Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, La, por Witness Lee

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EL PADRE ES GLORIFICADO AL SER EXPRESADO MEDIANTE LA MULTIPLICACIÓN DE LA VIDA

Aunque en cada uno de los cuatro Evangelios se nos habla de predicar el evangelio, el relato del Evangelio de Juan es el más particular de todos. Al final de Mateo el Señor mandó a los discípulos que predicaran el evangelio (Mt. 28:18-20), y al final de Marcos y Lucas el Señor dio mandamientos muy similares (Mr. 16:15-16; Lc. 24:46-48). Sin embargo, en el Evangelio de Juan, el Señor no mandó a los discípulos a que predicaran el evangelio, sino que, más bien, les dijo que deseaba que llevaran fruto. El Evangelio de Mateo presenta la predicación del evangelio del reino; el Evangelio de Marcos nos presenta la predicación del evangelio a toda la creación; el Evangelio de Lucas presenta la predicación del evangelio para el perdón de pecados. Sin embargo, el Evangelio de Juan, es un libro, un evangelio, que trata de la vida. Por consiguiente, en el Evangelio de Juan la predicación del evangelio no se efectúa principalmente proclamándolo o predicándolo, sino más bien, liberando la vida divina.

En Juan 15:4-5 el Señor dijo a los discípulos: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto”. El hecho de que los pámpanos permanezcan en la vid no sólo hace referencia a la predicación del evangelio, sino al desbordamiento de la vida interna. Por ejemplo, los árboles frutales en un huerto no predican el evangelio, sino que simplemente crecen. Más aún, su pleno crecimiento es el desbordamiento de la vida que está dentro de ellos. Esta vida que se desborda de una manera práctica redunda en mucho fruto. Por lo tanto, el fruto que producen las ramas de los árboles frutales es el resultado del desbordamiento de la vida que está dentro de ellos.

En Juan 15 se nos presenta el mismo cuadro. Allí se nos dice que el Padre es glorificado en que llevemos mucho fruto (v. 8). Muchos cristianos no saben lo que significa que el Padre sea glorificado. El Padre es glorificado cuando Él es multiplicado. Por ejemplo, supongamos que un joven después de estar casado por diez años, aún no tiene hijos, y que pasan treinta años más y él sigue sin hijos. Finalmente, a los noventa años, él continúa siendo estéril. Si usted fuera a visitarlo a su casa, únicamente vería a un anciano con la espalda encorvada y a su anciana esposa que casi no puede caminar. En lugar de percibir gloria, únicamente sentiría lástima. En cambio, supongamos que un joven después de estar casado por veinte años engendra doce hijos y ocho hijas, y supongamos que todos sus hijos, después de casarse, también engendran hijos e hijas, con lo cual le dan quince nietos. Tan sólo a la edad de cincuenta años, él tendrá una numerosa descendencia. Si viéramos su numerosa descendencia, ciertamente lo admiraríamos y diríamos: “¡Glorioso! ¡Glorioso! ¡Eso es verdaderamente glorioso! Has producido muchos hijos”.

Nuestro Padre es glorificado en que llevemos mucho fruto. Eso significa que la vida divina del Padre se expresa cuando llevamos mucho fruto como pámpanos de la vid, y es en esto que Él es glorificado. Cuando vemos a tanto jóvenes en la iglesia que toman la decisión de amar y servir al Señor y a tantas personas que son traídas a la iglesia, exclamamos con gozo: “¡Gloria!”. La razón por la cual exclamamos esto es que la vida divina del Padre está siendo multiplicada.

Hace treinta años cuando por primera vez visité las Filipinas, algunos de entre los hermanos responsables de aquel tiempo parecían árboles que casi no habían crecido, y con algunos no se sabía a ciencia cierta si eran plantas o piedras. Sin embargo, después de veinte años todos ellos ahora tienen canas. Supongamos que en las Filipinas sólo hubiera un grupo de ancianos como los que acabamos de describir, es decir, que no hubiera jóvenes ni tampoco se hubiera añadido a la iglesia ninguna persona local, y que incluso los hijos de estos santos envejecidos se hubieran perdido. Si éste fuera el caso, se nos congelaría el corazón. Si escucháramos a estos santos cantar con una voz enfermiza y débil, ciertamente nos provocaría llorar y lamentaríamos ya que una iglesia que no tiene jóvenes no tiene posteridad y, por ende, no tiene futuro. Sin embargo, cuando vemos a todos los jóvenes, especialmente a los nuevos, tomar iniciativas por el Señor, y cuando los escuchamos cantar en la reunión, es realmente glorioso. Esto confirma lo que dijo el Señor: “En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto”. ¡Cuán glorioso sería si los salones de reunión de nuestras localidades estuvieran llenos de jóvenes!

Por esta razón, todos necesitamos que se nos recuerde que debemos ir y llevar fruto. Cada uno de nosotros tiene que hacer un voto delante del Señor de llevar un fruto cada año. Si no podemos traer al menos una persona al Señor, es decir, si no podemos llevar un fruto para el Señor en un año (trescientos sesenta y cinco días), eso sería una vergüenza para nosotros. Tal vez semana tras semana vengamos solos a las reuniones portando únicamente nuestra Biblia y nuestro himnario. Hacíamos esto hace cinco años, y ahora, cinco años más tarde, la situación no ha cambiado, pues sigue siendo la misma: no hemos traído a nadie con nosotros. Si este es nuestro caso, entonces no hay ninguna gloria. Sin embargo, supongamos que en la próxima primavera cada uno de nosotros trae un corderito, y en la segunda mitad del año, traemos cada uno otro corderito. Entonces todos tendríamos una sensación interna de que esto es glorioso. Si cada uno de nosotros trae dos corderitos para la segunda mitad del siguiente años, de manera que se ocupen todas las sillas del salón de reuniones, entonces la expresión será aún más gloriosa.

(Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, La, capítulo 7, por Witness Lee)