Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, La, por Witness Lee

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DIOS ES LO ÚNICO QUE SATISFACE AL HOMBRE

La necesidad que hay dentro del espíritu del hombre no puede ser satisfecha por las riquezas y la fama, ni por el entretenimiento y la diversión, ni por las religiones inventadas por el hombre. El hombre es un vaso creado por Dios con el propósito de contener a Dios mismo. Por ende, el hombre puede tener la verdadera satisfacción en su interior únicamente al recibir a su Creador como su vida y contenido. Usted puede clamar sinceramente desde lo profundo de su interior, diciendo: “Oh Dios, si eres real, oro que hagas que Te conozca y Te reciba. Te necesito. Aunque he gustado las cosas de este mundo, aún no estoy satisfecho en mi interior. Quiero ganarte como mi satisfacción”. Cuando usted clame de esta manera, experimentará un gozo indescriptible en su interior, y a veces estará tan gozoso que derramará lágrimas. Entonces usted percibe que el vacío en lo profundo de su interior se desvanecerá. Nada más puede satisfacer la necesidad que hay en nuestro espíritu, ni nada más puede saciar la sed en nuestro espíritu; sólo Dios puede hacerlo. Esto es semejante a un hombre que anda por áreas silvestres o por el desierto. Cuando tiene sed, usted no puede saciar su sed al darle monedas de oro o diamantes; sólo un vaso de agua puede satisfacer su necesidad. Nuestro Dios, nuestro Señor, es el vaso de agua que el hombre necesita para saciar su sed interior. Sólo Dios, quien es el agua viva, puede saciar la sed que hay en el espíritu del hombre (Jn. 4:10, 14; 7:37-38).

Si el hombre quiere verificar la existencia de Dios en el universo, puede hacerlo al sencillamente contactar la necesidad que tiene en su espíritu. En este universo, sólo este Dios puede verdaderamente satisfacer la necesidad interior del hombre. Cuando una persona clama a Dios, la necesidad que hay en su espíritu es satisfecha. Esto no es una percepción imaginaria, ni tampoco una creencia supersticiosa. Una persona podría invocar a Confucio una y otra vez, mas no tendrá sentimiento alguno en su interior. No obstante, en cualquier momento y en cualquier lugar, si un hombre clama con sinceridad desde las profundidades de su corazón, diciendo: “Oh, Señor Jesús, creo en Ti”, tendrá un sentir en su interior, y obtendrá la realidad. Esta realidad en su interior no sólo hará que esté gozoso y satisfecho, sino que también cambiará su comportamiento y su vida. Esta clase de cambio no surge a partir de la exhortación y las enseñanzas del hombre; más bien, es producido espontáneamente desde su interior.

No podemos contactar a Dios con nuestro cuerpo o mediante nuestra consideración mental, debido a que Dios es Espíritu. Si deseamos contactar a Dios, debemos utilizar nuestro espíritu (Jn. 4:24) porque el espíritu humano es el órgano con el cual el hombre contacta a Dios. Esto se podría comparar al receptor de radio, el cual es la parte que recibe las ondas radiales que están en el aire. Nuestro Dios es el Señor que creó todas las cosas en el universo. Un día Él se hizo carne a fin de ser un hombre, cuyo nombre era Jesús, y vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. Luego, Él fue crucificado en la cruz, y al derramar Su sangre preciosa, Él efectuó la redención por nuestros pecados y llegó a ser nuestro Redentor. Además, Él resucitó de entre los muertos y fue hecho Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es omnipresente. Aunque Él es invisible e intangible, podemos tocarle al invocar el nombre del Señor (Ro. 10:8-9). Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, recibimos al Señor Jesús porque el nombre del Señor es sencillamente el Señor mismo. Asimismo, después que el Señor Jesús resucitó de entre los muertos, Él fue hecho el Espíritu vivificante, así que cuando invocamos el nombre del Señor, este Espíritu entra en nuestro espíritu para regenerarnos y salvarnos. Luego, el Señor Jesús llega a ser nuestra vida y todo para nosotros en nuestro espíritu, y de ese modo llega a ser la verdadera satisfacción en nuestro interior.

(Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, La, capítulo 2, por Witness Lee)