LA REALIDAD DE LA RESURRECCION
CONTENIDA EN EL ESPIRITU ETERNO
Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. ¿Quién levantó de los muertos a Jesús? El mismo Espíritu de separación. ¿Qué Espíritu vivificará nuestros cuerpos mortales? El Espíritu de resurrección que mora en nosotros. Esto significa que la realidad de la resurrección y el principio de la resurrección moran en nosotros. El principio de resurrección es la separación efectuada por este Espíritu eterno, Aquel a quien la muerte no puede darle fin.
Al ver que el principio de resurrección está en el Espíritu eterno de separación, debemos preguntar dónde está este Espíritu hoy en día. Debemos decir: “¡Aleluya, está en mí!” Por lo tanto, este principio de resurrección también está en nosotros. Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos el principio de la cruz y el principio de resurrección, a saber: la muerte le dio fin a todo y ahora el Espíritu eterno mora en nosotros. Si viéramos esto, seríamos trascendentes. Diríamos: “¡Aleluya!” No es necesario que roguemos, ni que pidamos, ni que clamemos. Sólo necesitamos decir siempre “aleluya”.
Juan 11:25 nos dice que Cristo mismo es la resurrección. Marta, la hermana de Lázaro, se quejó de que el Señor llegó demasiado tarde. A ella le parecía que la resurrección y la vida eran cuestión de tiempo. Si el Señor hubiera llegado antes, razonaba ella, su hermano no habría muerto. Por el contrario, el Señor le dijo, en efecto, que no era cuestión de tiempo ni de espacio, sino de Cristo. El dijo: “YO SOY la resurrección”. Olvidemos el tiempo y el espacio; dondequiera y cuando quiera que Cristo esté, ahí siempre hay resurrección.
El día de la resurrección, cuando Cristo vino a Sus discípulos, El sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Este mismo Espíritu que ellos recibieron incluía el principio y la realidad de la resurrección. Sin este Espíritu, los discípulos no tendrían nada que ver con Su resurrección. La resurrección de Cristo está en este Espíritu. Si tenemos este Espíritu, tenemos la realidad de la resurrección; si no tenemos este Espíritu, no tenemos nada que ver con la resurrección. La resurrección es simplemente Cristo mismo, y el principio y la realidad de la resurrección de Cristo es el Espíritu eterno, al cual nunca se le puede dar fin. Este Espíritu eterno, quien no tiene principio ni fin, es el mismo principio y la misma realidad de la resurrección. A todo lo demás que le sea dado muerte será terminado; solamente el Espíritu eterno no puede ser retenido ni terminado por la muerte. Es por esto que después de la resurrección, Cristo como resurrección vino a Sus discípulos y sopló sobre ellos, diciéndoles que recibieran Su aliento como el Espíritu eterno, el Espíritu de separación. Este mismo Espíritu eterno, como el principio y la realidad de la resurrección, entró en los discípulos, y este principio y esta realidad ahora están en nosotros.
Otros dos versículos nos ayudarán a entender esto. En Filipenses 1:19 Pablo habla de “la suministración del Espíritu de Jesucristo”. Parece como si él dijera: “Estoy en la cárcel, pero no tengo ningún temor porque dentro de mí está el principio y la realidad de la resurrección. ¿Qué es esta resurrección que está dentro de mí? Es el Espíritu de Jesús con la suministración abundante, todo-inclusiva y todosuficiente”. Luego, en Filipenses 3:10, él dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección”. ¿Qué es el poder de Su resurrección? Es la suministración del Espíritu de Jesús. La suministración abundante, todo-inclusiva y todo-suficiente del Espíritu de Jesús es el poder de Su resurrección. Este poder y esta suministración son nada menos que el Espíritu eterno, el Espíritu de separación. ¡Aún así, este Espíritu está dentro de nosotros hoy día! ¿No es esto suficiente? ¿Qué más podemos pedir? Debemos decir: “¡Aleluya!” Tenemos que darle gracias a El por Su cruz y tenemos también que alabarle por Su Espíritu. Su cruz le ha dado fin a todo lo negativo y ahora Su Espíritu eterno mora en nosotros como el poder de resurrección.
En resumen, no podemos tener una verdadera experiencia de la cruz a menos que estemos en el Espíritu eterno. No importa cuánto sepamos de ella ni cuánto hablemos de ella, si no estamos en el Espíritu eterno no podemos experimentar el poder de la cruz. Cuanto más vivamos y andemos en el Espíritu eterno de separación, más experimentaremos el poder aniquilador de la cruz. Ya no hay necesidad de que nos consideremos muertos; esto es cometer suicidio espiritual. Muchos cristianos tratan diariamente de cometer suicidio espiritual, sin embargo, alabado sea el Señor, ¡nunca han podido tener éxito! Si tan sólo vivimos y andamos en el Espíritu, la dosis todo-inclusiva que está dentro de nosotros, experimentaremos el poder aniquilador de la cruz. Puesto que el principio y la realidad de Su resurrección y de Su muerte están en el Espíritu eterno, entonces la resurrección también incluye la eficacia de Su muerte. En el Espíritu eterno de resurrección se encuentra el factor aniquilador, el poder aniquilador de la cruz.
Así que, una vez más decimos: ¡Alabado sea el Señor! Mientras estemos en el Espíritu todo-inclusivo, la experiencia de la cruz es nuestra y la realidad de la resurrección está dentro de nosotros. No hay necesidad de hacer otra cosa que tomarlo por medio de una fe viva. Si vemos esto, diremos: “¡Aleluya, alabado sea el Señor!” Tenemos la fe que es viviente, y lo tomamos y reclamamos por fe. Entonces el principio de la cruz y el de la resurrección serán reales para nosotros en el Espíritu morador. Ya lo tenemos a El interiormente. Ya no hay necesidad de que pidamos nada, sino de que lo tomemos, lo experimentemos y lo disfrutemos a El. Entonces experimentaremos un verdadero crecimiento en vida. Puedo asegurarles esto. Esta es una visión que necesitamos ver y tomar por fe.
(
EconomÃa de Dios, La, capítulo 15, por Witness Lee)