“SU PROPIA VIVIENDA ALQUILADA”
La iglesia en Roma es una buena ilustración de lo anterior. Antes de que Pablo visitara a Roma, había escrito a la iglesia allí expresando un deseo intenso de verlos (Ro. 1:10, 11). Por su carta es obvio que una iglesia había sido establecida en esa ciudad antes de su llegada. Cuando de hecho llegó a Roma, la iglesia allí no le entregó la responsabilidad local a él, ni dijeron (como una iglesia hoy probablemente lo haría): “Ahora que está un apóstol entre nosotros, él debe asumir la responsabilidad y ser nuestro pastor”. En vez de eso, encontramos esta crónica asombrosa en la Palabra: “Pablo permaneció dos años enteros en su propia vivienda alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hch. 28:30-31, gr.). ¿Por qué vivió Pablo en “su propia vivienda alquilada” y predicó y enseñó desde allí y no desde la iglesia ya existente? Tal vez algunos sugieran que a causa de que él era prisionero no le hubieran dejado reunirse en la iglesia; pero habría poca diferencia entre reunirse en la iglesia y en la casa. Si le habían dado permiso para alquilar una casa y predicar y enseñar allí, ¿por qué le habrían denegado permiso para predicar y enseñar en conexión con la iglesia? Además debemos recordar que la Palabra no declara la razón por la cual Pablo alquiló una casa y predicó y enseñó allí; solamente menciona el hecho. El hecho es que sí alquiló una casa y sí predicó y enseñó allí, y ese hecho es suficiente para nosotros. Es suficiente para guiarnos. Además, Dios aclara que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. No se le presionó en ninguna forma, pues él actuaba “abiertamente y sin impedimento”.
Entonces, ¿cuál es el significado de la vivienda alquilada? Debemos recordar el ahorro divino de palabras en las Escrituras, y debemos comprender que ni el suceso ni la narración fueron accidentales. No hay lugar para ocurrencias casuales o crónicas sin importancia en la Palabra de Dios. Todo lo que está allí ha sido escrito para nuestra enseñanza, y hasta una expresión aparentemente casual puede encerrar una lección preciosa. Más aún, este libro es el libro de los Hechos de los Apóstoles, quienes se movieron bajo la dirección directa del Espíritu Santo, así que la crónica en cuestión es también uno de los hechos de los apóstoles y, por lo tanto, no es un suceso accidental sino un hecho bajo la dirección del Espíritu Santo. Aquí en dos frases cortas tenemos un principio importante, a saber: la obra apostólica y la iglesia local son muy distintas. Una iglesia ya había sido establecida en Roma; así que los miembros debían de haber tenido por lo menos un lugar de reunión, pero ellos no le solicitaron a Pablo que se tomara control de la iglesia local ni hicieron que su sitio de reunión fuera el centro de la obra de Pablo. Pablo tenía su obra en su propia vivienda alquilada, completamente apartada de la iglesia y apartada de su lugar de reunión, y él no se encargó de la responsabilidad de los asuntos de la iglesia local.
Todo apóstol debe aprender a vivir en “su propia vivienda aquilada”, y trabajar con ella como su centro, dejando la responsabilidad de la iglesia local a los hermanos locales. (Nótese que esto no significa que un apóstol no irá a una iglesia local a ministrar. Véase más adelante, págs. 219-220.) La obra de Dios pertenece a los obreros, pero la iglesia de Dios pertenece a la localidad. Una obra en un cierto lugar es sólo temporal, mas una iglesia en un cierto lugar es siempre permanente. La obra es movible; la iglesia es sedentaria. Cuando Dios indica que un apóstol debe mudarse, su obra se va con él, pero la iglesia permanece. Cuando Pablo pensó en salir de Corinto, el Señor le mostró que tenía más ministerio para él en la ciudad, así que Pablo se quedó durante dieciocho meses, no permanentemente. Cuando Pablo salió de Corinto su obra se fue con él, pero la iglesia en Corinto continuó, aunque los frutos de su trabajo quedaron en la iglesia. Una iglesia no debe ser afectada por los movimientos de los obreros. Ya sean que estén presentes o ausentes, la iglesia debería avanzar firmemente. Cada uno de los obreros de Dios debe tener una línea de demarcación definida entre su obra y la iglesia en el lugar de sus labores.
La obra de los apóstoles y la obra de la iglesia local se desarrollan paralelamente; no convergen. Cuando los apóstoles están trabajando en cualquier lugar, su obra se realiza lado a lado con la obra de la iglesia. Las dos nunca coinciden, tampoco puede una sustituir a la otra. Al irse de un lugar, un apóstol debería entregar todo el fruto de su labor a la iglesia local. No es la voluntad de Dios que la obra de un apóstol tome el lugar de la obra de la iglesia, tampoco que sea en alguna manera identificada con ella.
El principio de que Pablo viviera en su propia casa alquilada muestra claramente que la obra de la iglesia no es afectada por la presencia o ausencia de un apóstol. Después de que Pablo llegó a Roma, la obra de la iglesia siguió como antes, aparte de él. Puesto que no dependía de él para su origen ni para su continuación, tampoco sería afectada por su partida. La obra es la obra, y la iglesia es la iglesia, y estas dos líneas nunca convergen, sino que siguen su curso paralelamente.
Supongamos que vamos a Kweiyang a trabajar; ¿cuál debe ser nuestra manera de proceder? Al llegar a Kweiyang vivimos en una posada, o alquilamos un cuarto, y comenzamos a predicar el evangelio. ¿Qué haremos cuando los hombres sean salvos? Debemos alentarlos a que lean la Palabra, a que oren, a que ofrenden, a que testifiquen y a que se reúnan para comunión y ministerio. Uno de los errores trágicos de los últimos cien años de misiones extranjeras en China (¡Que Dios tenga misericordia de mí si digo algo impropiamente!) es que, después de que un obrero conducía a los hombres a Cristo, él preparaba un local y los invitaba a que fueran allí para las reuniones, en lugar de estimularlos a que se reunieran por sí mismos. Se han hecho esfuerzos para animar a los nuevos creyentes a que lean la Palabra por sí mismos, a que oren por sí mismos, a que testifiquen por sí mismos, pero nunca a que se reúnan por sí mismos. A los obreros nunca se les ocurre leer, orar, y testificar por ellos, pero no ven ningún daño en preparar las reuniones por ellos. Necesitamos mostrar a los nuevos convertidos que tales deberes como el leer, el orar, el testificar, el ofrendar, y el reunirse, son el requisito mínimo para los cristianos. Deberíamos enseñarles a que tengan sus propias reuniones, en sus propios lugares de reunión. Digámosles: “Así como nosotros no podemos leer la Palabra, ni orar ni testificar por ustedes, así tampoco podemos tomar la responsabilidad de prepararles un centro de reunión para ustedes o dirigir sus reuniones. Deben buscar un local adecuado y llevar a cabo sus propias reuniones. Sus reuniones son su responsabilidad, y el reunirse ustedes con regularidad es uno de sus mayores deberes y privilegios”.
Muchos obreros consideran que sus reuniones y las reuniones de la iglesia son la misma cosa, pero no lo son (Véase el capítulo nueve). Así que tan pronto como unos pocos creyentes sean salvos debemos instruirlos a que tomen la responsabilidad completa de su propia lectura, oración y testimonio, y también de las reuniones públicas de la iglesia.
Con respecto a nosotros mismos, mientras que seguimos trabajando y mantenemos nuestra obra separada de la obra de la iglesia, debemos ir y tener comunión con los creyentes en sus diversas reuniones locales. Debemos ir y partir el pan con ellos, unirnos a ellos en el ejercicio de los dones espirituales, y participar en sus reuniones de oración. Cuando no hay iglesia en el lugar al cual Dios nos ha enviado, somos sólo obreros allí; pero, tan pronto como haya una iglesia local, somos hermanos y obreros a la vez. En nuestra calidad de obreros no podemos asumir ninguna responsabilidad en la iglesia local, pero en nuestra calidad de hermanos locales podemos reunirnos con todos los miembros de la iglesia como sus co-miembros.
Tan pronto como haya una iglesia local en el lugar en que laboramos, automáticamente nos convertimos en miembros. Este es el punto principal a observar en la relación entre la iglesia y la obra: el obrero debe dejar a los creyentes que principien y dirijan sus propias reuniones en su propio lugar de reunión, y luego él debe ir a ellos y tomar parte en las reuniones de ellos, y no pedirles que vengan a él y participen en las reuniones de él. De otro modo, nos convertiremos en pobladores en algún lugar y cambiaremos nuestro oficio de apóstol a pastor; y cuando al fin nos vayamos, necesitaremos encontrar un sucesor para que continúe con la obra de la iglesia. Si mantenemos la iglesia y la obra paralelas y no permitimos que las dos líneas converjan, encontraremos que no se necesitará ningún ajuste en la iglesia cuando nos vayamos, porque ella no habrá perdido a un “pastor”, sino solamente a un hermano. A menos que diferenciamos claramente en nuestras mentes entre la iglesia y la obra, mezclaremos la obra con la iglesia y la iglesia con la obra; habrá confusión en ambas direcciones, y el crecimiento de la iglesia tanto como de la obra será detenido.
“Autogobierno, autosostenimiento y autopropagación” ha sido el lema de muchos obreros por años. La necesidad de tratar con estos asuntos ha surgido por la confusión entre la iglesia y la obra. En una misión, cuando son salvas las personas, los misioneros preparan un local para ellos, hacen arreglos para reuniones de oración y clases bíblicas, y algunos de ellos llegan hasta el extremo de manejar los asuntos materiales y espirituales de la iglesia. ¡La misión hace el trabajo de la iglesia local! Por lo tanto, no es sorprendente que con el transcurso del tiempo se presenten problemas relacionados con el autogobierno, el autosostenimiento y la autopropagación. Normalmente, tales problemas nunca habrían surgido si desde el comienzo se hubiera permanecido fiel a los principios que se nos han mostrado en la Palabra de Dios.
Cualquier persona que tenga el suficiente deseo de ser un cristiano debe ser enseñado desde el principio cuáles son las implicaciones. Los creyentes deben orar ellos mismos, estudiar la Palabra ellos mismos, y reunirse ellos mismos, no simplemente ir a un lugar de reunión preparado por otros y sentarse a escuchar a otros predicar. Ir a los patios o al salón de la misión a escuchar la Palabra no es reunirse de manera bíblica, porque lo que se lleva a cabo está en manos de un misionero o de su misión, no en manos de la iglesia local. Es una mezcla de la obra y la iglesia. Si desde el comienzo los cristianos aprendieran a reunirse conforme a las Escrituras, muchos problemas se evitarían.
(
Vida cristiana normal de la iglesia, La, capítulo 6, por Watchman Nee)