Espíritu en las epístoles, El, por Witness Lee

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LOS CUATRO EVANGELIOS HABLAN DE QUE EL SEÑOR LLEGA A SER EL ESPÍRITU PARA SER RECIBIDO POR EL HOMBRE

Los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento son los Evangelios. Debemos adorar a Dios porque no sólo las palabras de las Sagradas Escrituras contienen las revelaciones de Dios, sino que aun en el orden de los libros de las Escrituras está implícita la soberanía de Dios. Tomen como ejemplo los cuatro Evangelios. Si consideramos la secuencia, veremos que ésta es muy significativa. Mateo, el primer libro, comienza diciéndonos que por un lado, el de Dios, Jesucristo era Dios engendrado en el hombre, y que por otro lado, el del hombre, Él era un descendiente que vino a existir mediante las generaciones de sus antepasados. Por tanto, al comienzo Mateo nos muestra la genealogía del Señor, la cual puede considerarse casi como un esquema de todo el Antiguo Testamento. El extracto de todo el Antiguo Testamento es la genealogía hallada en Mateo 1. El Antiguo Testamento habla acerca de los padres que en las generaciones pasadas heredaron la promesa de Dios, de que traería a una persona maravillosa; entonces esta persona maravillosa vino. Él es Dios mismo introducido en el hombre; Él es Emanuel, Dios con el hombre. El punto central del Evangelio de Mateo es que Él desea estar con nosotros. Por tanto, Mateo se refiere al menos tres veces al hecho de que el Señor está con nosotros. La primera vez, hace mención de Emanuel, esto es, Dios con nosotros (1:23). En otra ocasión dice: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (18:20). Y otra vez, después de la resurrección del Señor, dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (28:20). Éste es Emanuel, Dios mezclado con el hombre; como tal, Él nunca puede separarse de nosotros. De manera que, Él está con nosotros hasta la consumación del siglo. Nuestro Señor maravilloso es así; esto es lo que Mateo nos muestra.

Ahora veamos los dos libros que están en medio: Marcos y Lucas. Éstos no hablan sobre Emanuel, el Dios que está con nosotros. En cambio, nos muestran cómo Aquel que era Dios con el hombre, Aquel que se encarnó y Emanuel, vivió en el hombre y cómo llevó la vida de un hombre. Él vivió en la tierra como un verdadero hombre, y durante treinta y tres años y medio llevó un verdadero vivir humano sobre la tierra. Esto es lo que Marcos y Lucas nos muestran.

Luego venimos al Evangelio de Juan. El énfasis de Juan consiste en mostrarnos que este Dios, quien estaba en el principio, vino al mundo para hacerse hombre y después fue a la cruz. Al ir a la cruz, Él fue transfigurado de la carne al Espíritu. En los capítulos del 14 al 16, se hace un gran giro, en el cual vemos que el Señor fue transfigurado de la carne al Espíritu. Una vez que Él fue transfigurado en el Espíritu, se hizo posible que el hombre viviera en Él y Él en el hombre. Él y el hombre se unieron completamente el uno con el otro. Esta unión se da con este Espíritu. Al final del Evangelio de Juan, en los capítulos 20 y 21, nuestro maravilloso Señor a la postre se manifestó como aliento. Esto es misterioso a lo sumo. La existencia del hombre depende de la vida; la historia del hombre es íntegramente una historia de vida. Pero la vida depende del aliento. Por esta razón, cuando una persona muere, decimos que ella ha expirado; es decir, ha exhalado su último aliento. Cuando alguien exhala su último aliento, ha llegado a su fin, y no hay más vida en él. ¿Entonces qué es este aliento? Esto es muy misterioso pero real. En el Evangelio de Juan, se deja constancia de que el Dios Triuno se mezcla con un descendiente que provino de los antepasados. ¿Quién es esta Persona maravillosa? Él es el Dios Triuno, Aquel cuyas salidas son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad, y quien creó el universo, Aquel que se mezcló con un descendiente que provino de generaciones de antepasados. Él es tan maravilloso y, además, con el tiempo llegó a ser el aliento, que es el Espíritu que podemos recibir. Hoy cuando creemos en el evangelio, no creemos meramente una doctrina; antes bien, recibimos este aliento. El Señor Jesús en quien creemos es diferente de cualquier fundador de una religión. Cuando uno cree en una religión, uno cree en ciertas enseñanzas o doctrinas; pero cuando creemos en el Señor Jesús, lo recibimos a Él como aliento.

Al comienzo de los cuatro Evangelios vemos una genealogía en la cual surge un descendiente como fruto de la mezcla del Dios Triuno con el hombre. Luego al final de estos cuatro libros vemos que esta Persona maravillosa a la postre se hizo el aliento. Él sopló este aliento para que el hombre recibiera al Espíritu Santo. Él mismo era ese aliento. Como dije antes, en el griego, la palabra traducida “aliento” también es la misma palabra que se traduce “espíritu”. El Señor Jesús sopló en los discípulos, y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Recibid al Espíritu Santo puede también traducirse: “Recibid el aliento santo”. ¿Entonces por qué es que cuando el Señor sopló en los discípulos lo hizo para que recibieran al Espíritu Santo? Es porque ese aliento era el Espíritu. Por tanto, en definitiva esta Persona maravillosa es este aliento. Hoy cuando predicamos, hablando honestamente, no sólo predicamos la palabra a la gente, sino que transmitimos este aliento a ellos por medio de la palabra. Por medio de la palabra hacemos que otros conozcan este aliento, estén abiertos a este aliento y lo valoren. Usamos la palabra para introducir este aliento en ellos a fin de tocar sus corazones. De esta manera, una vez que ellos hayan sido conmovidos, no sólo ejercitarán su mente para estar de acuerdo con la palabra y creer en ella, sino que ellos mismos estarán abiertos por completo a este aliento para arrepentirse y orar. Esta oración con arrepentimiento equivale a la respiración. Equivale a recibir el aliento.

Por tanto, hermanos y hermanas, la predicación adecuada del evangelio por parte de los cristianos no consiste simplemente en predicar una doctrina. La predicación adecuada del evangelio es una historia del espíritu. Por ejemplo, en cuanto al pecado, podríamos bien exponer muchos hechos y razones para comprobar que los seres humanos son pecaminosos y finalmente convencer a las personas que confiesen que ellas son pecaminosas. Pero su confesión podría darse por completo en la mente. Esto es semejante a alguien que está de acuerdo que dos más dos son cuatro. Esto no es la salvación del Señor, sino la religión humana. ¿Entonces en qué consiste la salvación que el Señor nos otorga? Consiste en que cuando hablamos con alguien acerca de los pecados, en nuestras palabras se halle el espíritu que toca la parte más profunda de su ser, haciendo que él no solamente admita con su mente que es pecaminoso, sino que también gima desde su interior, diciendo: “Oh Señor, soy un pecador”. Cuando gime, el Señor como aliento entra en esta persona. Esto es creer y ser salvos desde nuestro interior. Ser salvos principalmente consiste en inhalar al Señor con nuestro espíritu, inhalarlo a Él mismo. Cuando una persona oye el evangelio y se siente conmovida e inspirada profundamente dentro de sí, él dice: “Oh Señor, perdóname. He pecado contra mi padre y mi madre”. Tal confesión es en realidad una inhalación. Cuanto más él confiese, más respira. Finalmente, él dice: “Oh Señor, gracias que Tú moriste por mí en la cruz. Quiero recibirte”. Cuanto más él ora de esta manera, más se siente interiormente regado y en paz. Esto significa que el Señor ha entrado en él como aliento, como Espíritu.

Hermanos y hermanas, en última instancia, es de esto que hablan los cuatro Evangelios. Si ustedes recuerdan los cuatro Evangelios que han leído, y si los vuelven a leer otra vez con una visión panorámica y desde la perspectiva de un extracto, verán que lo que ellos hablan es esto: un día el Dios Triuno, quien existe desde la eternidad y es el Creador de todas las cosas, entró en un descendiente de muchas generaciones de antepasados. De esta manera Dios y el hombre se mezclaron como una sola entidad. Tal persona vivió en la tierra, y luego por medio de la muerte y la resurrección Él llegó a ser el aliento que el hombre pudiera inhalar y recibir. En esencia, esto es los cuatro Evangelios. Es una lástima que antes, cuando leíamos los cuatro Evangelios, todo lo que recibíamos de nuestra lectura era un sinnúmero de enseñanzas, revelaciones, ejemplos e historias. Entonces íbamos y les contábamos a otros de estas cosas, diciendo: “Ven cómo el Señor Jesús amó a los niños, cuán tierno era Él, cuán humilde era, cuánto padeció, cuán fiel era Él y qué persona de gran corazón era Él”. Todas estas cosas son correctas, pero a duras penas tocamos el punto central, el cual es que el Señor Jesús llegó a ser aliento para que el hombre le inhalara. Es cierto que cuando hablábamos de cuán misericordioso y generoso era Él, también Él como Espíritu estaba operando a la par de nuestro hablar. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que las personas recibían ayuda, no por causa de nuestras enseñanzas, sino porque el espíritu de ellas estaba abierto y conmovido, y por tanto en su interior ellas pudieron percibir al Espíritu del Señor.

Por consiguiente, mientras predican la palabra, puede haber mil personas escuchándolos, pero verdaderamente sólo cinco o seis recibirán ayuda y serán salvos. La mayor parte del auditorio sólo escucha con su mente, pero puede ser que en cinco o seis de ellos haya una respuesta en su espíritu e inhalen al Señor en y con su espíritu. Tal vez ellos olviden las palabras que escucharon, pero nunca olvidarán el hecho de que tuvieron contacto con el Señor y le obtuvieron en su interior.

(Espíritu en las epístoles, El, capítulo 13, por Witness Lee)