Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, La, por Witness Lee

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PARTICIPAR DE LA VIDA Y LA NATURALEZA DIVINAS

Tenemos que darnos cuenta de que la iglesia es diferente de cualquier sociedad humana y distinta de toda otra organización cristiana. La diferencia o distinción es que la sociedad humana y los grupos cristianos dependen en gran medida de una estructura organizativa y de la labor humana, mientras que la iglesia únicamente depende de la luz de la verdad a fin de disfrutar la vida del Señor. La verdad y la vida no son nada menos que el Señor viviente. El Señor les dijo a los discípulos: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10), y también dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (11:25). Él no solamente es la vida, sino también la resurrección. Eso significa que la vida, lo que Él mismo es, es la vida de resurrección. El hecho de que esta vida es la vida de resurrección significa que esta vida es capaz de sorber la muerte. Si esta vida es introducida en la muerte, la muerte no podrá vencerla; antes bien, debido a que esta vida es la resurrección, sorberá la muerte. Esta resurrección es, de hecho, el Señor Jesús, Aquel en quien creemos y a quien recibimos. Hoy en día el Señor Jesús es el Espíritu de vida quien es viviente y quien nos vivifica y fortalece. Por ello, Él es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Él está en nosotros para darnos vida e impartirnos Su suministro día a día a fin de que podamos crecer.

En los seis mil años de historia de la humanidad, ha habido muchos filósofos de renombre como Confucio de China y Sócrates de Grecia, quienes eran sumamente sabios y quienes tenían muchos pensamientos muy profundos y trascendentales. Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a decir que él era la vida. La expresión “Yo soy la vida” es muy sencilla y, sin embargo, es extremadamente significativa. ¿Quién podría expresar tales palabras? Si hoy en día alguien nos dijera: “Yo soy la vida”, ciertamente pensaríamos que esa persona es insensata o ha perdido la razón. ¿Qué clase de persona podría hacer semejante afirmación? En ninguno de los libros y obras clásicas de la historia de la humanidad podemos encontrar una afirmación como ésta. ¿Quién expresó tales palabras? El Señor Jesús. Él no habría podido decir tales palabras a menos que poseyera una sabiduría excepcional y una realidad extraordinaria.

El Señor no solamente dijo: “Yo soy [...] la vida”, sino que también dijo: “Yo soy la resurrección”. Más aún, dijo: “Yo he venido para que tengan vida”. Si Él no fuera Dios y el Espíritu siempre-viviente, y si no poseyera una sabiduría suprema y extraordinaria, ¿cómo podría haber dicho tales palabras? Estas palabras son sencillas pero a la vez misteriosas. Ellas son lo suficiente para que creamos que el Señor Jesús es extraordinario y muy superior a Confucio y a Sócrates. Nadie jamás se ha atrevido decir que él es la vida. Solamente el Señor Jesús dijo esto, e incluso lo dijo en repetidas ocasiones. Él pudo afirmar esto porque solo Él es la vida verdaderamente. Él es muy grandioso y trascendente.

Después de decir estas palabras, el Señor cumplió lo que dijo. Después de decir: “Yo soy [...] la vida”, Pedro, uno de Sus discípulos, escuchó esta palabra y la recibió. Desde entonces Pedro tuvo una vida trascendente. A pesar de que era un pescador de Galilea, un hombre inculto y laico (Hch. 4:13), después que recibió esta vida trascendente, llegó a ser una persona trascendente. Después, en 2 Pedro escribió: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad [...] por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (1:3-4). Si Pedro no hubiera experimentado todas estas cosas, no habría podido escribir estas palabras. Aunque él era un pescador galileo, pudo afirmar que había recibido la vida de Dios y participado de la naturaleza divina.

Hoy en día a muchas familias les gusta tener perros y jugar con ellos. Sin embargo, a mí no me gustan, porque no importa cuán buenos sean, los perros no poseen la naturaleza divina. En cambio mis nietos me gustan mucho. Algunos de ellos tienen siete u ocho años de edad, y otros sólo tienen dos o tres. Ellos lloran y gatean en el piso. Disfruto mucho cuando los veo, juego con ellos y dejo que se recuesten junto a mí. Pero si viera un perrito en la casa, de inmediato lo echaría porque no somos de la misma especie. Yo soy un hombre, y él es un perro; como tal, no posee la naturaleza humana y yo no poseo su naturaleza canina. Por eso no podemos comunicarnos. Sin embargo, mis nietos y yo tenemos la misma naturaleza. Cuando me llaman: “¡Abuelo!”, mi corazón salta de alegría. Cuando los abrazo, ellos se ponen muy contentos. Por ser cristianos, nosotros poseemos la naturaleza divina y podemos tener comunión con Dios. Esto es sin duda algo maravilloso.

La razón por la cual poseemos la vida y la naturaleza de Dios es que Jesucristo entró en nosotros y nos impartió la vida de Dios. Desde entonces tenemos la sensación de que estamos muy cerca de Dios y espontáneamente lo invocamos, diciendo: “¡Abba, Padre!”. Cuando lo invocamos de este modo, tenemos una sensación dulce y nos sentimos gozosos y reconfortados. Cuando más lo invocamos, más sentimos que Él vive en nosotros y que pertenecemos a Él. Esto se debe a que poseemos Su vida y Su naturaleza. Podemos vivir por su vida y disfrutar Su vida divina.

(Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, La, capítulo 6, por Witness Lee)