Conocimiento de la vida, El, por Witness Lee

V. LA LEY Y LOS PROFETAS

En el Antiguo Testamento podemos ver una sombra de estas dos etapas del conocimiento de la naturaleza de Dios y de Dios mismo. Dios dio la ley y los profetas a fin de que, por medio de ellos, los hijos de Israel conocieran la naturaleza de Dios y también a Dios mismo. Dicho conocimiento provenía de lo exterior.

Las características del Antiguo Testamento son la ley y los profetas. Dios dio la ley y estableció a los profetas para que Su pueblo le conociera. Así que, la ley y los profetas eran los dos medios usados por Dios para darse a conocer a los hijos de Israel. Por estos dos medios podían tener el conocimiento de Dios en dos etapas.

Dios dio la ley para que los israelitas pudieran conocer Su naturaleza. La ley proviene de la naturaleza de Dios, porque expresa las predilecciones y aversiones de Dios. Todo lo que le place a Dios según Su naturaleza es lo que El quería que ellos cumplieran. Todo lo que aborrece constituye lo que a ellos les había prohibido. Por ejemplo: Dios es un Dios celoso; por lo tanto, prohibió que adoraran ídolos. Dios está lleno de amor; por eso prohibió que mataran. Dios es santo; por lo tanto, El quería que fuesen santos. Dios es honrado; por eso, El prohibió que mintiesen. La clase de ley que les fue dada era conforme a la clase de naturaleza que tiene Dios. Así que, toda la ley les mostraba la naturaleza de Dios. Algunos puntos hablan del resplandor de Dios, otros de la santidad y la bondad de Dios, mientras que otros hablan del amor de Dios. Dios utilizó las exigencias y prohibiciones de todos los puntos de la ley para inducir al pueblo de Israel a conocer todos los aspectos de Su naturaleza.

Dios también estableció profetas a fin de que el pueblo de Israel pudiera conocerle; pues los profetas del Antiguo Testamento fueron establecidos por Dios para representarlo a El mismo, es decir, a Su Persona. Las palabras que hablaban eran la revelación y la guía dadas por Dios conforme a Su propia voluntad. Por ejemplo, Moisés era un profeta establecido por Dios (Dt. 18:15). Las palabras que él dirigió a los hijos de Israel acerca de la edificación del tabernáculo fueron para ellos la revelación de Dios al respecto. Cuando Moisés los guiaba en el desierto, Dios fue el que los guió en el desierto. Por tanto, Dios utilizó toda clase de revelación y dirección por medio de los profetas para llevar a los hijos de Israel al conocimiento de El, de Su Persona.

Ya que la ley proviene de la naturaleza de Dios, su carácter está establecido y es inmutable. La ley dice que uno debe honrar a sus padres, que no debe matar, que no debe cometer adulterio y que no debe hurtar. Estas son leyes establecidas, firmes e imposibles de cambiar. Se aplican tanto a una persona como a otra, tanto a una persona que vive en Jerusalén como a otra que vive en Samaria. No se modifican por cambios de persona, acontecimiento, tiempo o lugar. Si los hijos de Israel estaban dispuestos a aceptar la norma establecida por estas leyes, no sólo conocerían la naturaleza eterna e inmutable de Dios, sino que también el estilo, el carácter y el sabor del vivir de ellos corresponderían a esa naturaleza.

Por otro lado, puesto que los profetas representaban a Dios mismo y proclamaban la voluntad de Dios con respecto a cierto tiempo, su actividad era flexible y podía cambiar. No estaba limitada ni fija. Esto se debe al hecho de que Dios hace todas las cosas conforme a Su propia voluntad, y El mismo es flexible e ilimitado. Es posible que en una ocasión los profetas den a la gente cierta clase de revelación, y que en otra les den otra clase de revelación. Aquí tal vez den a la gente cierto tipo de guía, y allá otro. Entonces, la norma de la ley dada a los hombres estaba fija y limitada; pero la revelación y la guía que les daban los profetas era flexible e ilimitada. Si los israelitas estaban dispuestos a seguir la revelación y la guía de los profetas, podían conocer a Dios en Su propia Persona por medio de ellas y conocer Su voluntad con respecto a aquel tiempo. También podían corresponder a Dios mismo y Su voluntad, ya sea en acción o en reposo, en el trabajo o en la batalla.

(Conocimiento de la vida, El, capítulo 11, por Witness Lee)