Los de corazón puro, por Witness Lee

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DESECHAR NUESTRAS PROPIAS FUERZAS Y METODOS, Y DEJAR TODO EN MANOS DEL SEÑOR

Hace unos quince años conocí a un misionero occidental, quien me contó su testimonio. Este misionero me contó que, si bien había sido salvo en su juventud, él no conocía al Señor debidamente. Y aunque había venido a China como misionero, aun así, no conocía mucho al Señor. Para explicar esto, él usó el ejemplo de conducir un automóvil. Me dijo que, puesto que él no era un buen chofer, le había pedido al Señor que lo ayudara. El Señor era como un consejero para él. Cada vez que se encontraba perplejo, le pedía consejos al Señor. Cuando se encontraba sin fuerzas, le pedía al Señor que lo ayudase. Esta era su situación anteriormente. Aun así, a él le parecía que el Señor no le había ayudado mucho. Parecía, más bien, que cuanto más le pedía al Señor que lo dirigiera, más el Señor se rehusaba a dirigirlo. Posteriormente, llegó a ver que aunque su amor por el Señor era correcto, él no debía valerse de su propio esfuerzo ni de sus propios métodos; es decir, él debía abandonar sus propias fuerzas y sus propios métodos para agradarle. El sabía que era correcto tener en su corazón el anhelo de ser para el Señor y que, sin tal anhelo, el Señor no podría otorgarle gracia ni operar en él. Sin embargo, este misionero también se dio cuenta de que tenía que dejar a un lado sus propios métodos y su esfuerzo propio. Este hermano me dijo que ahora él le había entregado “todo el automóvil” al Señor, incluyendo los asientos y el volante. Si el Señor manejaba bien, él lo alababa; si el Señor manejaba rápido, él le daba gracias. El había puesto toda su vida en las manos del Señor. Lo único que hacía ahora era sentarse al lado del Señor y disfrutar el viaje. El Señor se encargaba de todos los problemas, y toda la fuerza procedía del Señor, mientras él, sencillamente, contemplaba el paisaje y lo disfrutaba.

Si bien se trata de un ejemplo muy sencillo, sirve para mostrarnos el problema que muchas personas tienen. O no amamos a Dios o, una vez que lo amamos, nos valemos de nuestros propios esfuerzos y métodos para agradarle. Como resultado de ello, nos desviamos y nos apartamos de Dios. Deseamos amar a Dios y serle gratos por medio de nuestros propios esfuerzos, según nuestro punto de vista y a nuestra manera; sin embargo, Dios no desea nada de esto. Como resultado, terminamos desviándonos y alejándonos de Dios. Así pues, muchas veces, al sentirnos débiles, pedimos a Dios que nos fortalezca; y en muchas ocasiones, al fracasar, suplicamos a Dios que nos haga vencer y estar firmes. Esta clase de oración rara vez recibe respuesta. Dios casi nunca responde a las oraciones que suplican por fortaleza o por victoria. Por tanto, puede ser que haya muchas personas que duden de Dios y se pregunten: “¿Por qué Dios no escucha mi oración?”. El problema consiste en que si usted es quien maneja el automóvil y le pide al Señor que sea su consejero y ayudante, el Señor nunca le aconsejará ni le ayudará. Hay un dicho que es muy cierto: si no permitimos que el Señor haga todo el trabajo, el Señor no trabajará. Si nos valemos de nuestros propios métodos para agradar a Dios, seremos distraídos de Dios e, incluso, puede ser que nos sintamos desalentados. Son muchas las distracciones o problemas que esto origina, pero también es el momento en el que debemos recibir gracia. Es por este motivo que Dios siempre prepara nuestras circunstancias de una manera muy particular, con el fin de debilitarnos y hacernos sentir abrumados por nuestras circunstancias e incapaces de enfrentar la situación.

(Los de corazón puro, capítulo 9, por Witness Lee)