SIETE FACTORES DE LA UNIDAD ESPIRITUAL
“Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:4-6). Una persona se constituye en miembro de la iglesia con base en que ya posee la unidad del Espíritu, y este hecho dará por resultado que sea uno con todos los creyentes en los siete puntos anteriormente mencionados. Ellos son los siete elementos de la unidad del Espíritu, que es la herencia común de todos los hijos de Dios. Al trazar una línea de demarcación entre aquellos que pertenecen a la iglesia y aquellos que no, no debemos exigir más que estos siete puntos para no excluir a ninguno que pertenezca a la familia de Dios; y no nos atrevemos a pedir nada menos, para no incluir a ninguno que no pertenezca a la familia divina. Todos aquellos en quienes se encuentren estos siete puntos pertenecen a la iglesia; quienes carecen de alguno de ellos no pertenecen a la iglesia.
(1) UN CUERPO. La cuestión de la unidad comienza con el asunto de ser miembro del Cuerpo de Cristo. La esfera de nuestra comunión es la esfera del Cuerpo. Aquellos que están fuera de esa esfera no tienen relación espiritual con nosotros, pero quienes están dentro de esa esfera están todos en comunión con nosotros. No podemos hacer selección de comunión en el Cuerpo, aceptando a unos miembros y rechazando a otros. Todos somos parte de un solo Cuerpo, y nada puede separarnos de él, ni unos de otros. Cualquiera que haya recibido a Cristo pertenece al Cuerpo, y él y nosotros somos uno. Si no queremos extender la comunión a alguien, debemos primeramente asegurarnos de que no pertenece al Cuerpo; si pertenece, no tenemos ninguna razón para rechazarlo (excepto por razones disciplinarias como se expone claramente en la Palabra de Dios).
(2) UN ESPIRITU. Si alguno busca comunión con nosotros, por más que pueda discrepar de nosotros en experiencia o en visión, siempre que tenga el mismo Espíritu que nosotros, tiene derecho a ser recibido como hermano. Si él ha recibido el Espíritu de Cristo, y nosotros hemos recibido el Espíritu de Cristo, entonces somos uno en el Señor, y nada debe dividirnos.
(3) UNA ESPERANZA. Esta esperanza, que es común a todos los hijos de Dios, no es una esperanza general, sino la esperanza de nuestro llamamiento, es decir, la esperanza de nuestro llamamiento como cristianos. ¿Cuál es nuestra esperanza como cristianos? Esperamos estar con el Señor por siempre en la gloria. No hay una sola alma que pertenezca verdaderamente al Señor, en cuyo corazón no anide esta esperanza, porque tener a Cristo en nosotros es tener “la esperanza de gloria” en nosotros (Col. 1:27). Si alguien afirma ser del Señor, mas no tiene esperanza del cielo ni de gloria, su declaración es simplemente vacía. Todos los que comparten esta esperanza son uno, y puesto que tenemos esta esperanza de estar juntos en la gloria por toda la eternidad, ¿cómo podemos ser divididos ahora en el tiempo? Si hemos de compartir el mismo futuro, ¿no deberíamos acaso compartir con gusto el mismo presente?
(4) UN SEÑOR. Hay un solo Señor, el Señor Jesús, y todos los que reconocen que Dios ha hecho a Jesús de Nazaret Señor y Cristo, son uno en El. Si alguno confiesa que Jesús es el Señor, entonces su Señor es nuestro Señor, y puesto que servimos al mismo Señor, nada en absoluto puede separarnos.
(5) UNA FE. La fe de la que aquí se habla es la fe, no nuestras creencias en relación con la interpretación de las Escrituras, sino la fe por medio de la cual hemos sido salvos, que es la posesión común de todos los creyentes; es decir, la fe de que Jesús es el Hijo de Dios (quien murió por la salvación de los pecadores y ahora vive para dar vida a los muertos). Todo aquel que carece de esta fe vital no pertenece al Señor, pero los que sí la poseen son del Señor. Los hijos de Dios pueden seguir muchas distintas corrientes de interpretación bíblica, pero en relación a esta fe fundamental ellos son uno. Aquellos quienes carecen de esta fe no tienen parte en la familia de Dios, pero a los que la poseen, los reconocemos como nuestros hermanos en el Señor.
(6) UN BAUTISMO. ¿Es por inmersión o por aspersión? ¿Es unitario o triuno? Hay varias formas de bautismo aceptadas por los hijos de Dios, por tanto, si permitimos que la forma del bautismo sea la línea divisoria entre quienes pertenecen a la iglesia y quienes no, excluiremos de nuestra comunión a muchos verdaderos cristianos. Hay hijos de Dios, que incluso creen que no es necesario un bautismo material, pero puesto que son hijos de Dios, no nos atrevemos por esa causa a excluirlos de nuestra comunión. ¿Cuál, entonces, es el significado del único bautismo mencionado en este pasaje? Pablo esclarece el asunto en su primera carta a los Corintios. “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1:13). El énfasis no recae en la forma del bautismo, sino en el nombre en el cual somos bautizados. La cuestión primordial no es si uno es rociado o sumergido, sumergido una o tres veces, bautizado literalmente o en forma espiritual; lo importante es esto: ¿En qué nombre ha sido usted bautizado? Si ha sido bautizado en el nombre del Señor esto lo capacita para ser un miembro en la iglesia. Si alguien es bautizado en el nombre del Señor, yo le recibo con gusto como a hermano, cualquiera que sea el modo de su bautismo. Pero esto no implica que no sea importante si somos rociados o sumergidos, o si nuestro bautismo es espiritual o literal. La Palabra de Dios enseña que el bautismo es literal, y que es por inmersión, pero lo importante aquí es que la forma del bautismo no es la base de nuestra comunión, sino el nombre en el cual somos bautizados. Todos los que son bautizados en el nombre del Señor son uno en El.
(7) UN DIOS. ¿Creemos en el mismo Dios personal y sobrenatural, y creemos que El es nuestro Padre? Si es así, entonces pertenecemos a una sola familia, y no hay razón adecuada para estar divididos.
Los siete puntos mencionados anteriormente son los siete factores de esa divina unidad que es la posesión de todos los miembros de la familia divina, y constituyen la única prueba de la confesión cristiana. Ellos son la posesión de todo cristiano verdadero, sin importar el lugar ni la época a los cuales pertenezca. Como un lazo de siete cuerdas la unidad del Espíritu une a todos los creyentes del mundo entero; y por muy distintas que sean sus caracteres o circunstancias, si tienen estas siete expresiones de una unidad interna, nada en absoluto los puede separar.
Si imponemos alguna condición para tener comunión, además de estas siete —que no son sino el resultado de la única vida espiritual— entonces somos culpables de sectarismo, porque estamos haciendo una división entre aquellos que evidentemente son hijos de Dios. Si aplicamos cualquier prueba fuera de estas siete, como el bautismo por inmersión, o ciertas interpretaciones acerca de la profecía, o una corriente especial de enseñanza sobre la santidad, o una experiencia pentecostal, o el renunciar a una iglesia denominacional, entonces estamos imponiendo otras condiciones que las estipuladas en la Palabra de Dios. Todos los que tienen estos siete puntos en común con nosotros son nuestros hermanos, cualquiera que sea su experiencia espiritual, sus puntos de vista doctrinales, o sus afiliaciones con las autodenominadas iglesias. Nuestra unidad no se basa en nuestra apreciación de la verdad acerca de nuestra unidad, ni en nuestro éxodo de lo que se opondría a nuestra unidad, sino en el hecho mismo de nuestra unidad, que es hecho real en nuestra experiencia por el Espíritu de Cristo, que mora en nosotros.
(
Vida cristiana normal de la iglesia, La, capítulo 5, por Watchman Nee)