Base para la obra edificadora de Dios, La, por Witness Lee

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EL SEÑOR ENTRA EN DIOS Y MANIFIESTA LA GLORIA DE DIOS

Leamos ahora esta oración. Juan 17:1 dice: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Éste es el tema de la oración. El tema de esta oración es que Dios glorificara a Su Hijo para que Su Hijo también lo glorificara. ¿Qué es la gloria? Confesamos que incluso al presente no entendemos esto completamente. Todos los expositores de la Biblia y los que buscan la experiencia espiritual reconocen que la gloria es algo muy difícil de explicar. Hemos dicho antes que la gloria es la manifestación, la expresión, de Dios. La gloria es Dios manifestado y expresado. Esta explicación es relativamente sencilla y precisa. Por ejemplo, cuando la electricidad resplandece y se manifiesta desde el interior de una bombilla, ese resplandor es la gloria de la electricidad. Las lámparas fluorescentes en este salón son el resplandor emitido por la electricidad. Este resplandor es la gloria de la electricidad, que también es la manifestación, la expresión, de la electricidad. Éste es un pequeño ejemplo que nos ayuda a entender el significado de la gloria. ¿Qué es la gloria de Dios? La gloria de Dios es la manifestación de Dios, la expresión de Dios. Quien tiene la expresión de Dios, tiene la gloria de Dios. Si usted percibe que una reunión está llena de la presencia de Dios, entonces esa reunión está llena de la gloria de Dios.

Por lo tanto, no es difícil para nosotros entender lo que el Señor quiso decir cuando dijo: “Glorifica a Tu Hijo”. Debemos tener presente que el que el Señor se hiciera carne equivalía a que Dios entrara en el hombre. Dios mismo es glorioso, pero nosotros los seres humanos no somos gloriosos; al contrario, somos seres inferiores y viles. Por esta razón, la gloria de Dios quedó escondida en el hombre que Dios llegó a ser. En el tabernáculo en el Antiguo Testamento, la gloria de Dios, o diríamos Dios mismo, quedó escondida detrás de un velo en el Lugar Santísimo. Hebreos 10 dice que el velo tipifica la carne de la cual el Señor se vistió en Su encarnación (v. 20). Cuando el Señor se hizo carne, Su carne, Su humanidad, era un velo que ocultaba la gloria de Dios. Aunque el Señor encarnado internamente era Dios mismo y absolutamente glorioso, de modo externo Él apareció delante de los hombres como un humilde hombre. Mientras estuvo en la carne, en Sus tratos con los hombres, Su gloria no fue percibida, porque estaba escondida en Él. Lo que las personas sintieron y percibieron en Él era un hombre de humilde condición. Filipenses 2 nos dice que Él se humilló, que se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres (v. 7). Por consiguiente, cuando Él apareció delante de los hombres, no tenía ningún aspecto atractivo ni majestad para que le deseáramos (Is. 53:2). A los ojos de los hombres Él era simplemente un hombre cuyo semblante y figura habían sido desfigurados. Su gloria quedó completamente escondida, velada, en Su carne.

Recuerden aquella ocasión cuando el Señor Jesús subió al monte con tres discípulos y se transfiguró delante de ellos. Aquello fue la liberación de la gloria que estaba en Su interior. Al parecer Su carne, que era como un velo, se hizo transparente, permitiendo que se manifestara la gloria que estaba en Él. Sin embargo, esto sólo fue algo momentáneo, pues después Su gloria volvió a ocultarse, y regresó Su condición humilde. En los treinta y tres años y medio que estuvo en la tierra, lo que se expresó fue Su condición humilde, y no Su gloria.

Ahora en Juan 17 el Señor ofrece una oración a Dios, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo”. No es difícil para nosotros entender el significado de esto, el cual equivalía a pedirle que Dios introdujera a Su Hijo plenamente en la gloria para que Él pudiese manifestar y expresar en plenitud la naturaleza de Dios y la gloria de Dios. Esto tenía que ver con Su resurrección. Mientras estaba en la tierra, Él era el Hijo de Dios y tenía a Dios en Su interior, pero las personas siempre lo vieron como un humilde hombre. Sin embargo, Él ya no era el mismo después de la resurrección. Después de resucitar, la gloria que estaba en Su interior se manifestó. Después de resucitar, el Dios que estaba dentro de Él, la vida que estaba en el interior del Hijo de Dios, se expresó. Cuando Él resucitó, fue expresado el Dios que estaba en Él, la vida interna del Hijo de Dios. Cuando Él resucitó, Su carne fue transfigurada de una forma humilde a una forma gloriosa. Es por ello que Lucas 24 nos dice que la resurrección del Señor fue Su entrada en la gloria (v. 26).

Hermanos y hermanas, el que Dios se hiciera carne y entrara en el hombre equivalía a que se humillase; y el que el hombre entrara en Dios equivalía a que fuese glorificado. Era cuestión de la condición humilde del Señor Jesús que Él se hiciera carne e introdujera a Dios en el hombre, pero era cuestión de gloria que el Señor Jesús resucitara e introdujera al hombre en Dios. En esta coyuntura el Señor iba a morir, es decir, iba a pasar por la muerte y la resurrección; así que, ofreció una oración en la que le pedía a Dios que le glorificara, es decir, que causara que Él fuese glorificado. Esto significa que le pedía a Dios que hiciera que todo lo escondido en Su interior —la vida de Dios, la naturaleza de Dios y todo lo que Dios es— se manifestara y expresara. En Él estaba toda la plenitud de la Deidad, Dios mismo. Cuando estaba en la carne, la plenitud de la Deidad se hallaba escondida en Él. Su humanidad y Su cuerpo servían como un velo que ocultaba y confinaba toda la plenitud de Dios. El que fuese a morir equivalía a que rasgara ese velo. Después que muriera, resucitaría, con lo cual el “velo” sería transfigurado. Al ser rasgado y transfigurado este velo, Él resplandecería plenamente con toda la plenitud de la Deidad que anteriormente quedó escondida en Él. El resultado de esto sería Su glorificación. Por consiguiente, cuando Él oró al Padre, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo”, lo que en realidad decía fue: “Te pido que toda la plenitud de la Deidad se manifieste y exprese desde el interior de Tu Hijo”.

Una vez que ustedes entiendan esta frase, comprenderán la cláusula que sigue: “Para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Esto equivale a decir: “Si Tú glorificas a Tu Hijo de esta manera, Tu Hijo también te glorificará a Ti. Dado que todo lo que Tú eres y tienes está en Tu Hijo, si este velo de carne no es quebrantado, no es transfigurado, entonces Tu gloria quedará confinada en él. Ahora glorifica a Tu Hijo para que toda Tu plenitud pueda resplandecer desde el interior de Tu Hijo. De esta manera, Tú glorificarás a Tu Hijo, y Tu Hijo también te glorificará a Ti, porque toda Tu plenitud se expresará por medio de Tu Hijo”.

(Base para la obra edificadora de Dios, La, capítulo 4, por Witness Lee)