DIOS CREÓ AL HOMBRE CON UN ESPÍRITU
A FIN DE QUE EL HOMBRE LE PUDIERA
CONTENER Y RECIBIR
La Biblia nos dice que en el universo sólo hay un Señor soberano. Este hecho es innegable. La ciencia, nuestro corazón y la necesidad que hay en nuestro espíritu han comprobado que hay un único Señor soberano en el universo. Podríamos llamarlo Jehová; podríamos llamarlo Jesús; podríamos llamarlo el Dios Triuno; también podríamos llamarlo el Señor del cielo y la tierra, el Dios de todas las cosas. Él es el origen del universo y la fuente de todas las cosas.
Dios creó todo en el universo para el hombre. Los cielos fueron hechos para la tierra y la tierra fue hecha para el hombre. Si no hubiera cielos, no habría luz solar, aire ni lluvia y ningún ser vivo podría crecer. Estas cosas existen por causa de la tierra y para el beneficio de los hombres en la tierra. Gracias al Señor que la tierra produce todo lo que necesitamos para existir. La tierra produce todo lo que nuestro cuerpo necesita. Por ende, los cielos fueron hechos para la tierra y la tierra fue hecha para el hombre. El hecho de que el hombre viva en la tierra no es algo sin significado. El hombre fue creado para Dios. Por lo tanto, Dios creó al hombre con un espíritu para que el hombre pueda contactarlo y recibirlo. Dios es Espíritu, y quienes lo contactan deben contactarlo en espíritu. Del mismo modo que sólo los metales pueden conducir electricidad, así también el espíritu es lo único que puede comunicarse con el Espíritu.
A fin de contactar a Dios en el espíritu, a veces tenemos que detener las actividades de nuestro cuerpo y nuestra alma, y luego clamar a Dios e invocar al Señor Jesús desde la parte más profunda de nuestro ser. Si hacemos esto, de inmediato resplandecerá una luz en nosotros. Siempre que detenemos las actividades de nuestro cuerpo y nuestra alma, permitimos que el Espíritu obre en nosotros e invocamos desde nuestro espíritu, diciendo: “Oh Dios, oh, Señor Jesús”, entonces, en vez de estar en nuestras actividades externas, permanecemos en nuestro espíritu, que es la parte más profunda de nuestro ser. En ese momento, sabemos sin lugar a dudas que la existencia de Dios es una realidad. Esto podría compararse con respirar. Quizás usted no sienta que existe el aire, pero es muy conveniente el hecho de que hoy podamos disfrutar el aire. No percibimos que el aire está aquí, ni sentimos que lo necesitamos. No obstante, cuando somos privados del aire, comenzamos a darnos cuenta de que el aire es real. Así como nuestro cuerpo necesita el aire, también nuestro espíritu necesita a Dios. Por ende, la Biblia dice que nuestra vida y nuestro aliento dependen de Él (Job 12:10). Nuestro cuerpo físico necesita aire; sin aire, no hay vida. Igualmente, Dios es el verdadero aliento del hombre. Por lo tanto, cuando el Señor Jesús vino a Sus discípulos después de Su resurrección, Él no les encargó que fueran celosos, ni mandó a Pedro que cambiara su apresurada manera de ser, ni le pidió a Juan que escuchase a Pedro. El Señor vino a los discípulos para soplar en ellos a fin de que ellos pudieran recibir el Espíritu Santo, el aliento santo (Jn. 20:22). El Espíritu Santo es el Espíritu vivificante, y el aliento santo es el aliento de vida. Por consiguiente, los discípulos recibieron la vida de Dios.
(Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, La, capítulo 9, por Witness Lee)