Espíritu en las epístoles, El, por Witness Lee

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EN CUANTO A ALGUNOS TÍTULOS DEL ESPÍRITU SANTO

Por causa de los hermanos y hermanas que no tienen claridad respecto a algunos títulos, tales como el Espíritu de Dios y el Espíritu Santo, haremos un breve repaso. En el Antiguo Testamento, especialmente en los libros de Isaías y Jeremías, siempre al Espíritu de Dios se le llama el Espíritu de Jehová. Jehová es Dios, y el Espíritu de Jehová es el Espíritu de Dios. En la versión China Unida hay dos o tres pasajes del Antiguo Testamento que usan el título el Espíritu Santo, pero esto es un error de traducción. Hablando con propiedad, tal título no se usa en el Antiguo Testamento. Este título no existía hasta que María quedó encinta y estaba por dar a luz al Señor Jesús. No se usó formalmente hasta que se menciona en Lucas 1 y Mateo 1 con respecto a la encarnación del Señor Jesús y a Su concepción en una virgen.

El título el Espíritu Santo significa que el Espíritu de Dios es “el Santo”; Él es “el Espíritu el Santo” de Dios. En el universo sólo Dios mismo es santo, y sólo Dios mismo es la santidad misma. Todo lo demás, todo lo de la creación, no es santo. Dios se encarnó mediante este Espíritu para poder hacer santos a los hombres creados, quienes no son santos, e introducirlos en la santidad. No debemos tener el concepto de que no ser santo es malo o perverso. De hecho, ser impío no significa ser malo; más bien, significa no tener la naturaleza de Dios. Si cierto objeto no es de oro, no significa que sea sucio e inservible. En la mente religiosa del hombre, hay un concepto incorrecto; siempre que oímos que algo no es santo, automáticamente pensamos que es corrupto. Este concepto debe corregirse. La santidad es Dios mismo; es la naturaleza de Dios. Como lo dijimos antes, el amor representa el corazón de Dios, la justicia es la manera en que Dios hace cosas, el proceder de Dios, y la santidad es la naturaleza de Dios, la sustancia de Dios. Por tanto, no ser santo significa no tener la naturaleza o esencia de Dios. Deben recordar que en el Antiguo Testamento, las tablas del tabernáculo estaban hechas de madera de acacia recubierta de oro. La madera equivale a la humanidad y el oro equivale a la divinidad. Originalmente, teníamos sólo humanidad pero no divinidad; éramos como la madera que no tiene oro. Esto no significa que la madera estuviera podrida o dañada. Esto es también lo que queremos decir cuando nos referimos a no ser santos.

Cuando el hombre fue creado, nada en el universo tenía la naturaleza de Dios. Sólo Dios mismo tenía la naturaleza divina. Ninguna de las millones de criaturas eran santas; sólo Dios mismo era santo. Pero un día este Dios, quien es Espíritu y quien es santo, se hizo carne para mezclarse con el hombre y vestirse de humanidad. Él hizo esto porque quería hacer santo al hombre, quería santificar al hombre. El principio básico de la encarnación es que “el Espíritu el Santo” de Dios entró en el hombre que no era santo para hacerlo santo. En otras palabras, Él quería hacer del hombre que no tenía la naturaleza de Dios, un hombre con la naturaleza de Dios. Por tanto, desde este tiempo en adelante, el título el Espíritu Santo apareció en la Biblia. Hablando con propiedad, el Espíritu Santo tiene el propósito de hacer santo al hombre, el cual no es santo, esto es, hacer del hombre que no tiene la naturaleza de Dios un hombre con la naturaleza de Dios.

Pienso que los hermanos y hermanas entienden claramente lo que hablo. Podemos decir que Dios en la eternidad era Jehová y también podemos decir que Él era Dios. En aquel tiempo, el Espíritu de Dios era llamado el Espíritu de Dios y también el Espíritu de Jehová. No fue sino hasta después, cuando Dios se hizo carne, que el Espíritu de Dios comenzó a ser llamado el Espíritu Santo. Después que el Dios encarnado entró en la muerte y también en la resurrección, Su Espíritu tuvo un título nuevo, esto es, el Espíritu vivificante. Fue entonces que el Dios encarnado llegó a ser el Espíritu vivificante, porque había pasado por la muerte y la resurrección. Su muerte resolvió todos los problemas que existían entre el hombre y Dios, y Su resurrección liberó la vida que estaba en Él. Por tanto, para este tiempo Él ya no era meramente el Espíritu, sino que también era el Espíritu que da vida.

El Espíritu primero era el Espíritu de Dios porque Él era Dios. Dios es Espíritu, y el Espíritu es el Espíritu de Dios. Más tarde, cuando Dios se encarnó, Él se hizo el Espíritu Santo, esto es, “el Espíritu el Santo”. Él vino para hacer del hombre impío un hombre santo, esto es, para que el hombre que no posee la naturaleza divina fuese hecho un hombre que posee la naturaleza divina. Por tanto, Él es el Espíritu Santo. Luego, el Señor entró en la muerte y resucitó. En esta muerte y resurrección, el Espíritu llegó a ser el Espíritu vivificante. ¿A qué Espíritu le pertenece este Espíritu vivificante? Él es “el Espíritu de Jesucristo”. Este Espíritu a veces puede llamarse “el Espíritu de Jesús” y a veces “el Espíritu de Cristo”. ¿Bajo qué circunstancias se le llama “el Espíritu de Jesús”? Si leen Hechos 16, verán que el Espíritu de Jesús es un título que se usó en los tiempos de los padecimientos de los apóstoles por causa del Señor en penas, en persecuciones, en seguir el camino de la pobreza y en sufrir reproche por Su causa. Éste es el Espíritu que llevó a Jesús de Nazaret a vivir una vida de pobreza en la tierra y a sufrir persecución y vergüenza. Por esta razón, Hechos 16:7 se refiere al “Espíritu de Jesús”. ¿Qué sucede con el Espíritu de Cristo? El título “el Espíritu de Cristo” se halla en Romanos 8:9. Además, Romanos 8:11 dice que “si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros”, entonces Aquel mismo “vivificará también vuestros cuerpos mortales”. Por tanto, Romanos 8 no recalca el aspecto de que seguimos al humilde nazareno al padecer penas, ser humillado y tomar el camino de la cruz. Antes bien, hace énfasis en expresar la vida del Señor en nuestro vivir. Así pues, el Espíritu de Cristo tiene como objeto principal la resurrección. Romanos 8 es una historia de la resurrección, en la que no sólo el espíritu es vivificado, sino que también el cuerpo mortal es vivificado. Por tanto, “el Espíritu de Jesús” tiene una historia y “el Espíritu de Cristo” tiene otra historia.

Además de esto, Filipenses 1 menciona “el Espíritu de Jesucristo” y así une a Jesús y Cristo. Esto se debe a que en Filipenses hay una historia de sufrimientos. El apóstol parecía estar diciendo: “La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo será mi salvación. Aun cuando estoy aquí encarcelado, en cadenas, este Espíritu, quien no sólo es el Espíritu de Jesús, sino también el Espíritu de Cristo, y no sólo el Espíritu de sufrimiento, sino también el Espíritu de la resurrección, me llevará a vencer las aflicciones y cadenas”. Por consiguiente, en Filipenses vemos los padecimientos y también la liberación, porque el Espíritu es el Espíritu de Jesucristo.

Este Espíritu de Jesucristo es el Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante se refiere a la función del Espíritu, mientras que el Espíritu de Jesucristo es el título del Espíritu. Hoy este Espíritu le pertenece a Jesús, a Cristo y a Jesucristo. Este Espíritu, quien es Cristo mismo, nos da vida. Por tanto, no hay varios Espíritus, sino que únicamente hay un solo Espíritu en varias etapas. Antes que la Palabra se hiciera carne, el Espíritu de Dios era simplemente el Espíritu de Dios. Pero después que la Palabra se hizo carne, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu Santo, “el Espíritu el Santo”. Después, una vez que el Señor pasó por la muerte y la resurrección, este Espíritu llegó a ser el Espíritu vivificante, el cual le pertenece a Jesucristo, así que se le llama el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo. Podríamos usar un pañuelo como ejemplo. Si metemos un pañuelo blanco en una cuba de tinte azul, se convierte en un pañuelo azul, y si ponemos el pañuelo azul en una cuba de tinte rojo, se convierte en un pañuelo morado. El pañuelo blanco, el pañuelo azul y el pañuelo morado no son tres pañuelos; antes bien, son un mismo pañuelo en tres etapas.

(Espíritu en las epístoles, El, capítulo 8, por Witness Lee)