APRENDER LAS VERDADES
A FIN DE EXPERIMENTAR Y MINISTRAR A CRISTO
Después que hayamos aprendido las verdades, aún necesitamos experimentar a Cristo para que Él llegue a ser nuestra realidad. De este modo, cuando halemos a las personas, no les impartiremos conocimiento ni doctrinas, sino que les ministraremos a Cristo. Por ejemplo, si les decimos a las personas acerca de los beneficios de la Coca-cola, pero no les damos de beber una lata de Coca-cola, ellas no podrán disfrutar de los beneficios de la Coca-cola, no importa cuán interesante sea lo que les decimos. Esto es simplemente hablar sin impartir ningún suministro. En el pasado, lo que sabíamos hacer era principalmente impartir el suministro pero no hablar; eso tampoco estaba bien. La práctica apropiada consiste en que todos aprendamos a hablar Cristo y a ministrar a Cristo a los demás.
Hechos 5:42 nos dice que los primeros discípulos anunciaban el evangelio de Jesús, el Cristo; eso significa que anunciaban a Jesucristo como evangelio. Lo que ellos anunciaban no era una vana doctrina ni un evangelio ambiguo, sino a un Jesucristo vivo, quien es la realidad y contenido del evangelio. Después que predicaban y las personas recibían el evangelio, espontáneamente recibían a Jesucristo.
En Efesios 3:8 Pablo dijo que anunciaba a las personas el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. Eso significa que Pablo no anunciaba unas cuantas doctrinas, sino que, en vez de ello, les suministraba de una manera práctica las riquezas del Señor Jesucristo. Por ejemplo, Pablo nos dijo que Cristo posee tanto divinidad como humanidad (Ro. 1:3-4). Eso significa que Él era tanto Dios como hombre y, como tal, poseía todos los atributos divinos y las virtudes humanas. Esto forma parte de las riquezas de Cristo. Más aún, Él también pasó por el proceso del vivir humano, en el que experimentó toda clase de pruebas y aflicciones propias de la vida humana, y tuvo que soportar todos los dolores inherentes a la humanidad. Después de esto fue a la cruz y murió, y en Su muerte acabó con todas las cosas y efectuó la redención por nosotros. Después de Su muerte, resucitó y fue hecho el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es, de hecho, el Dios Triuno, que incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todos los atributos del Padre, el Hijo y el Espíritu, como por ejemplo, el amor, la luz, la santidad, la justicia, la vida, el poder, la autoridad, la paz y el gozo, son elementos que forman parte de las riquezas inescrutables de Cristo. No obstante, ¿cómo pueden todas estas riquezas convertirse en nuestra experiencia práctica? ¿Y cómo podemos ministrar a tal Cristo a otros en nuestro hablar?
Debemos decirles a las personas que este Cristo, quien posee todas estas riquezas inescrutables, es ahora el Espíritu vivificante. Él es el Redentor que efectuó redención por nosotros, y Él es el Salvador que desea salvarnos. Este Espíritu, por ser omnipotente, está en nuestro corazón y en nuestra boca. Si confesamos nuestras faltas, nos arrepentimos e invocamos el nombre del Señor Jesús, abriendo nuestra boca y creyendo en nuestro corazón, el Espíritu entrará en nosotros. Una vez que el Espíritu entre en nosotros, traerá consigo todas Sus riquezas. A partir de ese momento, siempre que invoquemos al Señor, lo inhalemos y disfrutemos día tras día, todas Sus riquezas llegarán a ser nuestra experiencia, y sus atributos, tales como el amor, la luz, la santidad y la justicia serán nuestras virtudes. Entonces descubriremos que nuestro amor es ilimitado, que nuestra paciencia es duradera y trascendente, y que nuestro poder es fuerte. Después de hablarles a las personas, debemos también orar con ellas. Una vez que oren, el Espíritu entrará en ellas y las capacitará para tocar la realidad y comprender y recibir a Cristo. Ésta es la manera apropiada de ministrar a Cristo a las personas. Primero, debemos hablarles acerca de la verdad y presentarles a Cristo de una manera clara. Luego, debemos orar con ellas para suministrarles de una manera práctica en espíritu lo que les hemos hablado, de manera que reciban al Cristo a quien les hemos anunciado.
(
Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, La, capítulo 5, por Witness Lee)