Base para la obra edificadora de Dios, La, por Witness Lee

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LOS CREYENTES NECESITAN MADURAR ANTES DE PODER SER SEGADOS POR DIOS

Ya les dijimos a los hermanos y hermanas que, por un lado, somos el cultivo de Dios y que, por otro, somos el edificio de Dios. Como cultivo de Dios, necesitamos crecer y madurar; como edificio de Dios, necesitamos ser edificados. El que nosotros crezcamos como cultivo de Dios equivale a que seamos edificados como edificio de Dios. Cuando hayamos crecido hasta la madurez, estaremos preparados para ser edificados. Por consiguiente, a fin de ser edificados, tenemos que prestar atención al crecimiento y a la madurez.

Si ustedes leen la Biblia cuidadosamente, bien sea el Antiguo Testamento o el Nuevo Testamento, cada vez que se menciona la cosecha, se hace mucho hincapié en la madurez, porque sólo la cosecha madura puede ser recogida y llevada al granero. Sin embargo, hay una secuencia en cuanto a la manera en que la cosecha madura, y es por ello que la Biblia menciona las primicias y la siega de la mayor parte de la cosecha. Apocalipsis 14 claramente nos muestra que la siega de las primicias de Dios y la siega de la mayor parte de la mies ocurren en tiempos diferentes. Los que maduran primero son segados primero, y después la mayor parte de la mies.

En Levítico 23 hay una fiesta llamada la Fiesta de las Primicias, para la cual el pueblo tenía que segar una pequeña cantidad de la mies que había madurado primero y traerla delante de Dios. Después de cierto tiempo, cuando la mayor parte de la mies hubiese madurado, ésta sería segada.

Todos sabemos que las personas, cosas y acontecimientos del Antiguo Testamento no son simplemente personas, cosas o acontecimientos en sí mismos. Cada persona, cosa o acontecimiento tipifica algo espiritual. Del mismo modo, Levítico 23, al hablar de las fiestas que debían guardar los hijos de Dios, hace gran hincapié en las primicias y en la siega. En principio esto nos muestra que la mies de Dios tiene que madurar; sólo cuando esté madura podrá ser segada. Aunque los tiempos de la siega sean diferentes, en principio, toda ella debe madurar. Los que maduran primero son segados primero; y los que maduran después son segados después. Pero los que no maduran tienen que esperar en el campo hasta que estén maduros. La mies debe estar madura antes de poder ser segada. Esto está muy claro en la Biblia.

El relato de la siega en el Antiguo Testamento nos muestra que si hemos de participar en la edificación de la Nueva Jerusalén, tenemos que madurar. No debemos pensar que un creyente, independientemente de si ha madurado en vida o no, será segado por el Señor cuando muera. Tampoco debemos pensar que un creyente ha madurado cuando muere y que, por tanto, ha sido segado por el Señor. Es absurdo decir que cuando un creyente muere, ha madurado y ha sido segado. Es evidente que hay muchos creyentes que no han avanzado nada al cabo de muchos años de ser salvos; cada vez que nos encontramos con ellos, percibimos que son inmaduros, tiernos y muchas veces marchitos. Otros han muerto en esta clase de condición. ¿Cree usted que ellos han sido segados porque han madurado? No existe tal cosa.

Tenemos que entender que la muerte no es la solución a todo. Esto se aplica a los creyentes como también a los incrédulos. Con respecto a los descendientes incrédulos de Adán, cuando ellos mueran, sus cuerpos quedarán en el polvo, y sus almas irán al Hades para ser atormentadas mientras esperan el gran día del juicio. Por lo tanto, su muerte hoy es simplemente el fin de una etapa. El día en que ellos serán echados al lago de fuego será la conclusión. Según el mismo principio, la muerte de los creyentes hoy no es la conclusión. Es cierto que cuando un creyente muere, su cuerpo queda en la tierra, y su alma es consolada en el Paraíso en el Hades. Sin embargo, sus problemas aún no se han resuelto, pues todavía tendrá que esperar a la resurrección venidera. Cuando el Señor regrese, todos los que son salvos resucitarán y se presentarán ante el tribunal de Cristo para ser juzgados. Este juicio no será el juicio del gran trono blanco, el cual determinará si somos salvos o si pereceremos. El juicio en el tribunal de Cristo determinará si hemos madurado o no, y si hemos de recibir una recompensa o si sufriremos pérdida. Si recibimos una recompensa, es porque hemos madurado; pero si sufrimos pérdida, se debe a que no hemos madurado.

¿Qué nos sucederá si no hemos madurado? Recordemos que Dios tiene una manera de hacernos madurar. Después de todo, si no hemos madurado, Dios no podrá llevarnos al granero. Por consiguiente, de ningún modo debemos suponer que los creyentes pueden vivir toda su vida vana y descuidadamente, y que cuando mueran, la preciosa sangre de Cristo asumirá todas sus responsabilidades. No existe tal cosa. Es cierto que nadie puede acercarse a Dios sin ser redimido con la preciosa sangre. La sangre nos reconcilia con Dios para que podamos acercarnos a Él. Sin embargo, recordemos que los que pueden ser segados y llevados a la casa eterna de Dios, aquellos que pueden morar eternamente en la casa de Dios, son los que han permitido que la vida de Dios crezca y madure en ellos. De manera que una cosa es ser redimidos con la sangre, y otra, crecer y madurar en vida. Sólo los que hayan madurado completamente podrán ser llevados al granero de Dios en el futuro. No debemos pensar de ningún modo que puesto que somos salvos, ya somos piedras vivas y que, por tanto, ya hemos llegado a ser parte del edificio. Una piedra no puede ser edificada a menos que haya sido labrada.

Como dije en otra ocasión, una iglesia local es una entidad edificada; no obstante, muchas veces se encuentra en una condición en la que no ha sido completamente edificada. Por ejemplo, en una iglesia puede haber doscientos hermanos y hermanas; sin embargo, ella reposa enteramente sobre los hombros de sólo cincuenta hermanos. Al parecer sólo esos cincuenta hermanos han sido edificados, mientras que los ciento cincuenta restantes son como materiales apilados junto a un edificio, que aún no han sido edificados. Sin embargo, en la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva, no encontraremos un apilamiento de materiales cerca de la ciudad de la Nueva Jerusalén; más bien, todos los que son representados por las doce tribus y por los doce apóstoles, habrán sido edificados como parte de la ciudad.

Por el momento, no hablaremos acerca de en qué punto todas estas personas llegarán a ser edificadas como parte de la ciudad. Sin embargo, tengo que decir que uno no es edificado en cuanto muere después de haber llevado una vida vana como un cristiano despreocupado. No existe tal cosa. Nuevamente digo que como mies, tenemos que madurar, y que como edificio, necesitamos ser edificados. Somos gavillas en la labranza de Dios. Necesitamos crecer y madurar; sólo así podrá Dios segarnos y llevarnos a Su granero. Por otra parte, también somos piedras que han de ser usadas por Dios. Como tal, necesitamos pasar por los tratos necesarios y ser edificados a fin de ser unidos al edificio de Dios.

En la última noche que el Señor Jesús estuvo con los discípulos, después de haberles hablado acerca de la unión entre Él y ellos, oró por todos los que habían creído en Él. ¿Qué fue lo que el Señor pidió en Su oración? Él le pidió al Padre que todos ellos fueran uno. Recuerden que en esta oración el Señor le pidió a Dios que introdujera en Dios a todos los que redimiría a través de los siglos, uno a uno, a fin de que fuesen edificados como una sola entidad, y así llegasen a ser uno. Hablando con propiedad, esta unidad es el edificio de Dios. Esta unidad no se produce cuando nos exhortamos unos a otros, diciendo: “¡Vamos! ¡Seamos uno!”. Eso no funcionará. La unidad es el resultado de la edificación que Dios realiza. Observe una casa; todos los materiales que hay en ella son uno. Anteriormente, todos estos materiales estaban amontonados en diversos lugares y no eran uno en absoluto. Es por medio de la obra de edificación que ellos han llegado a ser uno. Por lo tanto, la edificación es la unidad. Todos los que están en el Señor un día serán uno en el Dios Triuno. Ése fue el deseo que el Señor expresó en Su oración.

Ahora quisiera preguntarle lo siguiente: ¿es usted uno con todos los demás creyentes que han sido salvos? De hecho, no es necesario hablar de ser uno con todos los que han sido salvos; pues a veces incluso cinco personas —dos hermanos responsables y tres hermanas encargadas de una reunión de casa— no pueden experimentar la unidad entre sí. ¿Por qué? Porque no han sido edificados. Ahora considere lo siguiente: si usted es alguien que no ha sido edificado y que no puede ser uno con los hijos de Dios, cuando un día parta de este mundo, ¿podrá inmediatamente estar en la Nueva Jerusalén? No, por supuesto que no.

¿Diremos entonces que la oración del Señor no se cumplirá? Tenemos que creer que la oración del Señor no fue en vano y que finalmente se cumplirá en el universo. A la postre veremos que todos los que pertenecen al Señor serán absolutamente uno en Él. Pablo creía esto. Él dijo que el Señor ha dado diferentes dones para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:11-13). Podemos ver cuán grande era la fe del apóstol cuando dijo estas palabras. Cuando él escribió la Epístola a los Efesios, él se encontraba recluido en una cárcel romana. Él también vio cuán desoladas estaban las iglesias en todo lugar. No sólo estaban desoladas; ellas incluso habían rechazado su enseñanza. Todos los que estaban en Asia lo habían abandonado. Así se volvía la situación cuando Pablo escribió Efesios. Sin embargo, aún pudo decir: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. ¡Cuán firme era la fe de Pablo! Lo que él creía era completamente contrario a lo que veía, pero aún pudo declarar esto con gozo.

Por consiguiente, no debemos preocuparnos. Un día la oración del Señor se cumplirá. Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible (Mt. 19:26). Dios siempre tiene la manera de lograrlo. No obstante, puesto que ustedes son personas salvas, tienen que crecer, madurar y ser edificadas. Si no maduran en esta era, Dios todavía les tendrá reservada la próxima era. En cualquier caso, Él hará que ustedes maduren. Si ustedes, siendo parte de la mies, no maduran hoy, mañana Dios hará que el calor del sol los abrase. Si no maduran, Dios tendrá que dejarlos en el campo. Si ustedes no están maduros, no podrán ser llevados al granero. No se dejen engañar por la doctrina errónea del cristianismo, de modo que piensan que irán al cielo en cuanto mueran puesto que han creído en el Señor. Si ustedes quieren estar en el granero de Dios, necesitarán estar maduros. Les pido que lean nuevamente el Nuevo Testamento para que vean claramente que esto es un principio inamovible. Es cierto que todos los que han sido lavados por la sangre del Señor son eternamente salvos y no perecerán. Sin embargo, a fin de ir a Dios, a fin de entrar en la morada de Dios y ser llevados al granero de Dios, debemos estar maduros. No obstante, tarde o temprano todos estaremos maduros. Éste es un principio inamovible.

(Base para la obra edificadora de Dios, La, capítulo 8, por Witness Lee)