III. LAS DOS CLASES DEL CONOCIMIENTO DE DIOS
Aunque nuestro conocimiento de Dios se desarrolla en tres etapas, en realidad sólo hay dos clases de conocimiento: el conocimiento interior y el conocimiento exterior. Conocer las obras y los caminos de Dios es tener un conocimiento de índole exterior. Aunque estas dos etapas difieren en profundidad, ambas representan un conocimiento de Dios que proviene de las obras y caminos de Dios que están fuera de nosotros. Por lo tanto, son objetivas y exteriores. Pero conocer a Dios mismo es un conocimiento de índole interior. Esta clase de conocimiento viene cuando tocamos a Dios mismo por medio de Su vida en nosotros y así le conocemos de modo subjetivo e interior.
En el texto original de la Biblia, dos palabras diferentes se usan para describir el conocimiento interior y el conocimiento exterior. Hebreos 8:11 habla de conocer al Señor. La palabra “conocer” se usa dos veces en este versículo, pero en el texto original, se usaban dos palabras diferentes que tenían significados distintos. El primer “conocer” se refiere a nuestro conocimiento general y exterior, el cual requiere la enseñanza del hombre. El segundo “conocer” se refiere al conocimiento de nuestro sentir interior, el cual no requiere la enseñanza del hombre. Esto indica que el conocimiento exterior de Dios y el conocimiento interior de El, a la verdad son diferentes.
Por ejemplo, supongamos que al lado de una cantidad de azúcar fina y blanca ponemos una cantidad de sal fina y blanca. Según la apariencia exterior, ambos son blancos y finos, y es difícil distinguirlos. Podemos pedirle a alguien que nos diga cuál es el azúcar y cuál es la sal, pero tal conocimiento proviene de la enseñanza de otros y es exterior, objetivo y general. También puede ser erróneo. Sin embargo, al probarlos simplemente podremos determinar inmediatamente cuál es el azúcar por el sabor dulce, y cuál es la sal por el sabor salado. No será necesario que otros nos informen. Esta clase de conocimiento proviene del sentir que tenemos dentro de nosotros; así que es subjetivo y pertenece al sentir interior.
Cuando probamos a Dios interiormente, experimentamos un disfrute y un sabor que no se puede obtener al conocer a Dios exteriormente conforme a Sus obras o caminos. Salmos 34:8 dice: “Gustad, y ved que es bueno Jehová”. Gracias a Dios, ¡a El se le puede probar! Hebreos 6:4-5 también dice: “Los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero”. Esto nos muestra que no sólo se puede gustar a Dios, sino también a las cosas de Dios, las cosas del Espíritu. Gustar así nos da un conocimiento interior. Una vez que interiormente “gustamos” a Dios y las cosas de Dios, naturalmente tenemos un conocimiento cierto y acertado que proviene del sentir interior, y no es necesario que otros nos enseñen. ¡En verdad ésta es una bendición gloriosa bajo el nuevo pacto!
(Conocimiento de la vida, El, capítulo 11, por Witness Lee)