TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO A
LOS PECADOS INTERNOS Y EXTERNOS
Después de recibir la salvación, si queremos progresar en cuanto a la vida divina, debemos limpiarnos cuidadosamente de toda levadura. Esto implica enfrentarnos con toda situación que sea impropia ante los ojos del Señor, así como con todo aquello que el Señor condena. Sin embargo, no sólo debemos tomar medidas con respecto a todas estas cosas externas, sino que además, desde lo profundo de nuestro ser, debemos confesar delante del Señor todos nuestros pecados internos.
El hombre siempre ha tenido más problemas internos que externos. Es posible que una persona manifieste muchos problemas externos censurables, pero sus problemas internos y la maldad de su ser exceden en gran medida aquello que se manifiesta exteriormente. Sus problemas externos meramente tienen que ver con su conducta, pero sus problemas internos están relacionados con su mente, sus opiniones, y aún más, con su yo. Es posible que una persona esté llena de maldad interiormente, y sin embargo, no lo manifieste exteriormente. Con esto queremos decir que una persona puede estar llena de pecados por dentro, y sin embargo, exteriormente, no comportarse de una manera pecaminosa. En el interior del hombre hay pecado, iniquidad y tinieblas; no obstante, exteriormente, tal vez ninguna de estas cosas parece manifestarse en manera alguna. Por consiguiente, si una persona desea crecer en la vida divina después de haber recibido la salvación, debe tomar medidas con respecto a los pecados externos y a las situaciones impropias; pero, sobre todo, debe acudir continuamente al Señor para hacerle frente a su verdadera condición interna. Cuando Dios nos disciplina y nos purifica, su atención está puesta en nuestro ser interior.
Externamente, una persona puede comportarse correctamente, y al mismo tiempo, ser malvada e injusta internamente. En los evangelios el Señor reprendió a los fariseos, diciendo: “Sois semejantes a tumbas blanqueadas, que por fuera se muestran hermosas, mas por dentro están llenas de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt. 23:27). Esto quiere decir que algunas personas son como tumbas blanqueadas: parecen hermosas por fuera, pero no quieren que los demás conozcan su verdadera condición interior ni permiten que los demás vean la suciedad que tienen por dentro. El comportamiento externo del hombre generalmente es censurable, pero es mucho más censurable su maldad interna. La necesidad interna del hombre es mucho mayor que su necesidad externa. Muchas veces, después de ser salva una persona puede parecer, externamente, muy bondadosa y casi sin defectos; no obstante, después de dos o tres años, sigue sin haber crecido mucho en la vida divina. Esto se debe a que tiene un problema que no es externo, sino interno. Su comportamiento externo es impecable, pero su ser interior es maligno. Con respecto a nuestra conducta externa nos conducimos, mayormente, delante de los hombres; pero con respecto a nuestro ser interior, estamos delante de Dios mismo. Así pues, los hombres deben confesar no solamente sus pecados externos sino, aún más, sus pecados internos. Cuando Dios resplandece sobre nosotros, El no sólo resplandece sobre nuestra conducta externa, sino también sobre nuestro ser interior.
(Los de corazón puro, capítulo 4, por Witness Lee)