su predicación, pero cuando las personas escuchan su predicación, desean al Señor y quieren permitirle que viva en ellas. Esta clase de predicación es una predicación asida a la verdad. Cuando tenemos comunión con ellos, aunque su hablar quizás no sea tan claro, hace que vivamos en el Señor y procuremos obtener Su vida. Eso es lo que tenemos que valorar. Aunque algunos sean tardos en el habla y torpes de lengua, con todo, debemos inclinar nuestra cabeza y darle gracias al Señor por preparar a tales hermanos en la iglesia para que nos impartan la verdad, la realidad.
Por supuesto, es mejor si tenemos tanto la verdad como el don. Las expresiones que usa Pablo en Efesios 4:11-16 son muy buenas; él era una persona muy elocuente. Sin embargo, su elocuencia no es un viento de enseñanza que desvía a las personas, pues al final de su hablar, él nos exhorta a asirnos a la verdad en amor para que en todas las cosas podamos crecer en Cristo, la Cabeza, “de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Pablo ciertamente era muy elocuente; Pedro no podía expresar tales verdades tan grandes y elevadas. Sin embargo, Pablo no sólo era capaz de hablar tales verdades, sino que además vivía en ellas, por lo que vinieron a ser su ministerio.
A esto se refería Pablo en 2 Corintios cuando dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (4:7). Él dijo que Cristo estaba en nosotros y que nosotros seríamos transformados en la misma imagen de gloria en gloria si mirábamos y reflejábamos como un espejo la gloria del Señor a cara descubierta (3:18). Pero incluso si somos alumbrados, a veces nos negamos a morir interiormente. Es por eso que el Señor vendrá entonces a realizar una obra aniquiladora en nosotros para que aunque nuestro hombre exterior se vaya desgastando, el interior se renueve de día en día (4:16). Así pues, en 2 Corintios vemos un ministerio en el cual Pablo no sólo recibió la luz, sino que también llegó a ser lo mismo que vio.
Por medio de esta comunión, creo que podremos discernir los vientos de enseñanza. Tal vez un hermano no sea tan culto ni tan elocuente, pero esté lleno del Espíritu Santo y ministre Cristo a las personas por medio de su hablar. Eso es lo que queremos. En cambio, es posible que otro hermano sea muy elocuente, y su hablar sea muy fluido, pero no nos permita tocar a Cristo; esto es un viento de enseñanza. Cuando escuchemos la predicación de los hombres, aun si no recibimos claramente algo, debemos al menos poder discernir si se trata de un viento de enseñanza o si es la verdad. En palabras sencillas, la verdad entre nosotros debe corresponder a la verdad en el Nuevo Testamento, que es Dios manifestado en la carne y la unión de Dios con el hombre. Si un mensaje no tiene al Hijo de Dios como contenido, de inmediato debemos concluir que es un viento de enseñanza. Este principio nos permitirá discernir los vientos de enseñanza para que no seamos más engañados.
No estamos aquí para aprender a criticar a otros, sino para aprender a servir a Dios. Si estamos aprendiendo a ser ancianos o diáconos, nuestro servicio debe tener al Hijo de Dios como contenido y centro y debe ministrarlo a Él a los demás. De lo contrario, nuestro hablar será un viento de enseñanza. Por lo tanto, primeramente debemos entender lo que significa administrar los asuntos de la iglesia. Si administramos los asuntos de la iglesia sin ver esto, seremos principiantes que intentan hacer un trabajo de profesionales; realmente no sabremos lo que estamos haciendo. Debemos dar a los demás nuestro conocimiento del Hijo de Dios. Si sentimos que tenemos poco del conocimiento del Hijo de Dios, debemos pedirle al Señor que nos capacite para tocarlo, para conocerlo como el Hijo de Dios, a fin de ministrar aquello que hemos tocado a los hermanos y hermanas, e impartir al Hijo de Dios a aquellos que conocemos. De este modo, aunque no digamos mucho, lo que digamos será la verdad, y no vientos de enseñanza.
Desde que vinimos a Taiwán en 1949, muchos pueden testificar que los mensajes que dimos siempre han tenido al Hijo de Dios como su contenido. Aunque ciertamente animamos a las personas a que estudien la Biblia, el estudio de la Biblia no es nuestra carga principal; nuestra carga principal es ministrar a Cristo, el Hijo de Dios, a los demás. Debemos siempre tener un sentimiento de vergüenza delante del Señor si no hemos ministrado lo suficiente al Hijo de Dios a los hermanos y hermanas. Nuestra carga más profunda es que los hermanos capten muy claramente este principio: servir al Señor es servir a otros con el conocimiento del Hijo de Dios. Yo preferiría ganar a diez personas que conocen este principio que mil que no lo conocen.
(
Cómo administrar la iglesia, capítulo 6, por Witness Lee)