Vencedores que Dios busca, Los, por Watchman Nee

VI. CRISTO EN LA OBRA Y LA PREDICACION

Cristo tiene la preeminencia en la obra y en la predicación

Lectura bíblica: Ef. 2:10; 1 Co. 2:2; 2 Co. 4:5

La vida y la experiencia son asuntos que poseemos internamente, mientras que la obra y los mensajes son asuntos que llevamos a cabo externamente. No importa si éstos son asuntos internos o externos, debemos permitir que Cristo tenga la preeminencia en todas las cosas.

Cristo tiene la preeminencia en la obra cristiana

Cristo debe tener el primer lugar en nuestra obra. Fuimos creados para “buenas obras ... para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Las “buenas obras” son Cristo mismo, y El es la meta de la obra de Dios; por eso, nosotros debemos ocuparnos en esta obra. Todos los creyentes, independientemente del oficio que tengan, hacen la obra de Dios y deben andar en las buenas obras que El ha preparado para ellos. Servir a Dios y laborar para Dios son dos asuntos inmensamente diferentes. Muchos trabajan para Dios pero no le sirven a El. La fidelidad de nuestra obra depende de si Cristo es la intención, la motivación, el propósito y la meta. Cuando hacemos la obra de Dios, aunque haya sufrimientos y dificultades, también habrá gozo y consolación. La obra de Dios tiene su atractivo. Muchas veces laboramos para nuestros intereses y no para Cristo. Muchos trabajan incansansablemente, pero lo hacen para adquirir fama. Ellos laboran mucho, pero no sirven al Señor. La obra de Dios desde la eternidad hasta la eternidad siempre ha estado dirigida a que Su Hijo tenga la preeminencia en todas las cosas. Por consiguiente, nuestra obra también debe realizarse para Cristo. Si Dios no purifica nuestras intenciones y motivos, no podemos recibir Su bendición. No trabajamos por los pecadores, sino por Cristo. El éxito de nuestra obra depende de cuánto de Cristo haya en ella. Debemos permitir que el Espíritu Santo discierna nuestras intenciones desde el principio, para ver si provienen del espíritu o del alma, o para ver si pertenecen a esta esfera o a otra esfera. No debemos laborar con miras a nuestro propio crecimiento o el de nuestro grupo ni para promover nuestro mensaje particular, sino con Cristo como única meta. Siempre y cuando Dios obtenga algo de nuestra labor, nos debemos regocijar. Cuando vemos que Dios gana algo, aunque no sea por nuestra labor, debemos alegrarnos por ello. No estamos tratando de preservar nuestro mensaje, sino de salvar pecadores. Nuestra meta no es ganar nuestro propio corazón, sino el corazón de Cristo. Cuando las cosas nos van bien y salimos ganando, eso significa que el Señor no obtuvo nada y que no le fue bien a El. Si la ganancia de Dios fuera nuestra satisfacción, no seríamos orgullosos ni celosos. Muchas veces buscamos la gloria de Dios y también la nuestra. Dios salva a los hombres para Cristo, no para nosotros. Pablo plantó, y Apolos regó. La obra no la hizo una sola persona, para que nadie dijera: “Yo soy de Pablo”, o: “Yo soy de Apolos”. Todo lo que se hace con relación a la obra, se hace para Cristo, no para el que labora. Somos el pan en las manos del Señor. Cuando la gente come el pan, le da las gracias al que lo da, no al pan. La obra, de principio a fin, se lleva a cabo para Cristo, no para nosotros. Debemos estar satisfechos con la obra que el Señor nos permita realizar y con el lugar que El nos asigne. No debemos estar “en la medida de la regla de otro hombre” (2 Co. 10:16). Nos gusta mucho salirnos de nuestro terreno para entrar en el de otros. El asunto no es si podemos ni de si sabemos hacer algo, sino si Dios nos ordenó que lo hiciéramos. Las hermanas deben mantenerse en su lugar (1 Co. 14:34-35) y no deben ser maestras, ni emitir juicios sobre la Palabra de Dios (1 Ti. 2:12). En toda la obra debemos darle a Cristo la preeminencia.

Cristo tiene la preeminencia en la predicación

Cristo también debe tener el primer lugar en nuestros mensajes. Nosotros “predicamos ... a Cristo Jesús como Señor” (2 Co. 4:5). Cristo es el centro del plan de Dios y de Su meta. La cruz es el centro de la obra de Dios y por medio de ella se obtiene la meta de Dios. La cruz elimina todo lo que procede de la carne para que Cristo tenga la preeminencia. Nuestro centro no debe ser las dispensaciones, las profecías, los tipos, el reino, el bautismo, la renuncia a las denominaciones, el hablar en lenguas, la observancia del sábado ni la santidad. Nuestro mensaje principal debe ser Cristo. El centro de Dios es Cristo; por lo tanto, también nosotros debemos tomarlo como centro.

Después que una persona es salva, debemos ayudarle a que se consagre a Cristo como esclava, a fin de que reciba a Cristo como Señor en todas las cosas.

Todas las verdades contenidas en la Biblia tienen una relación semejante a la de la rueda con los radios y el eje, donde Cristo es el centro. No menospreciamos las verdades que no están en el centro; al contrario, necesitamos mantenerlas unidas al centro. Al examinar cualquier verdad, debemos tener en cuenta dos cosas: (1) el contenido de esa verdad, y (2) la relación que tiene con el centro. Debemos dedicar toda nuestra atención al centro. Por supuesto, esto no significa que no hablemos de otras verdades. Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2). Pero también dijo: “Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez” (2:6). Sólo cuando una persona se ha consagrado y ha recibido a Cristo como Señor podemos hablarle de las verdades relacionadas con la edificación. En la obra debemos constantemente volver al hombre al centro y hacerle ver que “Cristo es el Señor”. No podemos laborar en la obra de una manera objetiva. Nosotros mismos debemos primero ser quebrantados por Dios y permitir que Cristo tenga el primer lugar en nosotros, antes de poder guiar a otros a que reciban a Cristo como su Señor y le den a Él el primer lugar en ellos. Debemos llevar una vida en la que le damos a Cristo el primer lugar para poder difundir este mensaje. Nuestro mensaje es nuestra persona. Debemos permitir que Cristo tenga el primer lugar en las cosas pequeñas de nuestra vida diaria para poder predicar el mensaje de la centralidad de Cristo. ¡Solamente deseo que cada uno de nosotros le dé al Señor Jesús Su lugar de honor en el trono! Si la voluntad de Dios se tiene que cumplir, ¿qué importa si yo soy hecho a un lado? El elogio del Señor al final sobrepasa todas las alabanzas del mundo. Los rostros sonrientes en el cielo sobrepasan las lágrimas que se derramaron en la tierra. El maná escondido se disfruta en la eternidad. Que el Señor bendiga esta palabra para que gane nuestro corazón y el de otros.

(31 de enero, por la mañana)

(Vencedores que Dios busca, Los, capítulo 2, por Watchman Nee)