Vencedores que Dios busca, Los, por Watchman Nee

EL SIGNIFICADO DE SER LIBRADO DE LA LEY

Romanos 7 es un capítulo asombroso; examinemos solamente el versículo 4. En este versículo lo primero que se menciona es esta expresión: “Así también a vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley”. En otras palabras, estamos muertos a la ley. Hermanos, ¿comprendemos que necesitamos ser librados de la ley? Si yo digo que debemos ser librados del pecado, todos lo entienden, porque el pecado es repulsivo de por sí. Si digo que necesitamos ser librados del mundo, todos asienten porque el mundo crucificó a nuestro Señor y es maligno. Si digo que debemos ser librados de nosotros mismos, también todos lo aprueban porque saben que la carne es maligna. Si digo que debemos ser librados de las impurezas y el libertinaje, todos estarán de acuerdo. Pero si digo que debemos ser librados de la ley, algunos pueden decir que no lo creen necesario. Si el apóstol dice que necesitamos ser liberados del yo, decimos: “Amén”, pero cuando dice que hemos sido libertados de la ley o que estamos muertos a la ley, no sabemos cómo responder. Comprendemos que lo dicho por el apóstol es acertado, pero no sabemos por qué lo dijo. Sabemos qué es la liberación del pecado, del yo y del mundo, pero no entendemos por qué debemos ser librados de la ley. ¿Por qué el apóstol nos dice que somos librados de la ley y que estamos muertos a la ley? ¿Qué tiene que ver la liberación con la ley? Tienen mucha relación entre sí. Ser libres de la ley tiene mucho que ver con ser libres del mundo, del pecado y del yo. Por consiguiente, es muy importante.

Hermanos y hermanas, si deseamos experimentar la liberación, es muy importante que nos demos cuenta de que Dios no tiene esperanzas en nosotros. Si esperamos ser librados, primero debemos entendernos a nosotros mismos y reconocer que no tenemos remedio. Tenemos que ver claramente cómo Dios nos evalúa y cómo nos evaluamos nosotros mismos. Todos nosotros pertenecemos a Cristo y somos de El. Tal vez hayamos sido cristianos por muchos años, pero me temo que hemos vivido una vida de fracasos y frecuentes tropiezos y caídas. ¿Pero qué pasa después de que caemos? Casi toda persona toma una decisión después de cometer una falta, y dice para sí: “La próxima vez obraré mejor y no cometeré el mismo error”. Toda falta trae consigo dolor y remordimiento, y las preguntas surgen una vez más: “¿Por qué lo hice? ¿Por qué caí de nuevo? Soy un creyente y no debo actuar así. ¡Esto es lamentable!” Así que viene el desánimo. Después de la falta, por lo general hay dos resultados: uno decide que la próxima vez no sucederá lo mismo, en segundo lugar, se siente mal al contemplar lo que ha hecho y preguntándose por qué es tan malo. Esto es lo que hacemos constantemente. Cuando uno comete una falta, se duele en el corazón y se pregunta: “¿Cómo pude haber caído tan bajo? Jamás volveré ha hacer semejante cosa. ¡Señor, líbrame de esto!” Esta experiencia es similar a la de Romanos 7. Antes de que el dolor de nuestro corazón desaparezca, habrá otro motivo para sentir más dolor. Aunque esta resolución no produjo resultados, tomamos una segunda decisión. Esto sucede una y otra vez, pero las cosas no mejoran. Este es nuestro caso. ¿Por qué sucede esto? Porque uno todavía no ha sido libertado de la ley, ni ha visto qué es la ley y qué es ser librado de ella.

Si deseamos entender lo que es ser libres de la ley, debemos primero entender la relación que la ley tiene con nosotros. La ley es lo que Dios nos exige en nuestra carne; en ella El nos dice lo que deberíamos y lo que no deberíamos hacer; es lo que Dios nos prohíbe o nos ordena. En síntesis, la ley es lo que Dios exige a todos los que están en Adán. (Dios hace esto con el fin de poner en evidencia la corrupción y la inutilidad de la carne.) Dios no es el único que nos pone bajo la ley, pues nosotros mismos, los que estamos en Adán, también nos ponemos bajo la ley, con la esperanza de complacer a Dios. Nos fijamos preceptos que queremos observar y decimos: “Haré esto y haré lo otro”. Además de los mandamientos que Dios estableció, nosotros mismos nos ponemos otros más que son tan severos como los de Dios. Por consiguiente, Dios nos exige ciertas cosas, y nosotros también exigimos algo de nosotros mismos. Esto significa que todavía tenemos esperanzas en lo que corresponde a Adán, pues pensamos que podemos mejorar y nos esforzamos por avanzar y vencer. Hermanos y hermanas, Dios nos puso bajo la ley, y también nosotros nos pusimos bajo la ley.

¿Qué quiere decir ser librados de la ley? Es perder por completo la esperanza en nosotros mismos. Abandonemos toda esperanza que tengamos en lo que provenga de nosotros, pues así seremos libres de la ley. Dios permite que pequemos día tras día, para que nos demos cuenta de que somos corruptos e impuros, y de que es imposible mejorar. No podemos vencer ni guardar la ley. No hay ninguna posibilidad de recibir ayuda, ya que somos inútiles y no estamos mejorando. Dios desea que reconozcamos que El nos crucificó en Cristo debido a que somos corruptos y sin esperanza. Cuando reconocemos que no tenemos remedio y que Dios así nos ve, permaneceremos en la posición que Dios nos asigna. El dice que somos corruptos hasta la médula y que no tenemos remedio, y nosotros debemos decir lo mismo. Lo único que podemos hacer es pecar. Dejemos de abrigar esperanzas en nosotros mismos. Es así como somos librados de la ley. ¡Qué gran liberación es ésta! La única manera de ser librados de la ley es creer que no tenemos remedio.

La última vez que estuve en Canadá, conocí a cierto hermano. El era un buen hombre y sabía predicar el evangelio; Dios lo usaba para salvar a muchos pecadores. Ahora él tiene más de sesenta años. Un día íbamos caminando por la calle y hablando, y llegamos a este tema. Me dijo que ésta es la lección que tenemos que predicar continuamente. Le pregunté a qué se refería, y me contó su historia: “Cuando yo era joven, tenía mucho celo. Quería servir eficazmente al Señor, progresar espiritualmente y mejorar. Pero todo me salía mal. Cuanto más trataba de mejorar, peor me volvía, y descubrí que no podía lograrlo. Quedé desanimado y perplejo, mas no encontraba la solución. Un día un hermano me dijo: ‘Mira, Dios no abriga la esperanza que tú tienes en ti mismo. Tú tienes muchas esperanzas en ti mismo, pero ¡Dios no tiene ninguna esperanza en ti!’ Quedé bastante sorprendido y le pregunté qué pensaba Dios de mí. Me dijo: ‘Dios sabe que no tienes fuerza y que nada puedes hacer. Tú no tienes remedio. Por esta razón El te clavó en la cruz. No mereces otra cosa que ser crucificado’. Desde ese día, las escamas de mis ojos empezaron a caer. Vi que Dios no requiere nada de mí, y que yo no puedo hacer nada. Por eso, El me crucificó. Ya que tal es el caso, ¿para qué voy ha seguir luchando?”

Hermanos y hermanas, en teoría y en doctrina sabemos muy bien que la antigua vida adámica es irreparable y sin cura. Pero lo sorprendente es que en nuestra experiencia, todavía tratamos de repararla y de mejorarla; todavía albergamos esperanzas en la vida adámica. Muchas personas dicen: “¡Estoy aterrado de haber cometido tal pecado!” Pero me parece que nos deberíamos sorprender cuando no cometamos ese pecado. ¿Hay algún pecado que no podamos cometer? No. Podemos cometer cualquier pecado, ya que la raíz de todo pecado se halla en nosotros. Dios nos considera desahuciados e irreparables. Por eso nos crucificó. Cuando el Señor murió, también nosotros morimos. Dios nos clavó en la cruz como resultado de habernos evaluado. En efecto, Dios dice que lo único que merecemos es la muerte.

Hermanos y hermanas, cuán diferente es nuestra evaluación a la de Dios. Nosotros creemos que podemos hacer algo, vencer, ser santos y progresar espiritualmente, pero Dios no abriga tal esperanza. Somos pecado de pies a cabeza; somos completamente inútiles. No hay forma alguna de salvarnos, excepto por medio de la muerte. Sin muerte no hay liberación. Pensamos que todavía tenemos la oportunidad de mejorarnos y de obtener la victoria, pero eso no es posible. Vemos el primer factor, el cual es la evaluación que Dios hace de nosotros, cuánto piensa El que valemos. Los que pueden comprender esto son los más bienaventurados. Un sinnúmero de creyentes ha experimentado repetidos tropiezos, contaminación, fracasos, decepciones y caídas antes de ver que Dios no tiene ningunaesperanza en ellos. Cuanto más pronto veamos esta realidad, mejor, porque éste es el punto de partida de toda liberación. La verdadera emanación de vida comienza ahí. Debemos ver que sólo merecemos la muerte. Cuanto más temprano veamos esto, más rápido creceremos. Todo el problema radica en la perspectiva que tengamos de la vida adámica. Hemos oído en incontables ocasiones que la vieja vida de Adán no se puede reparar ni alterar. Pero, ¿cuántos han comprendido que la única solución es la muerte? Conocer la doctrina es una cosa, pero entender la realidad es otra. Las doctrinas sólo nos ayudan a entender intelectualmente, pero recibir la visión requiere revelación en nuestro espíritu. Todo lo que no viene de la revelación o de la visión no cuenta porque no tiene ningún efecto.

Ser libres de la ley significa ser liberados de lo que Dios exige, lo cual indica que hicimos a un lado la esperanza de complacer a Dios. A esto llegamos cuando entendemos lo que son la vida adámica y la obra de Cristo. Ya no tenemos ninguna esperanza de complacer a Dios. Si todavía pensamos que podemos complacerle por nuestro propio esfuerzo, todavía no hemos sido librados de la ley, y no podremos evitar el dolor ni el desánimo. Sólo cuando sabemos que Dios ya no tiene ninguna esperanza en nosotros, dejamos de desanimarnos.

(Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 5, por Watchman Nee)