Conocimiento de la vida, El, por Witness Lee

II. LA VIDA ES EL FLUIR DE DIOS

Con respecto a lo que la vida es, primero debemos ver que sólo la vida de Dios es vida. Luego debemos ver que la vida es el fluir de Dios. Apocalipsis 22:1-2 habla de un río de agua de vida que procede del trono de Dios, y de que en este río de agua de vida está el árbol de la vida. Tanto el agua de vida como el árbol de la vida representan la vida. Por consiguiente, aquí se nos muestra claramente que la vida es lo que procede de Dios. Entonces, podemos decir que la vida es el fluir de Dios.

Ya hemos visto que la vida debe ser divina y eterna. Dios, por ser Dios, es naturalmente divino. Y la Biblia también dice que Dios es eterno. Así que, como Dios es divino y también eterno, El es la vida. Por lo tanto, el fluir de Dios es la vida.

En cuanto a la naturaleza divina y eterna de Dios mismo, Dios es vida. Pero si Dios no fluye, aunque es vida con respecto a Sí mismo, para nosotros no lo es. El tiene que fluir; entonces será vida para nosotros. Su fluir pasa por dos etapas. La primera etapa consiste en hacerse carne. Esto hizo posible que El saliera de los cielos para fluir en medio de los hombres y manifestarse como vida (Jn. 1:1, 14, 4). Así que, por una parte la Biblia, hablando de esto, dice que fue “manifestado en carne” (1 Ti. 3:16) y, por otra, dice que “la vida fue manifestada” (1 Jn. 1:2). Por tanto, cuando El estaba en la carne, dijo que El es la vida (Jn. 14:6). Aunque en la primera etapa de este fluir El podía manifestarse a nosotros como vida, nosotros no podíamos recibirlo como vida. Por eso tuvo que dar el segundo paso para fluir. El segundo paso de Su fluir consistió en ser clavado en la cruz. Mediante la muerte, el cuerpo de carne que El había tomado fue quebrantado, permitiendo que El fluyera de la carne y llegara a ser el agua viva de vida para que nosotros lo recibiéramos (Jn. 19:34; 4:10, 14). La roca mencionada en el Antiguo Testamento lo tipificaba; esta roca fue herida y de ella salió agua viva para que la obtuviera el pueblo de Israel (Ex. 17:6; 1 Co. 10:4). Dios se hizo carne para ser un grano de trigo que contuviera vida. Fue crucificado para que, fluyendo, pudiera salir de la cáscara de la carne y entrar en nosotros —Sus muchos frutos— y llegar a ser nuestra vida (Jn. 12:24).

Por tanto, la vida que recibimos de Dios es el fluir de Dios mismo. Desde nuestro punto de vista, esta vida que entra en nosotros es el fluir de Dios que se introduce en nosotros, y desde el punto de vista de Dios, es el fluir que sale de El. Entonces, cuando esta vida sale de nosotros, de nuevo es el fluir que sale de Dios. Este fluir de Dios comenzó en Su trono: primero entró en Jesús el nazareno; luego pasó por la cruz y entró en los apóstoles; después este fluir salió de los apóstoles como ríos de agua de vida (Jn. 7:38); pasó por los santos de todos los siglos, y finalmente entró en nosotros. Este fluir saldrá de nosotros y entrará en millones más y seguirá así por toda la eternidad, fluyendo para siempre y sin cesar, tal como lo afirman Apocalipsis 22:1-2 y Juan 4:14.

Las aguas mencionadas en Ezequiel 47 simbolizan este fluir de Dios. Adondequiera que fluyan las aguas, todas las cosas tendrán vida. Asimismo, adondequiera que llegue este fluir de Dios, habrá vida, porque este fluir es la vida misma. Cuando este fluir llegue a la eternidad, entonces la eternidad estará llena de la calidad de vida y llegará a ser una eternidad de vida.

Al comienzo, cuando la Biblia habla de la vida, nos muestra un río que fluye (Gn. 2:9-14). Al final, en Apocalipsis, se nos muestra que en cuanto a nosotros, todas las cosas relacionadas con la vida, ya sea el agua de vida o el árbol de la vida, proceden de Dios. Esto indica claramente que para nosotros la vida es el fluir de Dios mismo. Dios fluyó desde los cielos, y por medio de la carne entró en medio de nosotros como la vida que nos fue manifestada. Luego, Su fluir salió de la carne y entró en nosotros como la vida que hemos recibido.

(Conocimiento de la vida, El, capítulo 1, por Witness Lee)