LA FILIACIÓN DIVINA EQUIVALE A
NUESTRA PLENA SANTIFICACIÓN,
LA CUAL OCURRE AL MEZCLARSE DIOS CON NOSOTROS
El propósito eterno de Dios consiste en forjarse en nosotros, en mezclarse absoluta y cabalmente con nosotros. Dios se forja en nosotros y se mezcla cabalmente con nosotros al ser nuestra vida y nuestro suministro de vida. Por lo tanto, primero debemos nacer de Él. Por medio de este nacimiento divino, el segundo nacimiento, llegamos a ser los recién nacidos, los hijos, de Dios. Al ser los hijos de Dios tenemos la vida y la naturaleza de Dios. Nuestro nuevo nacimiento es el comienzo de la mezcla de Dios con nosotros.
Sin embargo, como los hijos de Dios que somos, debemos crecer. Nuestro espíritu humano es la base de la obra divina efectuada por el Dios Triuno; es la morada que Dios toma inicialmente en nosotros. Desde el centro mismo de nuestro ser —nuestro espíritu como base para la obra de Dios— Dios se extiende a Sí mismo a nuestra alma para transformar todas las partes del alma. Finalmente, Él transforma, transfigura, nuestro cuerpo físico. De esta manera todo nuestro ser será saturado de Dios mismo e impregnado de Su esencia. Todo nuestro ser será transformado y mezclado con Dios para ser santificado por completo (1 Ts. 5:23). Ser hechos santos equivale a ser revestidos completamente de Dios, es decir, mezclados cabalmente con Dios. Dentro de cada parte de nuestro ser estará la esencia de Dios. La esencia de Dios, Dios mismo, es santidad. Cuando somos cabalmente mezclados con Dios, somos santificados por completo.
La santificación alcanza su consumación
en la manifestación de los hijos de Dios,
la plena filiación
Cuando seamos cabalmente santificados, seremos glorificados. Esto quiere decir que todo nuestro ser será introducido en la esencia de Dios. Ser glorificado significa que somos plenamente maduros. De esta forma tendremos la manifestación, la plena madurez, de los hijos de Dios (Ro. 8:19-21). Esto será nuestra plena filiación. La filiación comienza desde el momento del nuevo nacimiento y alcanza su consumación en la glorificación y manifestación de los hijos de Dios.
La filiación tiene que ver con el nuevo nacimiento, el crecimiento y la santificación. En un sentido todo-inclusivo, la santificación incluye la regeneración en el espíritu, la transformación con respecto al alma y la transfiguración del cuerpo. Estos tres asuntos en conjunto —la regeneración, la transformación y la transfiguración— conforman la santificación completa (1 Ts. 5:23). De esta forma todo nuestro ser, desde el centro hasta la circunferencia, es santificado por completo. La finalidad de esta santificación es la glorificación, y la glorificación es la manifestación de los hijos de Dios. Actualmente nosotros somos los hijos de Dios, pero aún no tenemos la manifestación de los hijos de Dios porque todavía no hemos sido glorificados, y aún no hemos sido glorificados porque no hemos sido santificados por completo. Esto se debe a que nuestra alma no ha sido transformada y nuestro cuerpo no ha sido transfigurado. Al tiempo de la venida del Señor, nuestro cuerpo será transfigurado (Fil. 3:21). Entonces no tendremos que decirle a la gente que somos hijos de Dios. Todos reconocerán que somos hijos de Dios, puesto que tendremos la manifestación, que es la glorificación, como el fin de nuestra santificación.
La regeneración es el nuevo nacimiento, luego del cual vienen la transformación y finalmente la transfiguración. Como parte de esta santificación completa tenemos la glorificación, y con esta glorificación tenemos la manifestación de los hijos de Dios. Luego, con la manifestación de los hijos de Dios, tendremos la plena filiación. La filiación comienza con la regeneración y alcanza su consumación en la manifestación de los hijos de Dios. Cuando tengamos la plena filiación, todo lo que Dios es, todo lo que Dios tiene y todo lo que Dios ha alcanzado será nuestro. Tendremos la plena filiación, y estaremos plenamente en Dios mismo conforme al plan de Dios. Esto se ve muy claramente en las Escrituras.
(
Visión la práctica y la edificación de la iglesia como cuerpo de Cristo, La, capítulo 3, por Witness Lee)