LA LEY DEL ANTIGUO TESTAMENTO
PONE EN EVIDENCIA LA INCAPACIDAD DEL HOMBRE
Otro ejemplo es que el Antiguo Testamento exige que el hombre honre a su padre y a su madre (Ex. 20:12), y el Nuevo Testamento también exige que el hombre honre a su padre y a su madre (Ef. 6:2-3). El Antiguo Testamento requiere que el hombre sea santo (Lv. 19:2), y el Nuevo Testamento también requiere que el hombre sea santo (1 P. 1:16). Parece que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento dicen lo mismo, y resulta difícil encontrar alguna diferencia entre ambos. Es cierto que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento proceden de la boca de Dios, pero la santidad mencionada en el Antiguo Testamento es verdaderamente diferente de la santidad revelada en el Nuevo Testamento. En pocas palabras, todos los mandamientos que se encuentran en el Antiguo Testamento tienen como fin demostrar la ineptitud e incapacidad del hombre. En tiempos del Antiguo Testamento, Dios promulgó la ley y dio los mandamientos para que el hombre los obedeciera y acatara, pero al hacer esto, El tenía un solo propósito: poner en evidencia la ineptitud e incapacidad del hombre.
¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué, en el Antiguo Testamento, Dios deseaba que el hombre honrara a sus padres, fuera santo y amara a Dios? Cuando Dios promulgó la ley, ¿lo hizo para que el hombre la cumpliese o para que la violase? Quienes conocen la Biblia saben que le es imposible al hombre guardar la ley de Dios. Y si esto es así, ¿por qué Dios promulgó la ley? Debemos prestar mucha atención a esto. Debido a que el hombre no se conocía a sí mismo, Dios le impuso exigencias muy estrictas, a fin de que llegara a conocerse. Era como si Dios le dijera: “Estás gravemente enfermo y necesitas descansar, pero como no estás dispuesto a obedecer, no me queda otra alternativa que mandarte a laborar en la viña a fin de que conozcas tu verdadera condición”.
El problema estriba en que hasta ahora muchos de nosotros aún seguimos sin conocernos a nosotros mismos. Dios, sin embargo, conoce al hombre completa y exhaustivamente. Al hombre le es imposible complacer a Dios, y ninguna de sus buenas obras podrán satisfacer los requerimientos divinos ni serán aceptables para Dios. No obstante, el hombre todavía siente que es muy capaz y que puede hacer cualquier cosa. Es en estas circunstancias que Dios ha promulgado la ley para el hombre y le exige que sea santo y le ame de manera absoluta. Puesto que el hombre no tiene la capacidad de cumplir ninguna de las leyes, a la postre, su ineptitud es puesta en evidencia.
Cuando en el Antiguo Testamento, Dios dictó la ley para el hombre, El jamás tuvo expectativa alguna de que el hombre guardase la ley, debido a que ya sabía que el hombre no sería capaz de hacerlo. El único propósito de la ley es demostrar la incapacidad del hombre. Así pues, todas las leyes del Antiguo Testamento sirven para poner en evidencia la ineptitud e incompetencia del hombre. Por consiguiente, siempre que leamos un mandamiento o parte de la ley, debemos postrarnos delante de Dios y exclamar: “Oh Dios, no puedo hacerlo. Tu deseas que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas; pero he aquí que, ni siquiera puedo darte uno de estos “todos”, mucho menos podré entregarte los cuatro”. Es exactamente a esta clase de comprensión a la que Dios quiere que lleguemos.
Lucas 10:27 dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. La Biblia nos exige amar, y esta exigencia tiene dos facetas: cuatro “todos” hacia Dios —con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con toda la mente— y un “como” hacia el hombre: ama “a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Somos capaces de amar con algunos de esos “todos”? ¿Podemos cumplir con este “como”? En verdad, no somos capaces de amar ni siquiera con la mitad de estos “todos”. Cuando estamos contentos, quizás amemos a Dios un poquito; y si el vecino nos agrada, tal vez lo amemos también un poquito. Ni siquiera somos capaces de amar a nuestros padres, mucho menos a nuestros vecinos. Por consiguiente, Dios promulgó la ley del Antiguo Testamento con el fin de poner en evidencia la ineptitud, la incompetencia y la incapacidad del hombre.
(
Los de corazón puro, capítulo 8, por Witness Lee)