EL ESPÍRITU DEL HOMBRE
Aunque Dios le permitió a Satanás dañar al hombre, jamás le permitió entrar en el espíritu del hombre debido a que el espíritu del hombre es lámpara de Jehová (Pr. 20:27). Dios creó al hombre de una manera muy específica. Algunos consideran que el hombre es cierta clase de animal, pero Dios no lo considera así. Ninguno de los pájaros, peces o bestias posee un espíritu. Ellos son animales precisamente porque carecen de un espíritu. Pero nosotros somos seres humanos debido a que tenemos un espíritu. Dios es Espíritu y nosotros tenemos un espíritu. Quienes adoran a Dios es necesario que le adoren en espíritu (Jn. 4:24). Los animales jamás adoran a Dios. ¿Alguna vez oyó que un grupo de monos erigiera un templo y adorara a Dios ó vio alguna vez a un perro o un gato adorar a Dios? Sin embargo, si uno estudia la historia mundial desde la antigüedad hasta nuestros tiempos, sabrá que los hombres siempre han adorado a Dios; probablemente no siempre de la manera apropiada, pero siempre procuraron adorar a Dios debido a que en su interior existe un órgano de adoración: su espíritu humano. Los animales tienen ciertas cosas en común con el hombre, pero sólo el hombre posee algo que ningún animal tiene: un espíritu humano. Por tanto, no somos animales; somos seres humanos. La diferencia entre los animales y los seres humanos es que: solamente el hombre posee un espíritu humano.
A lo largo de los siglos, Satanás en su astucia ha mantenido oculto todo lo relacionado con el espíritu humano. Son pocos los cristianos que hablan sobre esto, e incluso hay quienes dicen que el espíritu humano y el alma humana son lo mismo. Aunque los perros y los gatos tienen un alma, ellos no tienen un espíritu. Nuestro espíritu humano es el órgano específico para adorar a Dios. Así que, nuestro espíritu es tanto la lámpara de Jehová como el santuario de Dios. Según Hebreos 4:12-16, nuestro espíritu es el Lugar Santísimo. Primero nuestro espíritu es lámpara de Jehová y, finalmente, se convierte en el Lugar Santísimo.
Dios en Su sabiduría le permitió a Satanás afectar al hombre e incluso entrar en él; sin embargo, no le permitió que se excediera al grado que entrara en el espíritu del hombre. Solamente se le permitió que amorteciera y oscureciera el espíritu humano, pero jamás se le permitió entrar en él. Sin embargo, Satanás entró en el cuerpo físico del hombre. A esto se debe que en capítulos como Romanos 7, se nos diga que el pecado y todas sus concupiscencias están en los miembros de nuestro cuerpo. El pecado y sus concupiscencias están en los miembros de nuestro cuerpo, por que es morada de Satanás. Satanás mora en nuestro cuerpo físico como el pecado personificado (Ro. 7:17, 20). Únicamente una persona viviente puede morar en cierto lugar. Es desde nuestro cuerpo físico, su base central, que Satanás quiere conquistar nuestra alma y someterla bajo su absoluto control. Pero, ¡aleluya!, no hay ni un solo versículo en toda la Biblia que nos diga que nuestro espíritu está bajo el control de Satanás.
Cuando uno predica el evangelio, primero debe tocar el espíritu de las personas; debe conmover sus conciencias, pues la conciencia es la parte principal de su espíritu. En nuestra predicación jamás debemos discutir con las personas, pues cuanto más discutamos, más respuestas provocaremos y más incitadas serán sus mentes. Al discutir con otros, solo fortalecemos sus almas. Es imposible persuadir a los pecadores al debatir con ellos. Más bien, por la gracia y el poder de Dios, uno debe conmover sus conciencias. Su conciencia forma parte de su espíritu, y cuando uno toca su conciencia, su espíritu será conmovido. He visto muchos casos de personas que seguían discutiendo con Dios en su mente, pero se condenaban a sí mismos en su conciencia. En su mente discutían con Dios, pero en su espíritu, se arrepentían delante de Dios. Cuando tratamos de ayudar a alguien, jamás debemos incitar su mente, pues la mente humana es la fortaleza de Satanás. Los generales de un ejército saben que no deben atacar el área más fuerte de un enemigo, sino su punto más débil. Así pues, no aborden la mente de las personas, pues si lo hacen, todo el reino de Satanás se levantará en contra suya.
Supongamos que el esposo y la esposa tuvieron una discusión durante la cual se dijeron palabras hirientes. Después de ello, aquella esposa acude a usted para que la ayude a resolver sus problemas. Ciertamente no es fácil escuchar lo que una hermana tenga que decir con respecto a su esposo. sin que ello incite su mente o sin que usted mismo caiga en la trampa de Satanás. Pero si conoce la astucia del enemigo, entonces evitará incitar la mente del hermano cuando vaya a hablar con él. No se empeñará en atacar esa fortaleza, sino que empleará otro método. Le abordará por una vía diferente y le tocará el punto más débil. Evite abordar el problema que tuvo con su esposa. Incluso evite hablarle sobre su esposa, pues aquella discusión que tuvo es lo que en ese momento ocupa toda su mente y satura sus pensamientos. La manera apropiada de abordar a este esposo es tocar su espíritu, al tocar su conciencia. En vez de hablarle de su esposa, háblele de amar al Señor. La mente de este hermano está llena de pensamientos acerca de su esposa, y éste es un asunto muy delicado y explosivo. Más bien, háblele del Señor. Toque su espíritu y su conciencia. Después de unos diez minutos de hablarle así, él probablemente podrá orar. Cuanto más uno ore con él, más su espíritu será conmovido. Al final, el Señor tendrá un camino por el cual salir del espíritu de este hermano para propagarse a su mente. Entonces él se arrepentirá y confesará; incluso llorará delante del Señor con respecto a la manera en que trató a su esposa.
Satanás ha entrado en nuestro cuerpo y desde allí ejerce control sobre nuestra alma. Por tanto, Satanás opera de afuera hacia adentro. Mientras que el Señor opera en dirección opuesta, desde adentro hacia afuera. Un día Él vino a nuestro espíritu, el cual es el centro, el eje de nuestro ser, haciendo de él Su morada (Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). Desde esta morada en nuestro espíritu, Él opera hacia afuera, hacia nuestra alma. Satanás opera desde nuestro cuerpo hacia nuestra alma, mientras que el Señor opera desde nuestro espíritu hacia nuestra alma.
Ahora podemos ver que estos tres partidos: Dios, el hombre y Satanás, están todos en el hombre. En el huerto del Edén, Adán tenía dos opciones ante sí: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Hoy en día en la iglesia, el árbol del conocimiento está en nuestro cuerpo y el árbol de la vida está en nuestro espíritu. Ahora ambas fuentes se encuentran dentro de nosotros. Tenemos que comprender que somos personas muy complicadas, pues hay tres partidos en nuestro interior. Sabemos que nuestro ser consta de tres partes: espíritu, alma y cuerpo; pero ¿sabía usted que en su cuerpo, esto es, en su carne, Satanás ha hecho su morada? ¿Y sabía que en su espíritu el Señor ha hecho Su morada? Entre el cuerpo y el espíritu está el alma, el yo. Usted mismo mora en su alma. Por tanto, Satanás mora en su cuerpo, el Señor Jesús mora en su espíritu y usted mismo mora en su alma. ¡Ésta es verdaderamente una situación muy complicada! Antes de ser salvo usted no era tan complicado; usted era una persona sencilla, pues continuamente le hacía caso a Satanás. Sin embargo, el día que usted creyó en el Señor Jesús, se dio inicio a una controversia en su ser. Ahora usted experimenta una pugna constante debido a que en su interior hay tres moradores: Satanás en su cuerpo, Cristo en su espíritu y usted mismo en su alma. Quizás incluso hoy mismo haya experimentado algunas dificultades debido a esta situación tan complicada dentro de usted.
(
Reino, El, capítulo 9, por Witness Lee)