LA ENCARNACION DEL VERBO
El primer punto crucial de la economía neotestamentaria de Dios es la encarnación del Verbo. Hablando con propiedad, la encarnación es la encarnación del Verbo. Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne. No dice que Cristo se hizo carne o que Dios se hizo carne. La Biblia nos dice que el Verbo, quien era Dios (Jn. 1:1), se hizo carne. El Verbo es la definición de Dios, y ya que es la definición de Dios, es la corporificación de Dios. Dios es abstracto e invisible porque Dios es Espíritu (Jn. 4:24). Nuestro pensamiento es abstracto e invisible, pero cuando ponemos en palabras nuestro pensamiento estas palabras llegan a ser la definición de nuestro pensamiento, la misma corporificación de nuestro pensamiento. La palabra es la definición, la expresión y la corporificación de nuestro pensamiento. Si yo les hablara por una hora, ustedes sabrían cuál era mi pensamiento porque mi pensamiento está corporificado en mi palabra.
El Verbo se hizo carne
El Verbo como la definición de Dios, la expresión y la corporificación de Dios, se hizo carne. El Verbo, el cual era la definición de Dios y la corporificación de Dios, necesitaba ser corporificado aún más en una Persona, y esta Persona era Dios el Hijo. Cuando el Verbo se hizo carne, la misma corporificación de Dios llegó a ser una Persona llamada Jesucristo. Esta Persona es la corporificación del Verbo, el cual era la corporificación de Dios. De esta manera podemos decir que Dios ha sido corporificado dos veces. Dios fue corporificado en el Verbo antes de Su encarnación (Jn. 1:1), y el Verbo fue corporificado en una Persona viviente que era el Hombre, Jesucristo (Col. 2:9).
Enviado por el Padre y con el Padre
Cuando el Verbo se hizo carne, fue enviado por Dios y con Dios (Jn. 7:29). Cuando vino el Enviado, vino con el Enviador. Cuando el Hijo vino al hacerse hombre, vino con el Padre. Conforme a Juan 6:46 y 17:8, el Hijo vino de Dios el Padre. La preposición griega traducida “de” es pará la cual significa “al lado de”. Por lo tanto, el sentido aquí en el griego es “de con”. Darby tiene una nota en su Nueva Traducción sobre Juan 6:46 que también indica que el sentido en el griego es “de con”. El Hijo vino no sólo del Padre, sino también con el Padre. Mientras El es del Padre, todavía está con el Padre (Jn. 8:16, 29; 16:32). En Juan 8:29 el Señor dice: “El que me envió, conmigo está”, lo cual indica que el Padre envió al Hijo “de con” El. Cuando el Hijo vino, no dejó al Padre en los cielos en el trono. Es por esto que la Biblia nos dice que “todo aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Jn. 2:23).
Aun en nuestra experiencia hoy día, cuando clamamos “Señor Jesús”, tenemos la profunda sensación de que el Padre está precisamente en nosotros (Ef. 4:6). Como un creyente joven me enseñaron a dirigir mi oración al Padre celestial y que algunas veces podría dirigir mi oración al Señor. También se me dijo que nunca dirigiera mi oración al Espíritu. Podía orar solamente al Padre y algunas veces al Hijo por el medio, el instrumento, del Espíritu. Basado en esta enseñanza, cada vez que me arrodillaba para orar, tenía que considerar a quién iba a dirigir mi oración. Sin embargo, cuando inicialmente recibimos al Señor Jesús, tuvimos la sensación de que El estaba cerca de nosotros (Fil. 4:5; Jac. 4:8). Espontáneamente nos dirigíamos a El en nuestra oración de una manera íntima. Puede ser que hayamos dicho: “Señor Jesús, te amo. Tu eres tan querido, precioso, dulce y verdadero para mí. Gracias, Señor Jesús, que moriste por mí. ¡Aleluya! Te amo, Señor Jesús”. No fue hasta que recibimos alguna “ayuda teológica” que comenzamos a dirigirnos al “Padre en el trono” en el cielo. Sin embargo, cuando oramos de una manera espontánea e íntima a nuestro Señor Jesús, tenemos una sensación profunda de que el Padre está en nosotros. Nosotros oramos al Señor Jesús, pero tenemos la sensación de que el Padre está aquí.
Nuestro concepto ha sido que cuando el Hijo vino a la tierra, dejó al Padre sentado en el trono. Todos debemos ver que cuando el Padre envió al Hijo, lo envió consigo mismo. El Hijo reside en nosotros (2 Co. 13:5) y el Padre también (Ef. 4:6). El Señor Jesús le dijo a Felipe en Juan 14:9: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Mientras el Señor le hablaba a Felipe, declaraba además que el Padre estaba en El y que El estaba en el Padre (14:10). Esto nos muestra que cuando tenemos al Hijo, tenemos también al Padre. Aun el Hijo es el Padre (Is. 9:6).
Debemos comprender también que mientras el Padre está con el Hijo y en el Hijo, El también está en el trono. Los dos son distintos, pero no separados. Este es un misterio divino que no podemos entender. Por un lado, los tres en la Deidad coexisten, y por otro, son coinherentes. Ellos residen mutuamente uno en otro e interpenetran uno al otro. La electricidad nos provee un buen ejemplo de tal misterio. La electricidad que estamos disfrutando en nuestro cuarto es la misma electricidad en la central eléctrica. Está simultáneamente en la central eléctrica y también en nuestro cuarto. De igual manera, Dios el Padre estaba dentro de Jesús en la tierra y al mismo tiempo El estaba en el trono. No debemos perturbarnos por esto. Necesitamos comprender que con el Dios infinito no hay elemento de tiempo ni de espacio. Debido a que El es el eterno Dios, El está por encima del tiempo y del espacio y no es limitado por ellos.
(
EconomÃa neotestamentaria de Dios, La, capítulo 2, por Witness Lee)