Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, La, por Witness Lee

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EL SEÑOR JESÚS COMO CONSOLADOR DENTRO DE SUS DISCÍPULOS LUEGO DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN

Mientras el Señor Jesús estaba en la tierra, Él estuvo con Sus discípulos de forma externa por tres años y medio; Él fue un Consolador tierno y atento. Sin embargo, después de tres años y medio, de repente un día Él les dijo a Sus discípulos que se apartaría de ellos para ir a Aquel que le envió (Jn. 16:5). Los discípulos quedaron impactados por Su palabra y se sintieron tristes. No obstante, Él les dijo que no estuviesen tristes, diciendo: “Os conviene que Yo me vaya” (v. 7). Esto se debió a que, si bien en aquel entonces Su presencia física junto a los discípulos era maravillosa, Él sólo podía estar entre ellos de forma externa debido a que aún estaba en la carne, limitado por el tiempo y el espacio. Él no podía estar con Sus discípulos al ellos estar en el mar de Galilea al norte mientras Él estaba en el templo en Jerusalén al sur. Por lo tanto, Él tenía que irse y experimentar un cambio a fin de llegar a ser el Espíritu vivificante. De este modo, Él sería capaz de entrar en ellos para estar con ellos en todo momento y en todo lugar como Consolador en su interior. Para los discípulos, ésa sería Su mejor presencia.

El resultado más precioso de nuestra fe en Cristo es que le recibimos en nuestro interior. Aunque ésta es la verdad pura y no adulterada pero mística, ella ha sido descuidada por la mayoría de los cristianos. Ellos dicen que actualmente Cristo está sentado en el trono en el cielo y que Él no mora en Sus creyentes. No obstante, la Biblia nos dice que actualmente Cristo está en el cielo a la diestra de Dios pero a la misma vez Él también mora en Sus creyentes (Ro. 8:34, 10). Nuestra experiencia también confirma que Cristo de hecho está en nosotros hoy. En esos días el Señor Jesús estuvo con Sus discípulos y anduvo, permaneció y vivió con ellos, pero Él no podía entrar en ellos. Por lo tanto, Él tuvo que irse y experimentar un cambio por medio de la muerte y la resurrección; en Su resurrección Él había de regresar para entrar en Sus discípulos.

El Señor Jesús estuvo con Sus discípulos como un pequeño nazareno. Al igual que un grano de trigo, Él no tenía nada digno de admiración externamente, pero en Su interior se encontraba el misterio de la vida, las riquezas de la vida y la gloria de la vida. En 1 Corintios 15 se nos dice que un grano tiene cierto tipo de cuerpo antes de ser sembrado y tiene otro tipo de cuerpo después que crece (vs. 37-38). Cuando el Señor Jesús fue crucificado y sepultado, eso equivalió a que Él fuese sembrado en la tierra. Sin embargo, después de un periodo de tiempo, Él salió de la tumba y fue resucitado. En Su resurrección Él era diferente a como era antes; Él ya no apareció como un hombre pequeño de Nazaret, sino que llegó a ser un hombre que tenía otro tipo de cuerpo. La Biblia nos dice que en Su resurrección el Señor era un hombre pneumático con un cuerpo de gloria. Además, aunque Él era pneumático, Él no era abstracto. En la noche de Su resurrección, mientras Sus discípulos estaban reunidos en una casa con las puertas cerradas, de repente el Señor vino y se puso de pie en medio de ellos. Mientras ellos estaban asombrados, el Señor Jesús les dijo: “Paz a vosotros”. Luego, Él se apareció de nuevo y le dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado” (Jn. 20:19-27). ¡Qué maravilloso! El cuerpo del Señor era espiritual, pero también podía ser tocado y palpado.

El Señor Jesús todavía tenía un cuerpo físico después de Su muerte y resurrección. Pero aunque tenía un cuerpo físico, Él también era pneumático; esto es maravilloso. En la noche de Su resurrección, cuando Él vino a la casa donde se reunían los discípulos, en vez de predicarles, Él dijo: “Paz a vosotros”. Luego de decir esto, Él sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Pnéuma, la palabra griega traducida “Espíritu”, podría también traducirse como “viento” o “aliento”. El Señor Jesús fue resucitado como Espíritu, y este Espíritu era el Aliento Santo que Él sopló en Sus discípulos, pero Él aún poseía un cuerpo espiritual.

El Espíritu Santo es el Aliento Santo, y el Aliento Santo es el Espíritu Santo. Cuando el Señor llegó a ser el Espíritu Santo, Él llegó a ser el Aliento Santo. Después que el Señor Jesús sopló el Aliento Santo en los discípulos, y mientras ellos experimentaban gran asombro y regocijo, Él desapareció de nuevo. Esto se debió a que en aquel entonces Él ya había entrado en ellos. Cuando Él sopló en los discípulos, Él sopló el Espíritu en ellos; esto significa que Él se sopló a Sí mismo en ellos. De ese momento en adelante, los discípulos tenían un tesoro que moraba en ellos, un tesoro que nunca los dejaría de nuevo. Pedro pensó que el Señor era uno que venía y se iba de repente. Por ende, cuando él no vio el regreso del Señor después de muchos días, él volvió a su antigua profesión y se fue a pescar, y el resto de los discípulos también fueron con él a pescar en el mar de Tiberias. No obstante, aquella noche no pescaron nada. Y tan pronto como amaneció, el Señor se presentó en la playa y les dijo: “¿No tenéis algo de comer?”. Le respondieron: “No”. Luego, el Señor les dijo que echaran la red al lado derecho, y pescaron ciento cincuenta y tres grandes peces. Además, el Señor ya había preparado pan y pescado en la playa para alimentarlos (Jn. 21:2-13). De tal manera, por cuarenta días después de Su resurrección (Hch. 1:3), el Señor a veces se aparecía a Sus discípulos y en otras ocasiones se escondía de ellos con la intención de entrenarlos para que disfrutaran Su presencia invisible. El Consolador que anteriormente estaba fuera de los discípulos ahora podía entrar en ellos para ser el Consolador en su interior mediante el proceso de muerte y resurrección.

(Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, La, capítulo 3, por Witness Lee)