Vencedores que Dios busca, Los, por Watchman Nee

LA OCUPACION QUE DEBEN PROCURAR QUIENES SIRVEN AL SEÑOR

Lectura bíblica: Ez. 44:9-26, 28, 31; Lc. 17:7-10

La diferencia entre trabajar para el Señor y servirle

El Señor desea más nuestro servicio que nuestra labor. Ministrar al templo y servir la mesa del Señor son cosas diferentes; lo mismo se aplica a trabajar para el Señor y servirle a El. Labrar la tierra y pastorear el rebaño son actividades diferentes a servir al amo directamente.

Los hijos de Leví hacían algo diferente a lo que hacían los hijos de Sadoc. Aquéllos ministraban en el atrio de la casa de Dios; ellos inmolaban los sacrificios delante del pueblo y ministraban en favor del pueblo. Los hijos de Sadoc ministraban a la mesa del Señor, en el lugar santo, ofreciendo al Señor la grosura y la sangre. La labor de los levitas, en el atrio, era visible, mientras que la de los sacerdotes, en el lugar santo, estaba escondida. En el atrio se ministra al pueblo, y en el lugar santo se ministra al Señor. El ministerio ejercido en el atrio da la impresión de ser un servicio para el Señor; en realidad, existe una diferencia entre servir al Señor y servir a la casa de Dios.

Muchos se complacen en ejercitar sus músculos en el atrio. Les encanta ayudar a acomodar e inmolar las víctimas de los sacrificios, pero no les gusta servir al Señor en el lugar santo. Van de un lado para otro realizando actividades visibles; les agrada salvar a los pecadores, edificar a los creyentes y servir a los hermanos. Sin embargo, el Señor desea que procuremos servirle a El.

La obra de Dios tiene sus aspectos interesantes y sus atracciones. En la obra de Dios también hay actividades en las que la carne se complace. A mucha gente le encanta viajar de un lado a otro laborando, porque su carne tiene esa tendencia natural. Parece que salvan a los pecadores y sirven a los hermanos, pero en verdad, sirven a su propia carne y a sus placeres. Un creyente que pasó el velo y que ahora está al otro lado, después de leer Ezequiel 44 elevó esta oración: “¡Señor, permíteme ministrarte a Ti, en lugar de ministrar al templo!”

Ministramos al Señor en el lugar santo

“Ellos se acercarán para ministrar ante mí” (Ez. 44:15). En el atrio uno se acerca al pueblo. En el lugar santo, uno se acerca al Señor. Es posible seguir al Señor “de lejos” (Mt. 26:58), pero no es posible ministrarle de lejos. Para ministrar al Señor uno tiene que acercarse a El. La oración que nos acerca al Señor, nos da fortaleza y requiere ejercicio.

“Y delante de mí estarán” (Ez. 44:15). No solamente debemos acercarnos al Señor, sino que también debemos estar delante de El. Muchas personas no pueden estar delante de alguien y esperar, pues esto implica esperar órdenes. Quienes no puedan estar delante del Señor y esperar, no pueden ministrarle. Hay dos clases de pecados: uno es desobedecer una orden, lo cual es rebelión; el otro es actuar sin recibir ninguna orden, lo cual es soberbia (Sal. 19:13). No nos referimos a lo que es bueno o malo; lo que cuenta es si Dios lo ha ordenado o no. Las cosas buenas pueden hacer mucho daño a los creyentes, pues son enemigas de la voluntad de Dios. En el atrio se reciben órdenes de los que ofrecen los sacrificios, pero en el lugar santo las órdenes proceden de Dios.

“Para ofrecerme la grosura y la sangre” (Ez. 44:15). El lugar santo estaba lleno de la justicia y la santidad de Dios, y el Lugar Santísimo, de Su gloria. La sangre se relaciona con la justicia y la santidad de Dios, mientras que la grosura denota Su gloria. La gloria es Dios mismo; la santidad es Su naturaleza; y la justicia es el procedimiento que El usa, Su manera de obrar. La sangre trae el perdón de los pecados, satisface la justicia y la santidad de Dios, y nos hace aptos para acercarnos a El. La grosura satisface a Dios; la sangre pone fin a la vieja creación, y la grosura tiene que ver con la nueva creación. Cuando el Señor derramó Su sangre, derramó toda Su vida natural. Hoy el Señor tiene carne y hueso (Lc. 24:39), pero no sangre. El no tiene ni una gota de sangre. Debemos aprender a negar nuestra vida natural delante del Señor cada día; a esto se refiere la sangre. Al mismo tiempo, tenemos que ofrecer la vida de resurrección; éste es el aspecto de la grosura (Ro. 6:13).

“Ellos entrarán en mi santuario” (Ez. 44:16). Estar en el santuario equivale a estar en la presencia del Señor. Nosotros tenemos temor de estar en el santuario porque si permanecemos allí es fácil ser incomprendidos, calumniados y criticados. Aun así, debemos habitar en la casa del Señor. No estamos limitados, pues nuestros corazones son amplios y llenos de aspiraciones. Pablo dijo en sus epístolas que él estaba decidido a ser agradable al Señor (2 Co. 5:9). Debemos procurar ministrar al Señor, no al templo.

“No llevarán sobre ellos cosa de lana ... No se ceñirán cosa que los haga sudar” (Ez. 44:17, 18). El sudor brota por causa de la maldición (Gn. 3:19). Sudar significa carecer de la bendición del Señor y laborar por la carne. Cuando se inmolan los toros y los machos cabríos en el atrio se suda mucho, pero cuando se ministra al Señor en el lugar santo, no se suda. Se puede ejercer fuerza espiritual delante del Señor, pero no debe sudar. Los comités, las discusiones y la propaganda pertenecen a la esfera donde se suda. El trabajo espiritual le corresponde exclusivamente a Dios, mientras que el trabajo en la carne es obra del hombre. Cuanto más espiritual es la obra, más interna es; pero la obra que se efectúa en la carne es exterior.

Dios no mandó que todos los levitas ministraran ante El en el lugar santo; ordenó que sólo los hijos de Sadoc lo hicieran. Dios invita a los hombres a ministrar ante El en el lugar santo y desea que se ocupen del lugar santo, resplandezcan allí y mantengan la separación entre éste y lo común. Hechos 13:1-3 dice que cuando estaban “ministrando éstos al Señor, y ayunando”, el Espíritu Santo les mandó que salieran a la labor misionera. Nuestra obra misionera debe comenzar al ministrar nosotros al Señor. El Señor para Su obra busca obreros, no voluntarios. Hebreos recalca dos cosas: nuestro ministerio a Dios detrás del velo y el oprobio que llevamos fuera del campamento por causa del Señor.

El ministerio ofrecido a El después de laborar

En Lucas 17:7-10 “arar” equivale a anunciar el evangelio, y “apacentar el ganado” significa cuidar a los creyentes. “Sírveme” indica que uno tiene que ministrar al Señor aún después de haber trabajado. “Comer y beber” es recordar el fruto de su obra y deleitarse en el mismo; debemos permitir que el Señor “coma y beba” primero, antes de que nosotros disfrutemos de la comida y la bebida. El resultado de nuestro trabajo debe ser satisfacer al Señor antes de satisfacer nuestros deseos. Después de haber laborado, no debemos comer, beber ni disfrutar, sino que debemos decir: “Esclavos inútiles somos”. “Cíñete y sírveme” indica que después de haber trabajado, tenemos que estar dispuestos a ministrar al Señor. Debemos hacer lo posible por ministrar al Señor. La labor del campo no es tan buena como ministrar en la casa; y trabajar en el campo y con las ovejas no es tan agradable como servir al Señor.

(22 de enero de 1934, por la mañana)

(Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 1, por Watchman Nee)