Espíritu en las epístoles, El, por Witness Lee

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EL ESPÍRITU DE FILIACIÓN

Además, el Espíritu de vida es también el Espíritu de filiación por el cual entramos en la filiación. Primeramente, el Espíritu de filiación da testimonio en nosotros de que somos hijos de Dios. Antes, como descendientes de Adán, éramos pecadores, pero ahora que tenemos al Señor Jesús, tenemos la vida del Hijo y también al Espíritu del Hijo. Este Espíritu filial en nosotros comprueba que somos hijos de Dios. Por tanto, después de ser salvos, podemos llamar a Dios nuestro Padre. A veces cuando uno cae, cuando se siente débil y está muy lejos de Dios, cree que probablemente Dios ya no se interesa por él. No obstante, el Espíritu de la filiación divina todavía da testimonio en él de que Dios es su Padre y de que le pertenece a Dios.

No sólo eso, el Espíritu de filiación también nos guía en nuestro interior. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. No importa cuán débiles seamos como cristianos, a veces uno siente que no debe hacer cierta cosa. A veces no puede vencer y, por tanto, va y lo hace; sin embargo, en su interior sabe que no debió haberlo hecho porque no es adecuado para los hijos de Dios. Hermanos y hermanas, ésta es la guía del Espíritu de filiación divina en nuestro interior.

El Espíritu de filiación también se compadece de nosotros en nuestras debilidades. No sabemos cómo orar, pero Él ora en nosotros a favor nuestro con gemidos indecibles. Cuanto más oramos, más Él causa que seamos como el Hijo de Dios, conformados a la imagen del Hijo de Dios. En ocasiones Él también arregla las circunstancias externas que corresponden con la oración interna, de manera que Él pueda tratar con nosotros hasta que seamos semejantes al Hijo de Dios y tengamos la imagen del Señor Jesús. De esta manera tenemos la vida, la naturaleza y el Espíritu del Hijo de Dios interiormente y también tenemos la imagen del Hijo de Dios externamente para llegar a ser los muchos hijos de Dios. El Señor Jesús entonces llega a ser el Primogénito entre muchos hijos.

Aquí podemos ver que la filiación es la realidad de un hijo. El Espíritu de filiación nos guía a la realidad del Hijo. Hoy muchos cristianos piensan que la salvación del Señor finalmente nos salvará hasta llevarnos al cielo. Este concepto es erróneo. ¿Se halla el concepto de ir al cielo en el evangelio predicado en el libro de Romanos? No, el libro de Romanos nunca nos dice que pongamos atención a cierto lugar; nunca nos dice que iremos al cielo. Tal pensamiento no se encuentra en el evangelio. El pensamiento hallado en el evangelio es que la salvación efectuada por el Hijo de Dios, juntamente con el Hijo mismo como Espíritu de vida, hace de pecadores hijos de Dios. Romanos 8:29-30 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. Aquí vemos que la predestinación de Dios, el llamamiento de Dios y la justificación de Dios tienen como fin que seamos hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Su Hijo sea el Primogénito entre muchos hermanos. Entre tanto Dios pueda lograr esto, no importa si Él pone a Su Primogénito y los muchos hijos en la tierra, en el cielo o en medio del aire; dondequiera que los ponga está bien. El propósito de Dios no es ponernos en cierto lugar, sino salvarnos a nosotros —los pecadores e hijos de desobediencia— a tal grado que lleguemos a ser hijos de Dios. No somos hijos adoptados; somos Sus hijos verdaderos, quienes han nacido de Él y están creciendo por medio de Él para ser conformados a Su imagen misma. Ésta es la filiación divina.

Un hermano discutió conmigo una vez acerca de la verdad, diciendo: “Hermano Lee, usted dice que un cristiano debe vencer a fin de poder reinar con el Señor Jesús en el futuro. Esta enseñanza está equivocada. La Biblia nos dice que todos los salvos reinarán con el Señor”. Yo le dije: “Hermano, no hablemos meramente de teorías; hablemos de la realidad. Si el Señor le pusiera en el trono ahora, ¿cree que usted es apto para ser rey? ¿Se ve usted como un rey? No tiene caso hablar sólo de doctrinas. Tiene que preguntarse si se ve usted como un rey”. Escuché que en algunos países europeos con monarquía constitucional, tales como Dinamarca y Gran Bretaña, un príncipe real debe ser adiestrado diariamente desde su juventud. Debe recibir un estricto adiestramiento en la forma de andar, de hablar y de manejar los asuntos. Entonces el día que él es puesto en el trono, se verá como un rey. Hermanos y hermanas, es cierto que por Su misericordia y gracia somos hijos de Dios, pero si nos vemos a nosotros mismos ahora, ¿parecemos hijos de Dios? Oh, somos hijos de Dios, pero ¡no tenemos la filiación! Tenemos la posición de un hijo y somos hijos de Dios, pero hoy no nos vemos como hijos. No obstante, agradecemos y alabamos a Dios que el Señor Jesús, el Espíritu viviente en nosotros, nos está haciendo aptos para ser hijos de Dios. En calidad de Espíritu de filiación, Él nos está guiando para que siempre clamemos: “¡Abba, Padre!”. Si en la mañana ustedes oran al Señor Jesús y claman: “Abba, Padre”, todo el día llegarán a ser más parecidos a un hijo de Dios. Puede ser que una hermana ame en verdad al Señor, pero quizás ponga con frecuencia una “cara larga” que otros no pueden soportar. Quizás haga una cara larga no solamente delante de otros, sino también para con su esposo. Sin embargo, estoy seguro de que si esta hermana dedica diez minutos en la mañana para clamar: “Abba, Padre”, dejaría de hacer esa cara larga. Éste es el resultado de la operación del Espíritu de filiación en ella.

Hermanos, no sé qué decir para expresarles plenamente mi sentir interior. Repito, la salvación de Dios no consiste meramente en salvarnos para hacernos buenas personas, sino en hacernos Sus hijos. Por tanto, Dios ha puesto en nosotros a Su Hijo en calidad de Espíritu de filiación para transformarnos y obrar en nosotros paso a paso hasta que seamos conformados a la imagen de Su Hijo. No somos hijos en nombre, sino hijos en realidad. No sólo tenemos la vida del Hijo, sino también la imagen del Hijo.

Podemos vernos como personas que son muy buenas, pero hasta este día no nos vemos lo suficiente como hijos de Dios. Por tanto, el Espíritu de filiación está operando en nosotros para ministrarnos la vida del Hijo de Dios. Cuanto más la vida del Hijo de Dios es ministrada en nosotros, más somos transformados y conformados en hijos de Dios. Por tanto, no es un asunto de mejorar nuestra conducta externa. Antes bien, es un asunto de transformar nuestra naturaleza interna. Debemos llamar a nuestra mente, a nuestro yo, a volver su atención al Espíritu. No abandonemos al Espíritu y no pongamos nuestra atención en ser victoriosos, santos ni espirituales. Cuanto más nos enfoquemos en ser espirituales, menos espirituales seremos. Tampoco debemos enfocarnos en nuestro temperamento, porque cuanto más lo hagamos, peor será nuestro temperamento. Debemos estar atentos al Espíritu; entonces seremos avivados interiormente y Él nos suministrará interiormente para que podamos tener la realidad del Hijo de Dios.

(Espíritu en las epístoles, El, capítulo 2, por Witness Lee)