IV. CRISTO EN LA REDENCION
Cristo tiene la preeminencia en la redención
Hace pocos días hablamos de que “Cristo es el todo, y en todos”. Dios planeó antes de la fundación del mundo “tener el primer lugar en todas las cosas”. Veamos como la redención de Cristo lleva a cabo el plan de Dios.
El plan de Dios tiene una meta con dos aspectos: (1) Tener todas las cosas que expresen la gloria de Cristo, para que El tenga la preeminencia en todas las cosas, y (2) hacer que el hombre sea conformado a Cristo, y que tenga Su vida y Su gloria.
Colosenses 1 expresa las siguientes dos cosas: (1) Cristo tiene la preeminencia en todas las cosas, y (2) Cristo es la Cabeza de la iglesia.
Efesios 1 tiene estas dos afirmaciones: (1) Cristo es Cabeza sobre todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, y (2) la iglesia es Su herencia.
Apocalipsis 4 y 5 también contiene dos aseveraciones: (1) El capítulo cuatro habla de la creación, y (2) el capítulo cinco, de la redención.
Dios creó todo lo que existe para llevar a cabo Su plan. Cuando creó las cosas y al hombre, tenía como meta que todo expresara a Cristo, y que el hombre fuera conformado a Cristo, con Su vida y Su gloria. Sin embargo, Satanás se rebeló y trató de impedir esto, haciendo que todas las cosas se salieran de su cauce y haciendo caer al hombre. Por tanto, Dios tuvo que efectuar la redención para cumplir la meta que se había propuesto con la creación. Como resultado, la redención que Cristo efectuó debe: (1) reconciliar todas las cosas con Dios, y (2) redimir a la humanidad caída impartiendo Su vida en ellos. Para resolver este problema, la redención también debe: (3) castigar la rebelión de Satanás, y (4) quitar el pecado del hombre.
La redención que Cristo realizó resolvió estos cuatro asuntos y así cumplió la meta de Dios: (1) reconcilió todas las cosas con Dios, y (2) depositó Su vida en el hombre. También solucionó el problema que se le había presentado a Dios: (3) quitó de en medio al rebelde Satanás, y (4) quitó el pecado del hombre. Dos de estos aspectos son positivos, y dos son negativos.
La redención cumple las dos metas de Dios
Antes de la fundación del mundo, el Padre tuvo una conferencia con Su Hijo, en la cual le pidió a Su Hijo que se hiciera hombre para efectuar la redención. Esta no era un remedio provisional que Dios hubiera tenido que llevar a cabo en ese momento, sino un plan preparado con antelación según Su predestinación. Cristo no vino al mundo para ser un hombre a la imagen de Adán; por el contrario, Adán fue creado a la imagen de Cristo. Génesis 1:26 expresa el plan de Dios, y 1:27 presenta la manera en que lo ejecuta. El versículo 26 dice: “Hagamos” ese plan, mientras que el versículo 27 dice que Dios creó a “Su” (singular) imagen. El versículo 26 habla del plan formulado en la conferencia de la Deidad, mientras que el versículo 27 describe la creación del hombre a la imagen del Hijo. Adán fue creado a la imagen de Cristo y, por ende, tipifica a Cristo (Ro. 5:14). La venida de Cristo al mundo no fue un remedio temporal, pues ya hacía parte del plan de Dios. Cristo fue ungido antes de la fundación del mundo. El es el hombre universal. El no está limitado por el tiempo ni el espacio; es el Ungido desde antes de la fundación del mundo. También es el Cristo que llena el universo. Belén y Judea son universales. Cristo no solamente nació en Belén y fue bautizado en el río Jordán; el universo también nació y fue bautizado allí. El Cristo de los evangelios se debe considerar el Cristo universal.
El primer aspecto de la redención es la encarnación de Cristo. Cristo se encarnó como hombre al bajar de la posición de Creador a la posición de criatura. El tuvo que tomar un cuerpo creado a fin de poder morir por el hombre y por todas las cosas. Primero tiene que estar en Belén y después en el Gólgota. Debe estar el pesebre antes de poder ir a la cruz.
(1) La redención que Cristo efectuó reconcilió todas las cosas con Dios. Todas las cosas fueron creadas en Cristo (Col. 1:16). Cuando Dios mira a Cristo, ve todas las cosas, pues para El todas las cosas se hallan en Cristo, de la misma manera que Leví pagó diezmos estando en los lomos de Abraham (He. 7:9-10). Cristo gustó la muerte por todas las cosas (He. 2:9). En la cruz El reconcilió todas las cosas con Dios (Col. 1:20). La extensión de la redención de Cristo no solamente llega al hombre sino también a todas las cosas. Puesto que las cosas no pecaron, no necesitan redención. El problema entre las cosas y Dios es que no están reconciliadas, y por eso solamente necesitan reconciliación.
(2) La redención proporciona al hombre la vida de Cristo. La redención no solamente reconcilia todas las cosas con Dios, sino que también hace que el hombre tenga vida y sea como El. Por la redención Cristo libera Su vida. Cuando El estuvo en la tierra, Su vida divina estaba restringida y confinada a Su carne. Mientras estaba en Jerusalén, no podía estar en Galilea. La muerte de Cristo hizo que esta vida confinada fuese liberada.
“El grano de trigo” al que alude Juan 12:24 es el Hijo unigénito de Dios. La vida de este grano de trigo estaba confinada en su cáscara. Si un grano no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un grano. Si el muere, y su cáscara se parte, la vida que contiene se libera y produce de esta manera muchos granos. Todos estos granos serán idénticos al primer grano. También podemos decir que todos los granos están en ese grano inicial. Cristo murió para producirnos a nosotros. Antes de Su muerte El era el Hijo unigénito, y después de Su resurrección llegó a ser el Primogénito entre muchos hijos. La resurrección de Cristo nos regenera para que obtengamos Su vida.
“El fuego” mencionado en Lucas 12:49 es la vida de Cristo. Cuando Cristo estaba en la tierra, Su vida estaba confinada en esa cáscara. Por medio de Su bautismo —Su muerte en la cruz— esa vida fue liberada y cayó sobre la tierra. Después de caer en la tierra, se encendió. Esto causó división en la tierra. ¡La muerte de Cristo es la grandiosa liberación de Su vida! Como resultado de Su muerte, se nos impartió Su vida.
La redención le soluciona
dos problemas a Dios
Lo anterior muestra que la redención de Cristo lleva a cabo las dos metas de Dios. Veamos cómo la redención de Cristo le soluciona dos problemas a Dios.
(1) La redención de Cristo pone fin a Satanás, quien se había rebelado. Lo que vence a Satanás no es la cruz sino la sangre. Satanás sabía que si inyectaba su veneno en la primera pareja, este veneno se diseminaría a todos sus descendientes. Satanás cometió fornicación espiritual con nuestros antepasados y depositó el veneno pecaminoso de la mentira en sus almas. La vida del alma está en la sangre. Por eso la vida del hombre se transmite por la sangre (Hch. 17:26). Por lo tanto, el veneno pecaminoso inyectado en esta primera pareja nos fue transmitido por medio de la sangre.
La sangre de Cristo no tiene veneno; es preciosa e incorruptible. El llevó sobre Sí los pecados de muchos en la cruz, donde murió y vertió toda Su sangre. Cuando resucitó no tenía sangre, aunque sí tenía huesos y carne. “El derramó Su vida [o Su alma] hasta la muerte” (Is. 53:12). En Cristo nuestra sangre fue derramada por completo; de modo que Satanás no tiene terreno para actuar en nosotros. La sangre de Cristo destruyó y puso fin a Satanás y a todo lo que se relaciona con él.
(2) La redención de Cristo quitó los pecados del hombre. Nuestros pecados requieren la muerte de Cristo. Cuando Cristo murió como nuestro substituto, eliminó ante Dios la lista completa de nuestros pecados, y cuando murió como nuestro representante, como la Cabeza, nos libró de nuestros pecados.
La muerte de Cristo cumplió las dos metas de Dios y resolvió los dos problemas que mencionamos. Esta es la victoria de Cristo y ya se obtuvo. Dios nos ha dejado en la tierra para que mantengamos esta victoria y la prediquemos a toda criatura (Col. 1:23). El bautismo y el partimiento del pan exhiben la victoria de la muerte de Cristo a los ángeles, al diablo, a las naciones y a todas las cosas.
Las metas de la redención
Las metas que Dios tiene en la redención son que seamos el pueblo especial de Dios (Tit. 2:14), que seamos un sacrificio vivo (Ro. 12:1), que vivamos para El y muramos para El (Ro. 14:7-9), que seamos el templo del Espíritu Santo que glorifica a Dios (1 Co. 6:19-20), que vivamos para El (2 Co. 5:15) y que Cristo sea magnificado en nuestro cuerpo, o por vida o por muerte, ya que para nosotros el vivir es Cristo (Fil. 1:20-21).
La meta de la redención es darle a Cristo el primer lugar en todas las cosas, y para que esto suceda, El debe tener la preeminencia en nosotros. Nosotros somos las primicias de todas las cosas. Primero nosotros debemos sujetarnos a Cristo, luego, todas las cosas se sujetarán a El. La cruz hace posible que Dios logre Su meta en nosotros y hace que El crezca y que nosotros mengüemos. La cruz encontrará lugar para Cristo y hará que tenga el primer lugar. Dios actúa por medio de la cruz, la cual, a su vez, opera en nuestras circunstancias escarbando hasta lo más recóndito de nuestro ser, haciendo que conozcamos a Cristo y seamos llenos de El, a fin de que El tenga la preeminencia en nosotros. La redención cumplió el plan que Dios se había propuesto antes de la fundación del mundo. Dicho plan le da la preeminencia en todas las cosas. Debemos olvidarnos de nuestros intereses personales y dedicarnos exclusivamente al cumplimiento del destino eterno de Dios, por el cual Cristo obtiene el primer lugar en todas las cosas. Cuando veamos al Mesías, tiraremos nuestro cántaro. ¡Cuando veamos al Cristo de Dios lo dejaremos todo!
(27 de enero, por la mañana)
(
Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 2, por Watchman Nee)