LA NUEVA JERUSALÉN REPRESENTA
LA CULMINACIÓN DEL EDIFICIO DE DIOS
Ahora debemos considerar la Nueva Jerusalén, la cual muestra la culminación de la obra de edificación de Dios. En 1 Corintios 3:9 Pablo dice: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Todos los que sirven a Dios a través de los siglos son colaboradores de Dios. Nosotros laboramos junto con Dios en la edificación de Su morada en la tierra, y esta morada finalmente llegará a ser una ciudad. En la era de la iglesia el edificio de Dios es una morada, pero en la eternidad vendrá a ser una ciudad. Esta morada es la morada de Dios en el espíritu (Ef. 2:22). La ciudad será una morada. La iglesia en la era neotestamentaria no incluye a los que fueron salvos en el Antiguo Testamento, tales como Abraham, Isaac, Jacob y las doce tribus de los hijos de Israel. La era de la iglesia no incluye a ninguna de estas personas del Antiguo Testamento; sólo incluye a los que fueron salvos en el Nuevo Testamento.
Efesios 2:20 afirma que la iglesia es edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo”. Esto significa que la iglesia no fue producida antes de la época de los apóstoles. En aquel tiempo, ninguna piedra había sido edificada sobre el fundamento. Sin embargo, la obra de edificación de la morada de Dios no empezó solamente en el Nuevo Testamento; es decir, no podríamos decir que no se llevó a cabo ninguna obra con Abraham, Isaac y Jacob. Cuando la Nueva Jerusalén aparezca, ésta no será simplemente una morada, sino una ciudad, y la morada estará incluida en ella. En esta ciudad los doce apóstoles serán los cimientos y las doce tribus de Israel serán las puertas. La Nueva Jerusalén es el conjunto de todos los que fueron salvos en la era del Antiguo Testamento así como del Nuevo, y la iglesia es parte de ella; la iglesia es una morada. La Nueva Jerusalén es una ciudad, y la iglesia será parte de ella; aunque las dos son diferentes en el ámbito que abarcan, son iguales en naturaleza.
Apocalipsis 21 muestra claramente que la Nueva Jerusalén es de oro puro; no sólo está constituida sino también llena de la vida y la naturaleza de Dios. Su apariencia y resplandor son como piedra preciosísima, como piedra de jaspe (v. 11). Los cimientos del muro de la ciudad están adornados con toda piedra preciosa, y el primer fundamento es de jaspe (v. 19). Apocalipsis 4:2-3 dice que el aspecto de Aquel que está sentado en el trono es semejante a piedra de jaspe. Por consiguiente, la ciudad tiene la semejanza de Dios. La ciudad se refiere a su contenido, el cual es oro puro; el muro se refiere a su apariencia, el cual es piedras preciosas. Esto concuerda con la definición hallada en la Biblia. La naturaleza interna de los que son salvos es absolutamente la naturaleza de oro de Dios, y su aspecto externo es piedras preciosas, la apariencia de Dios. El contenido de la ciudad es oro, y su apariencia delante de las naciones es de piedras preciosas; ella tiene la gloriosa naturaleza de Dios por dentro y la gloriosa imagen de Dios por fuera.
Además, la ciudad tiene perlas en lugar de plata. No tener plata implica que el pecado y la vieja creación ya no están presentes porque la cruz ha acabado con todo. Puesto que la vieja creación y la vieja tierra han pasado, y todo ha llegado a ser nuevo, ya no se necesita la redención de la cruz. Sin embargo, debido a que la redención que el Señor efectuó es eternamente eficaz y no pasará, Él aún es llamado el Cordero en la Nueva Jerusalén (21:22; 22:1). En breve, ninguna parte de la Nueva Jerusalén pertenece a la vieja creación, por lo cual no se necesita la cruz; es por ello que no se encuentra la plata. La redención se introdujo a causa de la caída, a causa del pecado. No obstante, si nunca hubiera ocurrido la caída ni existieran los pecados, Dios aún necesitaría lograr Su meta. El propósito eterno de Dios consiste en que Su vida se mezcle con el hombre. Ésta es la razón por la cual en la eternidad no veremos la redención ni necesitaremos la redención, pues la vieja creación habrá pasado. Sin embargo, aún podremos ver la meta de Dios, que es la vida de Dios.
En la Nueva Jerusalén todo tiene la gloria de Dios, la apariencia de Dios. Hay doce puertas en la ciudad, cada una de las cuales es, respectivamente, una perla (21:21). Estas perlas son puertas sobre las cuales se hallan inscritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel (v. 12). ¿Qué significa esto? En primer lugar, una puerta representa una entrada. Sin las puertas no podríamos entrar en la ciudad; si queremos entrar en la ciudad, debemos pasar por las puertas. Podemos tener parte en la ciudad porque ésta tiene una entrada; y dicha entrada nos la otorgaron los judíos del Antiguo Testamento. Juan 4:22 y Romanos 1:16 dicen que la salvación viene de los judíos. Por lo tanto, las doce tribus de los hijos de Israel representan una introducción a la salvación. En segundo lugar, esta entrada nos conduce a la nueva ciudad. Tercero, las puertas de perla son producidas por las ostras del mar. Cuando una ostra es herida por un granito de arena, segrega su jugo vital alrededor del granito de arena y lo convierte en una perla. Esto nos habla de la regeneración; la regeneración es la entrada. La ostra representa al Señor Jesús quien fue herido en el mar del mundo; nosotros, como granos de arena que éramos, caímos en Él. Desde ese día en adelante, Él ha venido segregando Su jugo vital alrededor de nosotros para convertirnos en perlas. Anteriormente éramos arena y barro, pero el Señor vino al mundo y fue herido; nosotros caímos en Él y empezamos a ser alimentados por Su vida. Ahora estamos llegando a ser perlas. Este cuadro completo nos muestra que en la Nueva Jerusalén no hay nada natural ni de la vieja creación; dado que todo empieza con la regeneración y con el tiempo llega a ser Dios, pues tiene la vida, naturaleza y gloria de Dios y llega a ser la nueva creación, que es de oro puro y piedras preciosas.
Puesto que toda la ciudad es de oro puro, sin duda alguna la calle de la ciudad es también de oro; esto da a entender que tanto la vida de Dios como la naturaleza de Dios son nuestro camino espiritual. Cuanto más tenemos de la vida y naturaleza de Dios, más claro llega a ser para nosotros el camino de Dios. Nuestra participación en esta ciudad empieza con la regeneración; nosotros entramos por las puertas por medio de la regeneración. Debemos examinar este cuadro: las puertas de la Nueva Jerusalén son perlas, y después de entrar por las puertas de la regeneración, andamos por una calle de oro puro. La ciudad en sí es de oro puro y la apariencia de la ciudad es de piedras preciosas. El significado de este cuadro es que nosotros entramos por la puerta y recibimos la vida de Dios mediante la regeneración, y después de entrar por esta puerta, andamos por la calle que es conforme a la vida y naturaleza de Dios.
En Apocalipsis 22 vemos que la Nueva Jerusalén tiene una sola calle, en medio de la cual fluye un río de agua de vida, que sale del trono de Dios y del Cordero (v. 1). El trono es el centro, y las doce puertas están en los cuatro lados de la ciudad; por lo tanto, la calle no es recta sino que asciende en espiral. Esto significa que si entramos por una puerta, nos encontraremos en la calle; y si entramos por otra, nos encontraremos en la misma calle. Finalmente, la calle asciende en espiral hasta el trono. En medio de esta calle fluye el río de agua de vida; eso significa que si nos apartamos de la vida divina, nos extraviaremos del camino. Además, a ambos lados del río de agua de vida está el árbol de la vida, y este árbol es una vid que se extiende y crece a ambos lados del río de agua de vida y produce fruto continuamente (v. 2). En medio de la calle está el agua de vida y el árbol de la vida, lo cual indica que la vida es el único camino. A fin de que Dios pueda lograr la meta de toda Su obra, el hombre debe entrar por la puerta para obtener la vida de Dios por medio de la regeneración; luego esta vida continuará extendiéndose en él en espiral hasta que al final, la gloriosa y celestial imagen de Dios se producirá y se expresará por medio de las piedras preciosas.
Ésta es la intención eterna de Dios. Hoy en día debemos guiar a las personas para que entren por la puerta mediante la regeneración. Después que entren por esta puerta, debemos mostrarles que la vida y la naturaleza de Dios son el único camino que deben seguir, y que deben comer y beber de la vida de Dios para que todo su ser sea lleno de esta vida. Sin embargo, todavía necesitaremos la cruz porque la Nueva Jerusalén aún no ha llegado y todavía nos encontramos en la era de la iglesia. La cruz pone fin a los pecados, al mundo y a todo lo de la tierra y hace que lleguemos a ser de oro puro. Como resultado, en nuestro interior tendremos el oro puro y exteriormente, las piedras preciosas. Este cuadro —la calle de oro puro, el muro de piedras preciosas y las puertas de perla— nos es dado a conocer para que veamos cuáles son los materiales necesarios para edificar la iglesia y para servirla.
Cuando leemos el relato en Génesis que trata sobre el tiempo antes de la caída del hombre, vemos que el huerto de Edén era una miniatura de la Nueva Jerusalén. En medio del huerto estaba el árbol de la vida, y un río salía y se repartía en cuatro brazos. En el río fluía el oro, el bedelio y el ónice, una piedra preciosa. Éste es un cuadro muy hermoso. En este huerto vemos a un hombre hecho del polvo de la tierra, un hombre de barro, y a su lado vemos que había oro, bedelio y piedras preciosas. Génesis 2 es un cuadro muy significativo. La intención de Dios era que Adán, al comer el fruto del árbol de la vida y al beber del río de agua de vida, fuera transformado para llegar a ser el oro, la perla y la piedra preciosa. Lamentablemente, el maligno, Satanás, vino y sedujo al hombre para que comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esto hizo alejar al hombre de la vida de Dios. Sin embargo, por medio de la cruz de Cristo, Dios finalmente logrará Su meta de producir la ciudad de oro, de perlas y de piedras preciosas presentada en Apocalipsis.
Quiera Dios abrir nuestros ojos para que veamos la obra que Dios ha deseado llevar a cabo desde el principio y los materiales que Él usa para lograr Su propósito. En esta etapa en que se lleva a cabo la obra de Dios, nosotros hemos recibido misericordia para llegar a ser Sus colaboradores. Con mucha humildad, debemos laborar juntos con Él.
(
Cómo administrar la iglesia, capítulo 7, por Witness Lee)