Vencedores que Dios busca, Los, por Watchman Nee

I. LA DIFERENCIA ENTRE MINISTRAR AL TEMPLO Y MINISTRAR AL SEÑOR

Es posible que no veamos mucha diferencia entre ministrar al templo y ministrar al Señor. Puede ser que usted haga todo lo posible por ayudar a los hermanos, salvar a los pecadores, laborar diligentemente en la administración de la iglesia y exhortar a otros a que lean la Biblia y oren; también es posible que haya sufrido mucho y haya sufrido persecución. Pero persiste la misma pregunta básica: ¿qué lo motiva a hacer todo ello? Esta pregunta depende de si el Señor ocupa el primer lugar en su corazón. Al madrugar para ministrar a los hermanos y hermanas, ¿dicen ustedes: “Señor, hoy haré esto de nuevo por que te amo”? ¿O lo primero que piensan es que hacer eso es su deber, y que no les queda otra alternativa? Si tal es el caso, entonces actúan por obligación y no por el Señor. Al hacerlo sólo tienen en la mira a los hermanos y no al Señor. Sus motivos determinan su condición.

Francamente la obra tiene áreas que son agradables a la carne. Tomemos por ejemplo, el caso de una persona que es activa por naturaleza y que se complace en hablar mucho. Si usted le pide que lo acompañe a predicar el evangelio, a viajar de pueblo en pueblo y a predicar en diversos lugares, estará muy contenta de hacerlo. Lo que motiva a esa persona a hacer aquellas cosas es el simple hecho de ser una persona activa y extrovertida. En realidad no hace todo esto por causa del Señor, pues muchas veces cuando se encuentra con cosas que no le agradan, no las lleva a cabo, aunque sabe que es la voluntad del Señor. El temperamento que tiene por naturaleza se complace en predicar el evangelio; así que está contenta y piensa que ministra al Señor al llevar a cabo aquellas actividades. En realidad, dicha persona está ministrando al templo. ¡Existe una gran diferencia aquí! ¡En la obra del Señor hay áreas que parecen interesantes y atractivas a la carne! Cuando usted da un mensaje, muchos se acercan a escucharle. Al leer un pasaje de la Biblia, todos comentan cuán bien lo hizo. Al predicar el evangelio, muchos se salvan por medio de usted. Esto estimule su autoestima.

Si estoy ocupado en quehaceres domésticos desde la mañana hasta la tarde, o si soy un obrero que trabaja bajo el incesante ruido de la maquinaria de una fábrica, o si soy un empleado y paso en una oficina desde la mañana hasta la tarde, o si limpio mesas y pisos o cocino todo el día, es posible que piense que estas actividades no tienen importancia. Pero si pudiera librarme de todo eso para dedicarme a la obra del Señor, ¡qué bueno sería! Es posible que una hermana piense que quedarse en casa y cuidar a sus hijos, ser un ama de casa y hacer todas las tareas domésticas es muy aburrido! Si tan sólo pudiera quedar libre para dedicar más tiempo a las cosas espirituales, ¡cuán bueno sería! Pero esto es lo que le atrae a la carne, y no es una inclinación espiritual; es lo que traería deleite al yo.

Ojalá que podamos ver que gran parte de la labor y el servicio que hacemos delante de Dios no es una ministración al Señor. La Biblia nos habla de un grupo de levitas que servían en el santuario, pero sólo ministraban al templo, no a Dios. Ministrar al templo es muy similar a ministrar al Señor. Por fuera la diferencia es casi imperceptible. Aquellos levitas servían en el templo preparando las ofrendas de paz y los holocaustos. Esta era una tarea maravillosa. Supongamos que un israelita quería adorar a Dios y traerle una ofrenda de paz o un holocausto; él no podía presentar el animal en el lugar del sacrificio, pues ésa era la labor de los levitas. Ellos ayudaban al oferente sacrificando los animales. ¡Cuán bueno era esto! ¡Ellos también ayudaban a las personas a acercarse al Señor y conocerlo! Aún hoy, es una obra maravillosa poder guiar a un pecador a que se convierta, o ayudar a un creyente a que avance. Mientras los levitas ministraban, sudaban por la intensa labor. Ellos ayudaban a los demás a presentar las ofrendas del ganado o de las ovejas. Tanto la ofrenda de paz como el holocausto eran tipos de Cristo. Esto significa que ellos ejercían toda su energía para traer las personas al Señor. Es maravilloso conducir a alguien al conocimiento del Señor. Sabemos que la ofrenda de paz restaura la relación que existe entre el pecador y el Señor, mientras que el holocausto resuelve el problema que hay entre el creyente y el Señor. La ofrenda de paz nos muestra cómo se acerca un pecador al Señor, mientras que el holocausto alude a la consagración del creyente. La labor de los levitas no sólo consistía en hacer que los pecadores creyeran en el Señor, sino también que los creyentes se consagraran a El. Esta era una obra maravillosa; era una actividad genuina, no la habían inventado ellos. Dios conocía la obra de ellos. Ellos verdaderamente ayudaban a otros a ofrecer las ofrenda de paz y los holocaustos. En realidad traían salvación y proporcionaban ayuda al pueblo, y laboraban muy arduamente. No obstante, Dios afirma que ellos no le ministraban a El.

Recuerden hermanos y hermanas que ministrar al Señor es mucho más profundo que guiar a los hombres al Señor o ayudar a los creyentes a consagrarse a El. Ministrar al Señor va más allá. A los ojos de Dios, guiar a los incrédulos al Señor, y a los creyentes a la consagración constituye el ministerio que se rinde al templo. Ministrar al Señor es algo más profundo. ¿Qué vemos cuando nos presentamos ante Dios? ¿Vemos pecadores que necesitan la salvación? ¿Vemos que debemos ayudar a los creyentes en su progreso espiritual? ¿O vemos algo más profundo? Mi meta aquí no es salvar a los pecadores ni ayudar a los creyentes. ¿Pueden ver esto? Temo mucho que algunos tal vez digan: “Si salvar pecadores y ayudar a los creyentes no es el centro de mi actividad, entonces ¿qué voy a hacer? No me queda nada por hacer”. ¿Tenemos acaso otra obra nosotros? Muchos hermanos sólo tienen esto y dicen: “Si no ayudo a otros ni predico la salvación, ¿entonces que he de hacer?” Fuera de estas cosas, dichos hermanos no tienen nada que hacer. Su obra está limitada al templo. Si usted les quita estas cosas, no tendrán nada que hacer.

Hermanos y hermanas, si entendieran en qué consiste la pesada carga que siento, podrían conocer la meta de Dios. Dios no tiene interés en un ministerio externo y destacado; tampoco busca la salvación de los pecadores. Su objetivo no es ni salvar a los hombres ni ayudar a los creyentes a ser más espirituales o a avanzar. El tiene una sola meta, y ésta es que los hombres le pertenezcan exclusivamente a El. En otras palabras, El desea que estemos delante de Su presencia y que le ministremos a El. La meta de Dios no es una gran cantidad de actividades, sino El mismo.

Quisiera recalcar que no me preocupa si ofendo a alguien, pero sí temo que muchos salgan a predicar el evangelio con el único fin de ayudar a la gente, salvar a los pecadores y perfeccionar a los creyentes, sin tener el menor interés en ministrar al Señor. La meta de muchos de los que están en “el ministerio del Señor” no es otra que satisfacer sus propias inclinaciones y placeres; no soportan estar confinados, están llenos de energía y sienten la urgencia de mantenerse activos de muchas maneras a fin de estar contentos. Aunque den la impresión de estar ministrando a los pecadores y a los hermanos, interiormente están ministrando a su propia carne, pues si no están envueltos en toda esta actividad, no están contentos. No dudo que a estas personas les interese que el Señor esté satisfecho. Tal vez piensen que yo sólo deseo incomodarlos, pero lo que digo es cierto. Recuerden que hay muchas áreas en la obra del Señor que llaman la atención de nuestro hombre natural. Sin embargo, entregarnos a ello es muy perjudicial. Cuando vemos algo en la obra del Señor que por naturaleza nos atrae, inmediatamente lo llevamos a cabo, lo cual es bastante lamentable. Por esta razón, tenemos que orar a Dios pidiendo Su gracia para poder saber lo que es ministrar a Dios y lo que es ministrar al templo.

Tuve una amiga muy estimada, la cual ya está del otro lado del velo. Ella pertenecía al Señor, y yo la amaba mucho en el Señor. Un día fuimos los dos a una montaña para orar. Después de la oración leímos Ezequiel 44. Como era mucho mayor que yo, me dijo: “Hermano, hace veinte años leí este pasaje”. Le pregunté cómo se había sentido después de leerlo. Ella respondió: “Después de leerlo, inmediatamente cerré la Biblia, me arrodillé, y oré así: ‘Señor concédeme ministrarte a Ti. No me permitas ministrar al templo’”. Hermanos y hermanas, nunca he olvidado este incidente, y nunca lo olvidaré. A pesar de que ella ya murió, siempre recuerdo sus palabras: “Señor, concédeme ministrarte a Ti. No me permitas ministrar al templo”. ¿Podremos nosotros hacer tal oración y decir: “Señor, deseo ministrarte a Ti; no quiero ministrar al templo”?

Creo que muchas personas anhelan recibir algo de Dios pero no desean a Dios mismo. Muchos piensan que salvar almas es lo más importante, y hasta abandonarían sus empleos por dedicarse a hacerlo. Las hermanas casadas quisieran no hacer los quehaceres domésticos; las solteras no quieren ni pensar en casarse, y los que tienen un empleo quisieran no tener que trabajar. Piensan que no tiene ningún significado seguir haciendo lo que hacen. Piensan que trabajar, cuidar de la familia, servir y estudiar son actividades demasiado triviales. Piensan que sería maravilloso si pudieran quedar libres para predicar el evangelio. Pero debemos preguntarnos: ¿Estoy ministrando a Dios o estoy ministrando al templo?”

(Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 4, por Watchman Nee)