EL SEÑOR COMO EL FUEGO QUE JUZGA,
EL AIRE QUE SE PUEDE RESPIRAR,
Y EL AGUA QUE CORRE
También en el Antiguo Testamento, en el libro de Ezequiel, se encuentra una profecía acerca del templo venidero. En el libro de Ezequiel hay tres grandes capítulos: los capítulos uno, treinta y siete y cuarenta y siete. En el capítulo uno se ve el fuego (vs. 4, 27). En el capítulo treinta y siete se ve el aire, o sea el viento, el aliento, el Espíritu (vs. 9, 14). Y en el capítulo cuarenta y siete tenemos el agua (vs. 1-12). Estos son los tres capítulos grandes de Ezequiel y el contenido de este libro depende de estas tres cosas: el fuego, el aire y el agua, los cuales son el Señor Dios mismo. Nuestro Dios es un fuego consumidor, el aire y también es el agua.
La primera parte de Ezequiel nos revela cómo Dios es el fuego que juzga. Dios es un fuego ardiente que quema y devora todas las cosas que no corresponden con Su naturaleza divina. Después de esto, Dios vino para soplar. El soplo viene después del fuego. Después del fuego tenemos el aire. El aire, el soplo, es el Espíritu divino. El aire entró en los huesos muertos y secos, que estaban bajo el juicio del fuego, para vivificarlos, avivarlos, y para darles todo lo que necesitaban a fin de conformar un cuerpo. El aliento (heb. ruach) puesto en estos huesos muertos y secos es el propio Espíritu de Dios (Ez. 37:5, 6, 14). El cuerpo viene del aire, del aliento, del Espíritu vivificante.
Después de que fueron avivados los huesos secos, llegaron a ser tres entidades: el cuerpo (Ez. 37:7-8), el ejército (37:10), y la morada (37:26-28). El cuerpo vive para Dios, el ejército pelea para Dios y la morada tiene como fin que Dios repose en ella. Todos los huesos muertos llegaron a conformar un cuerpo viviente, y éste llegó a ser un ejército que guerreaba. Finalmente, este ejército llegó a ser el lugar de reposo para Dios. Cuando podemos vivir con Dios y pelear para Dios, podemos ser el lugar de reposo para Dios. El templo, la casa de Dios, proviene del disfrute del Señor como vida, como el Espíritu vivificante. Cuando disfrutemos al Señor como lo que respiramos, seremos vivificados, creceremos y seremos edificados. Originalmente, es posible que fuésemos huesos separados, pero ahora podemos ser edificados como cuerpo y conformar un ejército para ser la morada de Dios, donde El puede reposar. Este edificio, este templo, la casa de Dios, proviene del verdadero disfrute que tenemos de Dios como vida.
Muchos cristianos son indiferentes a las cosas del Señor y son mundanos y aun pecaminosos, desviándose y apartándose del Señor. Sin embargo, hay algunos entre los hijos del Señor que buscan más de El, han sido avivados por El y, hasta cierto punto, experimentan al Señor. Pero muchos de ellos han sido distraídos y, por eso, prestan toda su atención al estudio de la Palabra con el simple propósito de ganar más conocimiento. Ni la enseñanza ni el conocimiento pudieron avivar los huesos secos de Ezequiel 37. ¿Acaso necesitan los huesos secos enseñanzas o la letra de la Palabra? ¡No! Necesitan el aire; necesitan el soplo, el aliento. ¿Quién es el aliento? Dios lo es; El es el ruach, el pnéuma. Lo que necesitamos es este Dios que da vida, este Espíritu vivificante.
El fuego juzga, devora y quema; el aire aviva, genera, da energía, fortalece, enriquece y edifica. Después de que el edificio fue establecido en Ezequiel, el agua corrió desde el edificio para regar a los demás. Antes de que fluyera el agua en Ezequiel 47, había desierto por todas partes, donde se hallaban solamente muerte y sequedad. Pero, al correr el agua viva desde la casa todo sería regado (vs. 8-9). La muerte es sorbida y la vida ministrada a todas estas partes muertas y secas. El libro de Ezequiel revela el juicio por fuego, la vivificación, la infusión de vida, por el aire, y la ministración por el agua. Estos tres pasos todavía están con nosotros hoy, en principio. Primero tenemos que ser juzgados, quemados por el Señor como fuego. Luego el Señor será como el aire que sopla sobre nosotros. Por este soplo seremos vivificados, regenerados y creceremos y seremos edificados. Después de establecerse el edificio, el agua viva correrá para regarnos. El verdadero contenido del libro de Ezequiel es el Señor como fuego juzgador que quema y devora, el Señor como el aire que sopla, regenerándonos, fortaleciéndonos y edificándonos, y el Señor como el agua que fluye, ministrándose a Sí mismo a los lugares secos. Todo esto se hará posible sólo cuando nosotros comamos al Señor.
(
Arbol de la vida, El, capítulo 8, por Witness Lee)