EL SEÑOR ENTRENA A LOS DISCIPULOS
Antes de la ascensión del Señor, El pasó cuarenta días con los discípulos (Hch. 1:3). El número cuarenta indica un tiempo de prueba (Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8; He. 3:9; Mt. 4:2). En estos cuarenta días antes de Su ascensión, El probó a Sus discípulos. El los entrenó a conocer el ser nuevo de ellos, a conocer que la esencia de El se había hecho la esencia de ellos. El los entrenó a conocer que El había llegado a ser ellos, que El había entrado en ellos y que los había introducido en El. El también los entrenó a comprender que El estaba en el Padre, que ellos estaban en El y que El estaba en ellos (Jn. 14:20). Finalmente, este tipo de entrenamiento era para ayudar a los discípulos a darse cuenta de que estaban mezclados con el Dios Triuno, que ellos ya no eran meramente humanos, sino divinamente humanos, aun “Jesúsmente humanos”. Ya no estaban separados del Dios Triuno, sino que ahora ellos podían vivir una vida en la cual eran uno con el Dios Triuno procesado. Ya no eran meramente hombres, sino Dios-hombres, hombres divinos, con el Dios Triuno como la esencia intrínseca de ellos para hacerse su ser divino.
La presencia invisible del Dios Triuno procesado ahora estaba dentro de ellos. Ellos tenían que ser entrenados a practicar esta presencia, a vivir y conducirse en esta vida y a ser personas en esta vida. El Señor los estaba entrenando a ser las personas divinas en esta tierra. ¡Esto es maravilloso! El Señor creó el universo entero en seis días, pero pasó cuarenta días para entrenar a Sus discípulos. El entrenamiento de los discípulos era una tarea más grande que la creación del universo. El se apareció a dos discípulos en el camino a Emaús (Lc. 24:13-35), se apareció a los discípulos dos veces en un cuarto cerrado (Jn. 20:19,26), y también se apareció a los discípulos junto al mar de Tiberias (Jn. 21:1). Su aparición y desaparición entrenó a Sus discípulos a conocer Su presencia invisible.
Era difícil que el Señor Jesús entrenara a Sus discípulos a confiar en El para su vivir. Debido a la prueba de la necesidad de su vivir, Pedro regresó a su vieja ocupación, retrocediendo del llamamiento del Señor (Jn. 21:3; Mt. 4:19-20; Lc. 5:3-11), y Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos lo siguieron para ir a pescar (Jn. 21:2-3). Pedro fue probado, pero no pudo aprobar la prueba. Todos ellos descendieron al mar para regresar a su vieja profesión, pero no se daban cuenta de que trajeron consigo al Señor Jesús allí porque el Señor Jesús estaba dentro de ellos todo el tiempo. No importa donde estaban, a donde iban, o lo que hacían, no podían ser separados de El porque El estaba mezclado con ellos. Debido a que ellos no se daban cuenta de esto, El necesitó cuarenta días para entrenarlos.
Junto al mar de Tiberias el Señor hizo algo milagroso. Pedro y los hijos de Zebedeo (Juan y Jacobo) eran pescadores profesionales, el mar de Tiberias era grande y estaba lleno de peces y la noche era el tiempo exacto para pescar, pero durante toda la noche no pescaron nada (Jn. 21:3). Debe de haber sido que el Señor mandó a todos los peces que se alejaran de su red. Luego en la mañana (v. 4), que no era la hora apropiada para pescar, ellos recogieron una abundancia de peces cuando lo hicieron a la palabra del Señor (v. 6). ¡Ciertamente esto fue un milagro! Debe de haber sido que el Señor mandó a los peces a que entraran a su red. Pero sin estos peces, aun en la tierra donde los peces no estaban, el Señor preparó pescado y aun pan para ellos (Jn. 21:9). ¡Esto otra vez fue un milagro! Por medio de esto, el Señor los entrenó a darse cuenta de que sin la dirección de El, aunque ellos fueron al mar donde los peces estaban y en la noche, la hora exacta para pescar, no podían pescar nada; pero con la dirección del Señor, aun en la tierra donde no había pez, el Señor pudo proveer pescado para ellos. Aunque recogieron muchos peces conforme a la palabra del Señor, El no usaría ésos para alimentarlos. Esto fue para Pedro una verdadera lección. Para su vida él debería creer y confiar en el Señor quien “llama las cosas que no son, como si fuesen” (Ro. 4:17). Los discípulos aprendieron que el Señor todo-inclusivo estaba con ellos, estaba en ellos y que estaba cuidando de ellos. Ellos no necesitaban ir a pescar. Simplemente necesitaban quedarse con el Señor para disfrutar Su presencia residente y bendita.
A partir del día de Su resurrección, El se apareció una y otra vez a Sus discípulos durante cuarenta días para entrenarlos a darse cuenta de Su presencia invisible. Cuando El estuvo con los discípulos durante tres años y medio, ellos experimentaron Su presencia visible, pero esa presencia fue terminada por Su muerte. Después de Su resurrección, por medio de Su regreso como el Espíritu, otra clase de presencia empezó. Esta era Su presencia invisible, y esta presencia era intrínseca para Sus discípulos. Su presencia visible en esos tres años y medio era totalmente exterior y no intrínseca. No era vida para ellos, sino solamente una presencia entre ellos. Después de la resurrección, sin embargo, como el Cristo neumático y como el Espíritu vivificante, El regresó a los discípulos y entró en ellos. Este entrar resultó ser una presencia invisible y esta presencia les era vida a los discípulos. Esta presencia era muy interior e intrínseca, no exterior, e introdujo Su elemento en el ser de los discípulos.
Mediante tal presencia invisible, este Cristo invisible llegó a ser el elemento y la esencia intrínseca de Sus discípulos. Intrínseca y esencialmente El era uno con Sus discípulos, pero los discípulos no estaban acostumbrados a tal presencia invisible. Ellos estaban acostumbrados a cosas visibles. Por causa de su debilidad, El se les aparecía y se les desaparecía para entrenarlos a conocer Su presencia invisible. El quería que supieran ellos que aunque no le veían o sentían Su presencia, El estaba aún con ellos todo el tiempo (Mt. 28:20). Su presencia estaba siempre ahí dentro del ser de ellos; llegó a ser aun su esencia intrínseca y su pensamiento. En Gálatas 2:20 el Apóstol Pablo dijo: “Y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Esta es la presencia invisible del Cristo neumático. El final de los cuatro Evangelios y el principio de los Hechos muestran cómo el Señor Jesús pasó cuarenta días con los discípulos para entrenarlos a acostumbrarse a Su presencia invisible.
El Señor había estado con los discípulos por tres años y medio antes de Su muerte, y después de Su resurrección estaba con ellos de manera muy misteriosa por cuarenta días. El se aparecía a ellos repentinamente sin que se dieran cuenta (Lc. 24:15-16; Jn. 20:14; 21:4). Cuando se daban cuenta de que El estaba allí, El se les desaparecía (Lc. 24:31). Los discípulos simplemente no podían descubrir si El estaba ausente o presente. Finalmente, sin embargo, todos fueron entrenados. Sus dudas se desvanecieron, su temor fue quitado y estaban totalmente apaciguados y satisfechos. Fueron entrenados a darse cuenta por completo de que esta Persona maravillosa era tan real y que El estaba con ellos, aun dentro de ellos. Ya fuera que El se apareciera o se desapareciera, vivía todavía dentro de ellos. El estaba allí cuando se aparecía y estaba ahí cuando se desaparecía. Ellos no necesitaban perturbarse por Su desaparición, y no necesitaban emocionarse por Su aparición. Ya sea que se apareciera o se desapareciera, El estaba allí todavía con los discípulos cuidando de ellos.
(
EconomÃa neotestamentaria de Dios, La, capítulo 7, por Witness Lee)