EN EL NUEVO HOMBRE NO TENEMOS LA LIBERTAD
DE HABLAR LO QUE QUEREMOS
En el nuevo hombre no tenemos la libertad de hablar lo que queremos. Esto nos limita y nos restringe más que el hecho de ser miembros los unos de los otros. Creo que todos estamos de acuerdo en que lo que más nos limita es no poder hablar lo que queremos. Si yo no puedo hablar de esto ni de aquello que yo quiero hablar, entonces me sentiré muy restringido; pero si puedo decir lo que se me antoje, entonces me sentiré muy libre. No obstante, en la iglesia, en el Cuerpo de Cristo, y especialmente en el nuevo hombre, ni el hombre natural suyo ni el mío tienen libertad de expresión. Esto se debe a que ninguno de nosotros es la persona. En el nuevo hombre sólo hay una persona. Únicamente esta persona tiene la libertad de expresión; nuestro hombre natural no tiene en absoluto ninguna libertad de expresión. El Señor es quien tiene toda la libertad de expresión, y yo no tengo ninguna libertad de expresión. No debemos permitir que el hombre natural hable; debemos callarlo definitivamente. Sólo una persona debe hablar.
Debemos relacionar estas tres frases: “a una voz” mencionada en Romanos 15:6, “habléis todos una misma cosa” en 1 Corintios 1:10, y “un solo y nuevo hombre” en Efesios 2:15. De lo contrario, jamás entenderemos los primeros dos versículos. Tal vez se pregunten cómo toda la iglesia puede hablar a una voz y cómo millones de miembros pueden hablar una misma cosa. Humanamente esto es imposible. No obstante, debemos ver que en Romanos 15 Pablo se dirige a una iglesia local. En una iglesia local, sólo se debe escuchar una sola voz. Aquí en Taipéi, sólo debe escucharse una sola voz. Asimismo debe escucharse una sola voz en las iglesias del Sudeste asiático. Esto se debe a que hay una sola persona. Anteriormente, se escuchaban muchas voces porque había muchas personas. Cuando hay muchas personas, hay muchas ideas; y cuando hay muchas ideas, hay muchas opiniones, pero damos gracias al Señor porque ahora aquí hay una sola boca y una sola persona. Aquí no hay policías; cada uno de nosotros es completamente libre; pero por otra parte, no sentimos que tenemos ninguna libertad debido a la presencia de otra persona. Tal vez usted esté a punto de hablar, y sienta que algo lo “pellizca” en su interior, diciéndole que no debe decir nada. Así que lo único que puede decir es: “¡Gracias, Señor!”. Y cuando quiera volver a hablar, el Señor lo pellizcará de nuevo, y simplemente dirá: “¡Amén!”. Si el Señor no pellizcara a éste o a aquél, les aseguro que los hermanos y hermanas discutirían cada vez que se reúnan.
Aunque hay muchas personas en la iglesia en Taipéi, no se escuchan disputas. Esto se debe a que por muchos años han recibido la gracia para tomar a Cristo como su persona. No soy yo quien habla, ni usted quien habla, ni él quien habla ni tampoco son los hermanos quienes hablan ni las hermanas quienes hablan; en vez de ello, todos decimos: “¡Señor, habla Tú!”.
No debemos pensar que la razón por la que no hablamos es que somos callados por naturaleza. Por el contrario, me temo que a todos nos encanta hablar. Sin embargo, hace muchos años, cuando aún era joven, hice los razonamientos que ya les mencioné. No fui yo quien eligió ser un hombre, pero ya que soy un hombre, entonces tengo que ser un cristiano; si soy un cristiano, tengo que proceder conforme a la Biblia; y si he de proceder conforme a la Biblia, eso significa que viviré “encadenado”. Por esta razón, en más de una ocasión, en momentos críticos, decidí no decir nada. ¿Por qué? Porque la persona que estaba en mí tampoco dijo nada. Ya no soy yo la persona, sino Cristo. Debemos tomar a Cristo no solamente como nuestra vida, sino también como nuestra persona. No sólo debemos comer de Sus riquezas a fin de ingerirlas y asimilarlas en nuestro ser, sino que también debemos permitirle al Señor ser nuestra persona.
(Solo Cuerpo, un solo Espíritu, y un solo y nuevo hombre, Un, capítulo 5, por Witness Lee)