EL ESPIRITU COMO ORGANO RECEPTOR
Ahora que hemos visto la función del corazón, necesitamos considerar la función del espíritu. En primer lugar, la Biblia nos dice que nosotros originalmente estábamos muertos, pero que cuando recibimos al Señor Jesús fuimos vivificados y avivados. ¿Qué significa eso de que estábamos muertos? Cuando yo era joven no podía entenderlo. Me decía a mí mismo: “¿Cómo pueden ellos decir que estoy muerto si estoy vivo?” Por supuesto, más adelante aprendí que estaba muerto en mi espíritu. Era mi espíritu lo que estaba muerto y no tenía función. La función del espíritu es tener contacto con Dios, tener comunión con Dios, y recibir y adorar a Dios. Pero debido a la caída, el espíritu llegó a adormecerse y no podía funcionar.
Cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu Santo —y debemos recordar que cuando se usa el título “Espíritu Santo”, significa el Espíritu todo-inclusivo— entró en nuestro espíritu y tocó nuestro espíritu. Por medio de este toque, nuestro espíritu fue vivificado. La palabra vivificado no ha podido ser traducida adecuadamente a nuestra lengua. En griego significa algo así: “tan sólo por un toque, se ministra y se imparte vida”.
Tal vez podamos representar esto con la electricidad: cuando tocamos la electricidad, algo de la electricidad es transmitido a nuestro interior. Por un toque simple y pequeño, la electricidad es transmitida. Del mismo modo, el Espíritu Santo entró en nuestro espíritu para tocar nuestro espíritu, y por este toque, la misma vida que el Señor Jesús mismo es, fue impartida en nosotros. Nuestro espíritu adormecido y muerto revivió inmediatamente. Esto es algo más que un milagro. Muchas veces hemos pensado que sería maravilloso y milagroso si una persona muerta fuera resucitada. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que es todavía más milagroso que el Espíritu Santo vivifique nuestro espíritu muerto. La historia narra que miles y millones de personas han sido cambiadas rápidamente debido a que su espíritu muerto fue avivado. En sólo un segundo, una persona muerta en espíritu puede ser avivada. El Espíritu Santo es mucho más poderoso que la electricidad y se transmite mucho más rápido que ésta.
Colosenses 2:13 y Efesios 2:1, 5 dicen que nuestro espíritu estaba muerto y que después se le dio vida. Nosotros estábamos muertos en pecados y después se nos dio vida juntamente con Cristo. Estos dos pasajes prueban que originalmente nosotros estábamos muertos en nuestro espíritu pero que cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, nuestro espíritu muerto fue vivificado y recibió vida. Cuando a nuestro espíritu se le dio vida, también fue regenerado. El prefijo “re” de la palabra regeneración significa “de nuevo”. Esto significa que a nuestro espíritu no sólo se le dio vida, sino también que otra vida nos fue añadida en nuestro espíritu. Esta otra vida es la vida divina e increada de Dios. Esta vida es Cristo mismo. Cuando el Espíritu Santo, con base en la obra redentora de Cristo, entró en nosotros, no sólo vivificó nuestro espíritu muerto, sino que también introdujo a Cristo en nuestro espíritu. Esta nueva vida agregada a nuestro espíritu es algo más que lo que Dios nos dio en la creación.
Por lo tanto, nuestro espíritu muerto no sólo ha sido recobrado y avivado, sino que una nueva substancia ha sido agregada a nuestro espíritu. Esta substancia o esencia nueva y adicional es Cristo mismo. Esto es un nuevo nacimiento, la regeneración. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Por el nuevo nacimiento, o regeneración, algo que originalmente no teníamos fue agregado a nosotros. Debemos decir esto una y otra vez: algo ha sido agregado. No sólo lo viejo y muerto ha sido renovado y vivificado, sino que Cristo mismo ha sido agregado a nosotros como la misma esencia de la vida divina. Esto es regeneración y vida nueva. Por medio de todo esto ahora nosotros tenemos un nuevo espíritu (Ez. 36:26).
Permítame preguntar: ¿Ha recibido usted a Cristo mismo como su vida nueva? Si su respuesta es “sí”, yo preguntaría: ¿Entonces por qué es usted tan pobre? Los cristianos deben reconocer a Cristo como su realidad viviente. La energía atómica no sólo es algo exterior sino también algo interior. Hasta en una simple hoja de papel hay energía atómica. Pero cuando usted recibió a Cristo, algo más poderoso que la energía atómica fue agregado a su espíritu. Si cree usted esto, tiene usted que saltar y decir: “¡Aleluya!” Tiene usted que agradecerle a El y alabarle porque este Cristo maravilloso, todo-inclusivo, inagotable e inmensurable realmente ha sido agregado a usted. Simplemente no tenemos palabras adecuadas para describir al Cristo que ha entrado en nosotros. Sólo la eternidad puede decirlo.
Pero, alabado sea El, esto no es todo. Nuestro espíritu también está habitado por el Espíritu Santo todo-inclusivo. Cuando fuimos salvos, Dios no sólo renovó nuestro corazón y nuestro espíritu, sino que también puso Su propio Espíritu en nosotros (Ez. 36:26, 27; Jn. 14:17). Este maravilloso Espíritu mora (Ro. 8:11) en nuestro espíritu humano (Ro. 8:16). Nuestro espíritu es la propia morada del Espíritu Santo. Considere cuán maravilloso es este Espíritu. Desde el momento de nuestra salvación, nuestro espíritu muerto ha llegado a ser un espíritu que ha sido vivificado y regenerado con Cristo como vida divina, y también ha sido habitado por el Espíritu Santo todo-inclusivo. Ahora nosotros tenemos tal espíritu.
Pero aun esto no es todo. Ahora nuestro espíritu está unido al Señor como un solo espíritu. Nuestro espíritu y el Señor mismo como el Espíritu se han unido en un solo espíritu (1 Co. 6:17). No hay palabras humanas que puedan agotar este misterio.
¿Cuál es el propósito y la función del espíritu? Es tener contacto con el Señor, recibirlo, adorar a Dios (Jn. 4:24) y tener comunión con las Personas divinas del Dios Triuno. El corazón es el órgano para amar, mientras que el espíritu es el órgano para tener contacto y recibir. No podemos amar con nuestro espíritu. Debemos amar con nuestro corazón. Pero por medio de nuestro espíritu debemos recibir a Aquel a quien amamos y tener contacto con El.
Nunca olvidaré a una hermana que se molestó por un mensaje como éste. Ella pensaba que era suficiente si nuestro corazón amaba al Señor, y que no había necesidad de hablar del espíritu. Creía que el corazón y el espíritu eran palabras sinónimas. Tal vez después de haber escuchado tal mensaje, esta hermana no pudo dormir bien por la noche, porque a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, preguntó: “¿No es acaso suficiente que nuestro corazón ame al Señor? ¿Por qué es necesario hablar del espíritu?” Yo contesté: “Hermana, aquí tengo una preciosa Biblia. ¿Acaso usted la ama?” A lo que ella contestó: “Por supuesto que la amo”. Entonces le dije: “¡Tómela!”. Cuando estiró la mano le dije: “¡No, no use la mano! Su corazón es el que ama la Biblia. Mientras su corazón ame la Biblia todo está bien. No es necesario que use la mano para tomarla”. El punto es claro. No podemos decir que mientras nuestro corazón ame al Señor es más que suficiente. Se necesita el espíritu para tomar a Cristo.
Supongamos que yo amara mi desayuno. ¿Será suficiente que mi corazón ame el tocino, el pan tostado, la leche, el jugo, etc.? ¡Absolutamente no! Si eso fuera suficiente, me temo que en unos cuantos días me estarían enterrando. Amar es un asunto del corazón, pero para recibir algo debe usarse otro órgano. El órgano que vayamos a usar, está determinado por lo que vamos a recibir. Si va uno a recibir comida, debe utilizar la boca; si va uno a recibir una voz, debe utilizar los oídos. Si va uno a recibir un colorido escenario, debe utilizar los ojos. Ahora bien, puesto que amamos al Señor, ¿cuál órgano debemos usar para recibirlo? ¿los ojos acaso? Cuanto más buscamos al Señor, más desaparecerá. Con todo propósito Dios sólo creó un órgano para recibirlo y tener contacto con El. Ese órgano es el espíritu. El espíritu que tenemos en nuestro interior tiene espiritualmente la misma función que el estómago físicamente. Fue creado específicamente con el propósito de que recibiéramos a Dios en nuestro interior.
Pero antes de poder recibir algo, uno debe sentir amor por ello. Nadie recibe cosa alguna si primero no la ama. Si usted no amara el desayuno sería difícil para usted recibirlo. Es por eso que usted primero debe tener apetito. Cuando amamos al Señor le recibimos, tenemos contacto con El, nos comunicamos con El y tenemos comunión con El. El corazón sirve para que amemos, pero el espíritu sirve para que recibamos. Mediante la renovación del corazón tenemos un nuevo interés y un nuevo deseo de amar al Señor. Mediante la renovación del espíritu tenemos una nueva habilidad y una nueva capacidad para recibir al Señor. Por lo tanto, después de que nuestro espíritu ha sido vivificado y Cristo como vida ha sido agregado a él, después de que ha sido habitado por el Espíritu Santo y después de que se ha unido al Señor como un solo espíritu, llega a ser un órgano muy fino para recibir al Señor y tener contacto con El.
(
EconomÃa de Dios, La, capítulo 7, por Witness Lee)