LA CAIDA DEL HOMBRE
La caída del hombre no fue una caída parcial; más bien, fue una caída continua y completa. El hombre no pudo permanecer bajo el gobierno de su conciencia, sino que continuó cayendo. ¿Cómo es que el hombre siguió cayendo? Sabemos por la historia del hombre que su caída en el pecado ocurrió de manera progresiva. Primero, el hombre estuvo bajo el gobierno de su conciencia, y era su conciencia la que lo iluminaba y dirigía. No obstante, el hombre fue incapaz de permanecer firme bajo el gobierno de la conciencia, y de allí, cayó nuevamente. Después de la primera etapa de su caída, el hombre contaba con su conciencia, la cual representaba a Dios con el fin de gobernar al hombre; pero el hombre no prestó atención a su conciencia en todo cuanto hizo, y cayó nuevamente. Fue entonces cuando comenzó la dispensación de la ley, y el hombre comenzó a ser castigado si desobedecía las leyes de su nación. En esta coyuntura, el hombre había caído sobremanera.
El hombre es, verdaderamente, muy extraño: cuanto más es gobernado por el hombre, más bajo cae. Por ejemplo, una persona que está siempre bajo la supervisión de sus padres, en cuanto ellos se descuiden, hará algo que no es debido. Asimismo un estudiante, en cuanto esté libre de las normas de la escuela, hará algo contrario a dichas normas. Si en una determinada nación o sociedad no hubiera policías, la nación entera estaría llena de crímenes. Por ello, aunque muchos ladrones y malhechores desafían cielo y tierra, aun así, temen las leyes de la nación. Si ellos encontraran la manera de escapar de tales leyes, harían muchas cosas malignas. Esto prueba que el hombre es un ser sumamente caído.
En realidad, es imposible clasificar a los hombres, pero si tuviéramos que hacerlo, simplemente los clasificaríamos en tres categorías. La primera categoría es la más elevada, pero son muy pocas las personas que se encuentran en ella. Esta categoría de personas vive directamente en la presencia de Dios. Estas personas están llenas de luz y son como el resplandor del sol, pero existen muy pocas personas así; se trata de cristianos que son muy espirituales y santos.
La segunda categoría también se compone de cristianos y es, también, un grupo muy reducido. Esta categoría es la de aquellos que viven según su conciencia y que tienen una conciencia muy aguda. Los hijos que pertenecen a esta categoría no requieren de la supervisión de sus padres; los estudiantes pertenecientes a esta categoría no requieren de las normas de su escuela; y, en general, todas las personas de esta clase cumplen con la ley y no necesitan del control policial. Son personas que viven regidas por su conciencia y que no necesitan ser gobernadas por el hombre, pues su conciencia los ilumina y los regula. Si ellas perciben que algo es impropio, no lo harán. No hay ley que pueda regir completamente al hombre; no obstante, el gobierno de la conciencia abarca muchísimo más de lo que pueden abarcan las leyes. Esta es la segunda categoría de personas: los que viven regidos por su conciencia.
El tercer grupo no está gobernado ni por Dios ni por su conciencia. Estas personas no temen ni a las leyes de su país, ni a las normas de su familia. Son capaces de cometer toda clase de perversidad.
Aún hay otra categoría, ubicada entre la primera y la segunda categoría, la cual está compuesta por aquellos que viven según su conciencia, y a la vez, están aprendiendo a vivir delante de Dios. Estos son los cristianos que se mantienen avanzando. Un cristiano normal y que avanza, no sólo vive según su conciencia sino que también vive en la presencia de Dios.
Al caer, el hombre descendió de la presencia de Dios al régimen de su propia conciencia y, luego, del régimen de su conciencia al gobierno de la ley. Todos, en mayor o menor medida, hemos tenido esta clase de experiencia. Cuando éramos niños, nuestros padres nos ordenaban no robar ningún caramelo y, si lo hacíamos, nuestro corazón latía aceleradamente. Si robábamos dulces una segunda vez, nuestro corazón latía con menor intensidad que la primera vez; al robar caramelos una tercera vez, el latido de nuestro corazón era aún menos intenso. Y la cuarta vez que hurtábamos, nuestro corazón seguía latiendo como si no hubiera pasado nada debido a que perdimos sensibilidad al no hacerle caso a nuestra conciencia. La quinta vez que robamos, nuestro único temor era que nuestros padres lo supieran. En esa condición parecía que robar un caramelo no tenía importancia, y lo único que temíamos era que nuestros padres nos encontraran robando. De igual manera, la primera vez que hicimos trampa en un examen escolar, nuestro corazón latía muy intensamente; luego, la segunda vez, nuestro corazón latía con menor intensidad; la tercera vez, el latido era más suave; y para cuando hicimos esto la cuarta vez, la agitación era menor. Mientras que el maestro no nos sorprendiera, todo estaba bien. ¿Qué es lo que esto nos muestra? Esta ilustración nos muestra cómo ocurrió nuestra caída del régimen de la conciencia al gobierno de los hombres.
También ocurre lo mismo con las relaciones inmorales entre hombres y mujeres. La primera vez que las personas hacen algo inmoral, su conciencia los incomoda; la segunda vez, la sensación es menos intensa; la tercera vez, tal sensación es mucho más débil; para la cuarta ocasión, dejan de tener alguna sensación específica al respecto. La quinta vez, estas personas sienten muy poco temor, pues sólo temen las leyes de su país o temen ser descubiertos por los demás. Es así como el hombre ha caído del sentir de su conciencia al gobierno humano. Los asaltantes y ladrones son iguales en cualquier parte del mundo; si no hubiera policía o gobierno, el mundo se encontraría envuelto en un caos inimaginable.
Las personas que infringen la ley, en su mayoría, temen los castigos impuestos por la ley. Nuestro Señor nos salva de vivir así. Después de nuestra salvación, si seguimos haciendo lo que es contrario a las reglas de nuestra familia, a las normas de nuestra escuela o a las leyes de nuestra sociedad, temo que no hayamos sido verdaderamente salvos o, si somos salvos, temo que no parezcamos ser cristianos. Dios nos salva del aspecto más bajo de la caída. Una persona que no es salva acarrea problemas a la familia, a la sociedad y al país; en esto consiste la caída del hombre. Una persona salva no requiere del control de sus padres en el hogar debido a que, sin necesidad de ello, es un hijo obediente; tampoco requiere ser supervisado en la escuela debido a que es un estudiante que se sujeta a las normas; tampoco necesita ser controlado por su sociedad ni por su nación debido a que, sin necesidad de ello, ya es un hombre bueno, un ciudadano que cumple la ley. Esta persona se sujeta a las leyes, no porque las tema, sino porque vive según su conciencia. En su caída, el hombre cayó de la presencia de Dios al régimen de su conciencia, y del régimen de su conciencia al gobierno de los hombres. El gobierno humano constituye el nivel más bajo de la caída del hombre; es allí donde Dios, en Su obra salvadora, llega al hombre.
(
Los de corazón puro, capítulo 6, por Witness Lee)