III. EL SENTIR DE LA VIDA
La vida mencionada aquí se refiere a la vida del Espíritu de vida. Por lo tanto, esta vida pertenece al Espíritu, proviene del Espíritu y radica en el Espíritu. El Espíritu en el cual reside esta vida no es solamente el Espíritu de Dios, sino también nuestro espíritu. Este Espíritu es el Espíritu de Dios y nuestro espíritu, mezclados como uno solo. En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios sólo caía sobre los hombres, de modo que los hombres recibían el poder de Dios por fuera. No entraba en el hombre con el fin de que éste recibiera la vida de Dios interiormente. Por eso, en los tiempos del Antiguo Testamento el Espíritu de Dios sólo era el Espíritu de poder; todavía no era el Espíritu de vida. No fue sino hasta el tiempo del Nuevo Testamento que el Espíritu de Dios entró en el hombre como Espíritu de vida para que el hombre recibiera la vida de Dios en su interior. Hoy, en la era neotestamentaria, el Espíritu de Dios no sólo es el Espíritu de poder, sino también el Espíritu de vida. No sólo desciende sobre el hombre, comunicándole el poder de Dios exteriormente, y no sólo conmueve al hombre, de tal manera que reconoce su pecado, confiesa, se arrepiente y cree en el Señor, sino que también entra en el hombre, para que éste tenga la vida de Dios interiormente, y además mora en él como Espíritu de vida. Cuando El nos conmueve de tal modo que nos arrepentimos, creemos y recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, entonces entra en nosotros y nos imparte la vida de Dios. En ese momento El entra en nosotros como Espíritu de vida, es decir, el Espíritu de la vida de Dios. La vida de Dios está en El, y de esta manera El es la vida de Dios; por lo tanto, cuando El entra en nosotros, la vida de Dios entra en nosotros. El entra en nosotros con la vida de Dios como Espíritu de vida. Cuando entra, El entra en nuestro espíritu, no en nuestra mente, parte emotiva o voluntad. Entra en nuestro espíritu, pone la vida de Dios en nuestro espíritu y mora en nuestro espíritu. De esta manera, el Espíritu de vida está mezclado con nuestro espíritu. Ahora, el Espíritu de Dios, junto con la vida de Dios (El es la vida misma de Dios) mora en nuestro espíritu, de modo que El mismo, la vida de Dios y nuestro espíritu —los tres— se mezclan como uno solo y jamás se separan.
Podemos emplear como ilustración un vaso que al principio contiene agua natural. Supongamos que más tarde mezclamos en ella jugo puro y azúcar, de modo que viene a ser un vaso de agua-jugo-azúcar, una bebida de tres-en-uno. El agua representa a nuestro espíritu, el jugo no diluido representa al Espíritu de Dios y el azúcar denota la vida de Dios. El Espíritu de Dios, el cual contiene la vida de Dios, se mezcla con nuestro espíritu, convirtiendo estos tres —el Espíritu de Dios, la vida de Dios y nuestro espíritu— en un espíritu de vida tres-en-uno. De esto precisamente habla Romanos 8:2.
Por tanto el espíritu, en el cual reside la vida del Espíritu de vida mencionado aquí, incluye al Espíritu de Dios y a nuestro espíritu. Es una mezcla del Espíritu de Dios y nuestro espíritu. Los traductores de la Biblia han entendido que el Espíritu mencionado en Romanos 8 es el Espíritu Santo; por lo tanto, han escrito Espíritu con mayúscula. Muchos lectores de la Biblia también han pensado que el Espíritu mencionado aquí se refiere solamente al Espíritu Santo. Sin embargo, los hechos y las experiencias espirituales nos muestran que el Espíritu mencionado aquí es la mezcla del Espíritu Santo con nuestro espíritu. En el versículo 16 de este capítulo, el apóstol expone este hecho espiritual (el cual también es nuestra experiencia espiritual). Dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Al hablar de esta manera, nos indica claramente que el espíritu mencionado anteriormente es el espíritu único, el cual es la mezcla del Espíritu Santo “con nuestro espíritu”. Está correcto decir que este espíritu es el Espíritu Santo, y no es incorrecto decir que es nuestro espíritu. Es como el agua con el jugo no diluido en el vaso. Podemos decir que es jugo y también agua. La razón es sencilla: Esto se debe a que los dos se han mezclado como uno solo. De igual manera, el Espíritu Santo y nuestro espíritu también están mezclados como un solo espíritu. Dentro de este espíritu único, el cual es la mezcla de los dos, se encuentra la vida que Dios nos otorga; así viene a ser el espíritu de vida. En términos sencillos, la vida de Dios está en el Espíritu de Dios, y el Espíritu de Dios entra en nuestro espíritu; de esta manera los tres se mezclan como uno y llegan a ser el espíritu de vida.
Antes, nuestro espíritu era meramente el espíritu del hombre y estaba muerto. Ahora, cuando el Espíritu de Dios entra, no sólo vivifica nuestro espíritu, sino que también añade la vida de Dios a nuestro espíritu. Ahora nuestro espíritu no sólo está vivo, sino que también tiene la vida de Dios; y no sólo es un espíritu, sino que también es el espíritu de vida. Toda la consciencia de vida contenida en este espíritu nos capacita para conocerlo. Cuando andemos con la mente puesta en este espíritu, y cuando nuestras acciones y hechos se lleven a cabo conforme a este espíritu, la vida que está en este espíritu nos proporcionará la consciencia o sensibilidad de esta vida. Puesto que esta vida es de Dios, fresca y viva, fuerte con poder, clara y santa, real y no vacía, el sentir de esta vida seguramente nos hará percibir la presencia de Dios; de esta manera nos sentiremos frescos y vivos, fuertes con poder, claros y santos, reales y no vacíos. Cuando nos sentimos así, sabemos que estamos ocupándonos del espíritu, andando conforme al espíritu y viviendo en el espíritu. Tales sentimientos constituyen el sentir de vida en nuestro espíritu, o sea, la consciencia o sensibilidad de nuestro espíritu de vida, el cual nos conduce desde nuestro interior a andar conforme al espíritu y a vivir por el espíritu. Cuando tocamos estos sentimientos, tocamos el espíritu. Cuando prestamos atención a tales sentimientos, prestamos atención al espíritu. Nos resulta relativamente difícil percibir el espíritu en sí, pero resulta fácil percibir estos sentimientos de vida en el espíritu. Si seguimos fielmente estos sentimientos, entonces podremos conocer el espíritu y vivir en el espíritu.
Se puede decir que la vida de Dios en nuestro espíritu es Dios mismo; por lo tanto, el sentir de esta vida ciertamente nos hará sentir a Dios mismo. Si vivimos en el espíritu y nos ocupamos del espíritu, el sentir de esta vida nos hará percibir que estamos en contacto con Dios y experimentar que Dios está en nosotros como nuestra vida, nuestro poder y nuestro todo; de esta manera estaremos contentos, tranquilos, cómodos y satisfechos. Cuando tocamos así a Dios en el sentir interior de vida, tocamos la vida; con esto sabemos que estamos viviendo en el espíritu y que tenemos la mente puesta en el espíritu.
Dado que el espíritu, en el cual reside la vida del espíritu de vida, es la mezcla del Espíritu de Dios con nuestro espíritu, entonces lo que sentimos por este sentir de vida debe ser la historia del Espíritu de Dios en nuestro espíritu. El Espíritu de Dios en nuestro espíritu nos revela a Cristo, imparte a Dios como Cristo en nosotros y hace que experimentemos a Cristo y que tengamos contacto con Dios en el espíritu. De esta manera, nos hace experimentar a Cristo, a Dios, como nuestra vida; esto también significa que nos hace experimentar la vida, es decir, experimentar la vida de Dios en nuestro espíritu. Cuando experimentamos esta vida así, nos hace sentir la satisfacción de la vida, el poder de la vida, la claridad de la vida, la frescura de la vida y lo vivo y lo trascendente de la vida. Cuando tenemos ese sentir de vida en nosotros, sabemos que estamos viviendo en el espíritu y tocando al espíritu.
(
Conocimiento de la vida, El, capítulo 7, por Witness Lee)