Vencedores que Dios busca, Los, por Watchman Nee

CRISTO EN LA EXPERIENCIA Y LA VIDA CRISTIANAS

Cristo tiene la preeminencia en la vida y en la experiencia de los creyentes

Cristo tiene la preeminencia en la vida cristiana

Lectura bíblica: 2 Co. 5:14-15; Gá. 2:20

La vida del creyente es Cristo (Col. 3:4). El hecho de que Cristo sea nuestra vida y que El sea nuestro poder son dos cosas diferentes. ¿Cómo podemos ser santos? ¿Cómo podemos tener la victoria?

(1) Muchos piensan que la santidad y la victoria equivalen a ser librados de los pecados insignificantes y dominar el mal genio.

(2) Algunos piensan que tener santidad y victoria significa ser paciente, humilde y manso.

(3) Otros piensan que ser santo y victorioso significa dar muerte al yo y a la carne.

(4) Otros piensan que la santidad y la victoria se obtienen estudiando más la Biblia, orando más, siendo más cuidadosos y confiando en el Señor para que nos dé fortaleza.

(5) Otros tienen la idea de que el poder está en el Señor, que nuestra carne fue crucificada, y que por fe, debemos reclamar el poder del Señor para vencer y ser santos.

Ninguno de los cinco casos mencionados es correcto. El quinto caso da la impresión de estar bien, pero en verdad no es así, por las siguientes razones:

Cristo es nuestra vida. ¡Esto es victoria! ¡Esto es santidad! Cristo es la vida victoriosa, la vida santa, la vida perfecta, todo ello. Cristo lo es todo de principio a fin. Aparte de El no tenemos nada. El debe tener la preeminencia en todas las cosas. La vida victoriosa que Dios nos dio no es una cosa como la paciencia o la mansedumbre, sino que es el Cristo viviente. Cristo no remienda nuestras faltas. No carecemos de paciencia sino de vivir a Cristo. Cristo nunca corta un pedazo de Sí mismo para remendar nuestros agujeros. Carecer de paciencia en realidad es carecer de Cristo, porque Dios desea que Cristo tenga el primer lugar en todas las cosas. Por lo tanto, darle muerte al yo no es santidad. Cristo es la santidad. El debe tener la preeminencia en todas las cosas.

Si Dios quisiera que tuviéramos poder, sólo bastaría con hacernos personas poderosas, pero Cristo no tendría el primer lugar en nosotros. Cristo es mi poder, y por eso tiene la preeminencia en mí. Nosotros no obtenemos poder porque no somos lo suficientemente débiles. El poder de Cristo “se perfecciona en la debilidad”. No es el Señor que me hace poderoso; sino que el Señor es poderoso en mi lugar.

El hermano Hudson Taylor vio que: “Vosotros sois los pámpanos”. Por otro lado, el autor del libro The Victorious Life [La vida victoriosa] vio que la victoria es Cristo. No es que yo reciba el poder de Cristo para que me ayude a ser un hombre victorioso, sino que Cristo es el hombre victorioso en milugar. No es que Cristo me dé la fuerza para ser paciente, sino que El expresa la paciencia en mí. “¡Señor, te permito que vivas Tu vida por mí!” Nosotros no vencemos para el Señor, sino que El vence por medio de nosotros. Por la fe me entrego al Señor y le permito que viva Su vida en mí. Ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí (Gá. 2:20). Yo vivo por la vida de Cristo y también por “la fe en el Hijo de Dios” (v. 20b). Cuando creemos y recibimos al Hijo de Dios, no solamente Su vida entra en nosotros, sino también Su fe. Por tanto, podemos vivir por Su fe.

¡Cristo es la victoria! ¡El es la paciencia! Lo que necesitamos no es paciencia, mansedumbre o amor, sino a Cristo. El debe tener la preeminencia en todas las cosas. Desde nuestro interior, Cristo manifiesta la paciencia, la mansedumbre y el amor. El hombre sólo merece morir. No merece ninguna otra cosa. Cuando Dios creó a Adán, tenía un deseo, y Adán debía obedecer ese deseo. Pero cuando Dios nos hizo de nuevo, el caso fue otro. Nos dio muerte a nosotros, y El vive Su deseo en nuestro interior. No debemos solamente ver al Salvador como nuestro substituto, quien murió en el Gólgota; debemos ver al Señor que está en nosotros y que vive en nuestro lugar. Cristo es nuestra sabiduría. Primero El llegó a ser nuestra justicia, por la cual fuimos salvos. En el presente El es nuestra santificación, por la cual vivimos santamente. En el futuro El será nuestra redención, por la cual nuestro cuerpo será redimido (1 Co. 1:30). ¡El tiene el primer lugar en todas las cosas!

¿Cómo podemos entrar en esta vida victoriosa? Debemos hacer lo siguiente:

1. No confiamos en nosotros mismos

Debemos conocer el yo totalmente. Ya vimos que lo único que el yo merece es morir; cualquier esperanza en el yo tiene que llegar a su fin. Cuando nosotros llegamos a nuestro fin, Dios empieza a actuar. No podemos recibir la victoria de Cristo si todavía tenemos esperanzas en nosotros mismos. Cristo vive en nosotros, pero debemos darle la libertad de que gobierne y reine en nosotros.

2. Nos consagramos totalmente

Debemos consagrarnos con todo nuestro corazón. Si no vemos nuestra inmensa debilidad, no podemos aceptar la cruz ni consagrarnos por completo ni traspasar todos nuestros derechos a las manos del Señor para permitirle ser el Señor.

3. Creemos

Después de consagrarnos, tenemos que creer que Cristo vive por medio de nosotros y que ya le entregamos nuestros derechos.

Cristo vive en nuestra carne, de la misma manera que El vivió en la carne que obtuvo de María. Cristo desea vivir en la tierra por medio de nuestra carne como lo hizo en Su propia carne cuando estuvo en la tierra. Cristo tiene que expresar Su vida en nosotros. Nuestra victoria se basa en ceder a Cristo el primer lugar en todas las cosas y en permitirle que sea el Señor en nuestro vivir.

El Antiguo Testamento nos muestra cómo vivía el pueblo escogido de Dios en la tierra. Al principio, el tabernáculo era el centro de las doce tribus. Después el templo era su centro. El centro del templo era el arca. El tabernáculo, el templo y el arca tipifican a Cristo. Cuando había armonía entre los israelitas y el tabernáculo, el templo y el arca, ellos obtenían la victoria, y ninguna nación podía vencerlos. Aunque sus enemigos sabían cómo pelear la batalla y ellos no, de todos modos vencían a todos sus enemigos. Cuando se interrumpía la relación entre ellos y el templo, eran capturados. No dependían de un rey poderoso, ni de su propia habilidad o inteligencia. Dependían exclusivamente de la relación entre ellos y el arca que estaba en el templo. Debemos darle al Señor el primer lugar. Sólo entonces tendremos la victoria. Debemos interesarnos en la victoria del Señor para poder obtener la victoria. Si el cabello se corta, no puede haber victoria. Lo mismo sucede con nosotros en la actualidad. Si no le damos a Cristo el lugar más prominente ni tiene el primer lugar en nuestro corazón, no podremos obtener la victoria.

(29 de enero, por la mañana)

(Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 2, por Watchman Nee)