Los de corazón puro, por Witness Lee

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LA GRACIA Y BENDICION DE DIOS DESCIENDE SOBRE QUIENES SE HAN CONSAGRADO

Tanto amar a Dios como creer en El revisten la misma importancia. Tenemos que creer en El y amarlo; sólo entonces Su gracia, Su bendición y Su presencia descenderán sobre nosotros. Para que la gracia de Dios, la bendición de Dios y la presencia de Dios desciendan sobre nosotros, tenemos que amar a Dios. Por supuesto, quienes no creen en Dios tampoco lo amarán, porque para amar a Dios, primero tenemos que creer en El. Si lo amamos, nos volveremos a El. Todo el tiempo escuchamos a la gente decir que tenemos que esperar en Dios, pero esto no es correcto, ya que en realidad es Dios quien nos está esperando. Dios espera que nos volvamos a El para contestar nuestras oraciones y darnos poder. No somos nosotros los que estamos esperando a Dios, sino que es El quien nos está esperando. Tal como lo indica la ilustración anterior, la lluvia puede ser muy copiosa, pero si la taza está colocada boca abajo, ¿cómo podríamos esperar que el agua de lluvia llene la taza? Si una persona no está dispuesta a volverse a Dios, ¿cómo podrá la gracia de Dios descender sobre tal persona? Dios siempre está esperando que dejemos de mirar hacia la tierra y levantemos nuestro rostro hacia los cielos. Por lo tanto, no es el hombre el que tiene que esperar por la gracia de Dios, sino que es Dios quien está esperando que el hombre lo reciba como gracia cada día.

El problema es el siguiente: no es tan fácil que el corazón del hombre se vuelva a Dios. Solamente aquellos que han sido tocados por el amor del Señor pueden recibir con facilidad la gracia de Dios. Los que no tienen fe, obtendrán fe con facilidad después de consagrarse al Señor. Los que no tienen santidad, la obtendrán con facilidad una vez que se hayan consagrado. Aquellos que no tienen luz, la obtendrán fácilmente después de consagrarse. Los que no disfrutan de la presencia de Dios, la obtendrán después de consagrase. Los que no tienen poder, tendrán poder para su vida diaria después de haberse consagrado. Todo depende de que nuestro corazón esté vuelto o no al Señor. Si nuestro corazón se vuelve al Señor, entonces el Señor mismo, la gracia del Señor, la luz espiritual y las riquezas espirituales se derramarán sobre nosotros. Pero si nuestro corazón no se vuelve al Señor, incluso si el Señor nos concede gracia, será imposible que esta gracia entre en nuestro ser, tal como el agua de lluvia no pudo llenar la taza.

¿Qué es la consagración? La consagración es volverse a Dios. Antes, deseábamos algo aparte de Dios mismo; pero ahora, alentados por el amor del Señor en nuestro ser, nos volvemos a Dios y deseamos únicamente a Dios. Todo aquel que se vuelva a Dios de esta manera, tocará a Dios con facilidad y recibirá Su gracia. Si estamos dispuestos a entregarnos a Dios de esta manera, cuando oremos, dicha oración se convertirá en algo muy especial; cuando leamos la Biblia, ésta nos iluminará; y cuando prediquemos el evangelio, dicha predicación estará llena de poder. Un cristiano debería consagrarse completamente al Señor por lo menos una vez, si no varias veces. Entonces, si después de un lapso de tiempo siente que la consagración que hizo en el pasado no fue lo suficientemente absoluta, debe consagrarse completamente una segunda vez. Después de algún tiempo, puede ser que llegue a sentir que su segunda consagración tampoco fue lo suficientemente completa; entonces deberá consagrarse al Señor otra vez más. Incluso es posible que después de transcurrido un tiempo considerable, esta persona sienta que necesita volver a consagrarse al Señor de manera absoluta una vez más. Cuánto más se consagre al Señor de esta manera, más tocará al Señor y más lo ganará el Señor. Una persona como ésta andará en el camino del Señor y crecerá en vida cada día.

(Los de corazón puro, capítulo 5, por Witness Lee)