Economía neotestamentaria de Dios, La, por Witness Lee

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EL DADOR, EL DON Y EL DISFRUTE

En Juan 1:1 vemos a Dios, y en Juan 1:14 vemos la Palabra, quien es Dios hecho carne. El Hijo en Su humanidad es la carne. En Juan 1:17 vemos que la gracia vino por medio de Jesucristo. La gracia es el disfrute del don. El dador era Dios, el don era el Hijo y el disfrute es la gracia. Juan 1:1, 14 y 17 revelan a la Trinidad divina. El Padre es el dador, el Hijo es el don y el Espíritu es el don aplicado y disfrutado, o sea, la gracia (Hch. 2:38; 10:45; He. 10:29). Juan 3:16 nos dice que Dios dio a Su Hijo. Esto nos muestra que Dios es el dador y que el Hijo es el don. Juan 3:34 también nos dice que el Hijo, quien es el don, da el Espíritu sin medida. El dador da el don, y el don da el Espíritu. Esto es el disfrute. También, en Juan 15:26 el Señor nos dice que El enviará al Consolador “de y con” (gr.) el Padre. El Hijo envía al Espíritu como el Consolador de y con el Padre, y el Consolador procede de y con el Padre hacia nosotros. En este versículo vemos que el Padre es la fuente como el dador y el Hijo como el don es el segundo dador. El Consolador, es decir, el Espíritu, es Aquel que es nuestro disfrute, y este disfrute es la gracia.

Primera Corintios 1:2 se refiere a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Esto simplemente quiere decir que este mismo Cristo es de ustedes y es mío. ¡Esto es maravilloso! Si usted comprara una casa, le gustaría decir a sus amigos que es de usted. Que una casa tan grande en realidad sea suya tal vez le haría sentirse estar en la gloria. Sin embargo, ¿se ha dado cuenta alguna vez de que en el universo usted tiene una Persona que es suya? Necesitamos invocar el nombre del Señor Jesucristo quien es suyo y quien es mío. A un bebé pequeño solamente le interesa su madre. A los bebés no les interesan las mansiones, los automóviles, los diamantes ni el oro. Mientras un bebé tenga a su madre, todo está bien para él. Ni siquiera le importa mucho donde esté, siempre y cuando la madre esté allí con él. Como cristianos necesitamos ser como pequeños bebés a quienes sólo nos importe Cristo.

Todos necesitamos decir con alegría, con triunfo y con regocijo: “¡Jesús es mío!” Todos conocemos el conocido himno familiar que dice: “Que garantía, mío es Jesús; ¡gloria divina, qué rico sabor!” El coro de este himno dice: “Esta es mi historia y mi canción, siempre alabando al Salvador” (100 Himnos Seleccionados, #24). No estamos alabando al Salvador por una buena casa ni por un automóvil costoso ni por una mansión celestial con calles de oro y puertas de perlas. Alabamos al Señor durante todo el día por el hecho de que Jesús es nuestro. Nosotros somos los que invocamos el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar, Señor de ellos y nuestro. Para entender plenamente 1 Corintios 1:2 usted necesita Juan 1:1, 14 y 17; Juan 3:16 y 34 y Juan 15:26. Además, 1 Corintios 1:9 nos dice que fuimos llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. La palabra griega para comunión significa participación mutua, o sea, participación común. Dios nos ha llamado para entrar en la participación de Su Hijo. Hasta podemos decir que Dios nos ha llamado al disfrute de Su Hijo.

En 1 Corintios 15:45 vemos que “el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante”. Juan 1:14 nos dice quién es el postrer Adán. La Palabra que era Dios se hizo carne, y esta carne es el postrer Adán. El postrer Adán es el postrer Hombre en la carne. Esta persona, quien era el postrer Adán en la carne, llegó a ser el disfrute, debido a que El fue hecho un Espíritu vivificante. Este Espíritu no es el dador, sino el don disfrutado, es decir, el disfrute. Dios es el dador, el Hijo es el don y el Espíritu es el disfrute.

El problema básico entre muchos de los cristianos de hoy es que ellos sólo tienen al dador y al don. Ellos no experimentan al Espíritu como su disfrute. Es posible que nosotros los cristianos nos reunamos para adorar a Dios y alabar al Señor sin el Espíritu. Si éste es el caso, adoramos en una condición muerta, y oramos no en vida sino en muerte. Como cristianos creemos en Jesucristo y adoramos a Dios, pero debemos preguntarnos si hemos saboreado o no del Dios Triuno. Por ejemplo, un pastel de queso es maravilloso, pero ¿lo ha comido usted? ¿lo ha probado? ¿ha llegado a ser su disfrute? Si usted nunca lo ha comido, usted tiene el pastel de queso en vano. Todos nosotros debemos ver que tenemos que venir al Espíritu. El Hijo de Dios no es una Persona separada del Espíritu; más bien, el Espíritu es la transfiguración del Hijo. El Hijo es la corporificación del Dios Triuno y el Espíritu es la consumación del Dios Triuno. Esto quiere decir que el Dios Triuno ha sido consumado en este Espíritu para nuestro disfrute.

Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, no obtenemos ni al Hijo ni al Padre directamente. Cuando invocamos el nombre del Señor obtenemos al Espíritu. Todos podemos testificar que cuando invocamos “¡Oh Señor Jesús!”, obtenemos al Espíritu. Ya sea que nos arrepintamos o alabemos, el principio es el mismo. Podemos decir: “Oh Señor Jesús, me arrepiento de mis pecados” o “Señor Jesús, te alabo”. El punto es que cada vez que le invocamos, obtenemos al Espíritu, y el Espíritu es la Persona del Señor Jesús. Si llamo el nombre de cierta persona, vendrá a mí, si esa persona es real. Cuando llamamos al Señor Jesús, el Espíritu viene porque el Espíritu es la Persona de Jesús. Aun en 1 Corintios podemos ver que Dios nos dio a Cristo como nuestra porción, y que fuimos llamados por Dios al disfrute de esta Persona. El mismo disfrute de esta Persona es el Espíritu. Esta Persona era el postrer Adán, y este postrer Adán finalmente fue hecho el Espíritu vivificante.

Las naranjas no pueden comerse enteras. Primero la naranja tiene que ser cortada en partes y luego estas partes se ponen en la boca. Cuando la boca mastica las partes, éstas se convierten en jugo de naranja para entrar en la persona que las come. Podemos considerar a Dios como una naranja grande y a Cristo como las partes de la naranja. El jugo es el Espíritu. El jugo de la naranja es el extracto de la naranja, y el extracto de la naranja es el “espíritu” de la naranja. De la misma manera, el Espíritu de Dios es el extracto de Dios. Cuando tenemos al Padre, es como si tuviésemos una naranja grande. Cuando creemos en el Hijo, es como si tuviésemos muchas partes de naranja que aún están fuera de nosotros. Cuando recibimos estas partes dentro de nosotros como jugo, obtenemos el disfrute. Esto es la experiencia del Espíritu que todos debemos tener. El Cristo todo-inclusivo como la herencia, o sea, la porción de los santos (Col. 1:12) se convierte en nuestro disfrute como el Espíritu.

Ya hemos visto que en el libro de Hebreos Dios habla en el Hijo y que finalmente el que habla en realidad es el Espíritu. Además, conforme a nuestra experiencia hay otro versículo en el libro de Hebreos que es más excelente y maravilloso que Juan 3:16; este versículo es Hebreos 6:4. Juan 3:16 nos dice que Dios nos amó y nos dio a su Hijo unigénito para que tuviéramos vida eterna. Esto es maravilloso, pero Hebreos 6:4 nos dice que fuimos hechos partícipes del Espíritu Santo. Este versículo no nos dice que somos partícipes de bendiciones materiales, tales como buenas casas, grandes títulos universitarios, o altas posiciones. Nosotros los creyentes somos participantes del Espíritu Santo. El Espíritu es la totalidad, la suma total, el agregado, la consumación, del Dios Triuno. ¡Todos necesitamos ver que fuimos hechos participantes del Espíritu Santo, quien es la totalidad del Dios Triuno!

(Economía neotestamentaria de Dios, La, capítulo 17, por Witness Lee)