EL LUGAR DE REUNION
Otra cosa que se considera de vital importancia para la existencia de una iglesia es un edificio para la iglesia. El pensamiento de iglesia es tan frecuentemente asociado con un templo, que a menudo se hace referencia al edificio mismo como “la iglesia”. Pero en la Palabra de Dios es a los creyentes vivientes a quienes se les llama la iglesia, no a los ladrillos y el concreto (véase Hch. 5:11 y Mt. 18:17). Según las Escrituras ni siquiera es necesario que una iglesia tenga un lugar específicamente apartado para la comunión. Los judíos siempre tenían sus lugares especiales de reunión y a dondequiera que ellos iban se esmeraban a toda costa en construir una sinagoga en la que adoraban a Dios. Los primeros apóstoles eran judíos, y la tendencia judía de construir lugares especiales de reunión era natural en ellos. Si el cristianismo hubiera requerido que fueran apartados lugares con el propósito específico de adorar al Señor, los primeros apóstoles, con su cultura judía y tendencias naturales, hubieran estado lo suficientemente dispuestos como para construirlos. Lo asombroso es que ellos no solamente no construyeron edificios especiales sino que parece que ellos ignoraron deliberadamente todo el asunto. Es el judaísmo, no el cristianismo, el que enseña que debe haber lugares santificados para la adoración divina. El templo del Nuevo Testamento no es un edificio material; consiste en personas vivas, todos creyentes en el Señor. Puesto que el templo del Nuevo Testamento es espiritual, la cuestión de los lugares de reunión para los creyentes, o lugares de adoración, es una de importancia menor. Vayamos al Nuevo Testamento para ver cómo se trata allí la cuestión de los lugares de reunión.
Cuando nuestro Señor estaba en la tierra, El se reunía con Sus discípulos a veces en las laderas de las colinas y a veces junto al mar. El los reunía a veces en una casa, otras veces en un barco, y hubo ocasiones cuando El se retiró aparte con ellos en un aposento alto. Pero no había un lugar consagrado donde habitualmente El se reuniera con los Suyos. En Pentecostés los discípulos estaban reunidos en un aposento alto y después de Pentecostés todos ellos se encontraban en el templo o separadamente en casas distintas (Hch. 2:46), o a veces en el pórtico de Salomón (Hch. 5:12). Se reunían para orar en varios hogares, siendo el de María uno de ellos (Hch. 12:12), y leemos que en una ocasión estaban reunidos en un cuarto en el tercer piso de un edificio (Hch. 20:8). A juzgar por estos pasajes, los creyentes se reunían en una gran variedad de lugares y no tenían lugar oficial de reunión. Ellos simplemente utilizaban cualquier edificio que satisficiera sus necesidades, ya fuera en una casa particular, o sólo en un cuarto de una casa, o si no en un gran edificio público como el templo, o aun en un espacio amplio como el pórtico de Salomón. No tenían edificios especialmente separados para el uso de la iglesia; no tenían nada que correspondería al “edificio de la iglesia” de hoy en día.
“El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba...Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos; y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana...” (Hch. 20:7-9). En Troas encontramos a los creyentes reunidos en el tercer piso de un edificio. Hay una deliciosa informalidad en la atmósfera de esta reunión, que contrasta con los cultos convencionales de hoy en día, donde todos los miembros de la iglesia se sientan rígidos en sus bancas. Pero esta reunión de Troas era bíblica de verdad. En ella no había sello oficial; mostraba las marcas de la vida real en su perfecta naturalidad y pura simplicidad. Estaba muy bien que algunos de los santos se sentaran en el borde de la ventana, o que otros se sentaran en el piso, como María hizo antaño. En nuestras asambleas debemos regresar al principio del aposento alto. El piso principal es un lugar para los negocios, un lugar donde los hombres van y vienen; pero hay más atmósfera de hogar en el aposento alto, y las reuniones de los hijos de Dios son asuntos de familia. La Ultima Cena tuvo lugar en un aposento alto; también Pentecostés, y asimismo la reunión mencionada aquí. Dios quiere que la intimidad del aposento alto caracterice las reuniones de Sus hijos, no la rígida formalidad de un imponente edificio público.
Es por eso que en la Palabra de Dios encontramos a Sus hijos reunidos en la atmósfera familiar de un hogar particular. Leemos de la iglesia en la casa de Priscila y Aquila (Ro. 16:5; 1 Co. 16:19), la iglesia en la casa de Ninfas (Col. 4:15), y la iglesia en la casa de Filemón (Flm. 2). El Nuevo Testamento menciona por lo menos estas tres diferentes iglesias que estaban en hogares de creyentes. ¿Cómo llegó a ser que las iglesias estuvieran en dichas casas? Si en un lugar determinado había unos pocos creyentes, y uno de ellos tenía una casa bastante grande para acomodar a todos, con toda naturalidad tenían su asamblea allí, y los cristianos en esa localidad eran llamados “la iglesia en casa de fulano de tal”.
Todo debe comenzar por el principio. Cuando una iglesia es fundada, los creyentes desde el inicio mismo deben aprender a reunirse por sí mismos en sus propios hogares o en algún otro edificio que ellos puedan obtener. Por supuesto, no toda iglesia es una iglesia en una casa, pero una iglesia en una casa debería ser estimulada en vez de ser considerada un inconveniente. Si el número de creyentes es grande y la esfera de la localidad ancha, quizás necesiten reunirse, como los santos en Jerusalén lo hacían, en distintas casas (lo cual puede significar hogares, salones o cualquier otro edificio) en lugar de en una sola casa. Había sólo una iglesia en Jerusalén, pero sus miembros se reunían en diferentes casas. El principio de las casas se aplica aún hoy. Esto no significa que la iglesia entera se reunirá siempre separadamente; de hecho, es importante, y de gran provecho, que todos los creyentes se reúnen a menudo en un lugar (1 Co. 14:23). Para hacer posibles tales reuniones, ellos podrían pedir prestado o arrendar un lugar público para la ocasión, o si ellos tuvieran los medios suficientes, podrían adquirir un local permanente para ese propósito. Sin embargo, el lugar de reunión de los creyentes podría estar, por lo general, en una casa particular. Si tal lugar no está disponible o si no es adecuado, por supuesto se podría adquirir otros edificios. Pero debemos tratar de estimular las reuniones en los hogares de los cristianos.
Los grandes edificios de hoy con sus elevadas torres expresan al mundo y a la carne antes que al Espíritu, y en muchos aspectos no están tan bien adecuados para el propósito de la asamblea cristiana como los hogares privados de los hijos de Dios. En primer lugar, la gente se siente más libre de hablar de cosas espirituales en la atmósfera informal de un hogar que en un espacioso templo donde todo se hace de un modo formal; además, no existe la misma posibilidad allí para el intercambio mutuo. Por alguna razón, tan pronto como entran las personas en estos edificios especiales, involuntariamente adoptan un estado de pasividad y esperan que se les predique. El ambiente de una familia debe impregnar en todas las reuniones de los hijos de Dios, para que los hermanos incluso se sientan libres de hacer preguntas (1 Co. 14:35). Todo debe estar bajo el control del Espíritu, pero también debe encontrarse la libertad del Espíritu. Además, si las iglesias están en los hogares particulares de los hermanos, ellos naturalmente sienten que todos los intereses de la iglesia son los suyos propios. Hay un sentido de intimidad de relación entre ellos mismos y la iglesia. Muchos cristianos piensan que los asuntos de la iglesia son cosas más allá de su alcance. No tienen ningún interés íntimo en ellos porque, en primer lugar, tienen su “ministro” que es responsable específicamente por tales asuntos, y tienen un gran templo que les parece tan ajeno a sus hogares, y en el cual los asuntos se conducen tan sistemáticamente y con tanta precisión que uno se siente subyugado y atado en espíritu.
Aún más, las reuniones en las casas de los creyentes pueden ser un testimonio fructífero para los vecinos y proporcionan una oportunidad para testificar y para predicar el evangelio. Muchos que no están dispuestos a ir a un templo irán con gusto a una casa particular. Además, la influencia es de lo más provechosa para las familias de los cristianos. Desde temprana edad, los niños estarán rodeados de un ambiente espiritual y tendrán oportunidad constante de ver la realidad de las cosas eternas. De nuevo, si las reuniones están en los hogares de los cristianos, la iglesia se evita mucha pérdida material. Una razón por la cual los cristianos sobrevivieron la persecución romana durante los primeros tres siglos de la historia de la iglesia, fue que no tenían edificios especiales para la adoración, sino que se congregaban en bodegas y cuevas, y otros lugares discretos. Tales lugares de reunión no eran descubiertos fácilmente por sus perseguidores; pero los edificios grandes y costosos de hoy en día serían fácilmente localizados y destruidos, y las iglesias serían rápidamente aniquiladas. Las estructuras imponentes de nuestra época moderna imparten una impresión del mundo en vez de una impresión del Cristo cuyo nombre llevan. (Los locales y otros edificios requeridos por la obra son asunto aparte; estamos hablando aquí solamente en cuanto a las iglesias).
Así que el método bíblico de la organización de una iglesia es sumamente sencillo. Tan pronto como hay unos cuantos creyentes en un lugar, comienzan ellos a reunirse en uno de sus hogares. Si los miembros aumentan tanto que se vuelve impráctico reunirse en una casa, entonces pueden reunirse en varios hogares diferentes, pero la compañía entera de creyentes puede reunirse de vez en cuando en algún lugar público. Un local para tales propósitos se podría tomar prestado, alquilar o construir, según la condición financiera de la iglesia; pero debemos recordar que los lugares ideales de reunión de los santos son sus propios hogares.
Las reuniones conectadas con la obra están arregladas con perspectivas completamente distintas, y están enteramente bajo los auspicios de los obreros. Parten del principio de la casa alquilada por Pablo en Roma. Como hemos visto, cuando Pablo llegó a Roma ya existía una iglesia allí, y los creyentes tenían ya sus reuniones regulares. Pablo no usó el lugar de reunión de la iglesia para su obra, sino que alquiló un lugar separado, puesto que se quedó por un período prolongado en Roma. En Troas él se quedó únicamente una semana, de manera que allí no alquiló un lugar, sino que simplemente aceptó la hospitalidad de la iglesia. Cuando él se fue, las reuniones especiales que había estado dirigiendo allí cesaron, pero los hermanos en Troas aún continuaron sus propias reuniones. Si un obrero planea permanecer por un período considerable en un lugar, entonces debe procurarse un centro separado para su obra y no hacer uso del lugar de reunión de la iglesia. Frecuentemente tal centro necesitará una mayor capacidad que el lugar de reunión de la iglesia. Si el Señor llama a algunos de Sus siervos a mantener un testimonio permanente en un lugar determinado, entonces la necesidad de un edificio especial relacionado con la obra puede ser más grande que la de un local en relación con la iglesia. Es casi esencial tener un edificio, si la obra ha de llevarse adelante en algún lugar, mientras que los hogares de los hermanos casi siempre satisfacen las necesidades de las reuniones de la iglesia.
(
Vida cristiana normal de la iglesia, La, capítulo 9, por Watchman Nee)