EL ESPÍRITU DE VIDA
NOS DA LA SALVACIÓN SUBJETIVA
En el capítulo anterior vimos que el Señor que efectuó la redención es el Espíritu de vida hoy. Él murió en la cruz para redimirnos a nosotros los caídos, vivificar a los que estábamos muertos, restaurar a los que fuimos dañados y limpiar a los que éramos corruptos. De esta manera Él efectuó la redención. Esto se ve en la sección anterior a Romanos 5:10. A partir de 5:10, el libro hace un giro de la redención a la vida, mostrándonos que el Cristo redentor es el Espíritu de vida hoy. Anteriormente, en la cruz Él llevó a cabo, fuera de nosotros, la obra objetiva de la redención. Hoy Él está llevando a cabo en nosotros la obra subjetiva de la salvación. Por tanto, Romanos 5:10 pude considerarse la clave de todo el libro. Este versículo dice que fuimos reconciliados por la muerte del Hijo de Dios, esto es, por Su obra redentora en la cruz y que, habiendo sido reconciliados, mucho más seremos salvos en Su vida. Aquí ser salvos se refiere a la obra salvadora que está llevando a cabo hoy el Señor redentor, quien ha entrado en nosotros como Espíritu de vida.
La redención es objetiva; la salvación es subjetiva. La redención ya fue efectuada; la salvación está aún en progreso. La redención es por completo una cuestión de posición; la salvación es por completo una cuestión de experiencia. Antes Él era el Redentor; hoy Él es el Espíritu de vida.
La salvación subjetiva efectuada por el Espíritu de vida en nosotros consiste claramente de cinco pasos: liberarnos, santificarnos, transformarnos, conformarnos a la imagen del Hijo de Dios y compenetrarnos juntamente para producir el Cuerpo de Cristo.
Por ser aquellos que han sido redimidos por Cristo, recibimos el perdón de nuestros pecados, no estamos más bajo condenación y somos salvos. Sin embargo, de ahora en adelante, todavía necesitamos tener las diversas experiencias de la salvación en vida. Todavía necesitamos que el Espíritu de vida en nosotros nos libere diariamente del pecado. Claro, el pecado incluye la carne y el mundo. Por tanto, ser librados del pecado equivale a ser liberados de la carne y del mundo, de modo que seamos liberados de todas las cosas que contradicen y se oponen a Dios. Además, el Espíritu de vida nos santifica. Esto no sólo es la santificación objetiva en cuanto a posición, sino más aún la santificación en cuanto a nuestra manera de ser. Una vez que somos santificados, somos transformados. Esta vida nos satura, nos impregna y nos transforma. Como resultado, somos santificados.
Supongamos que tiene un vaso de agua y un vaso de jugo de naranja. Si vierte lentamente el jugo de naranja en el agua, el agua gradualmente se volverá amarilla, y finalmente estará “anaranjada”. Antes, éramos como el vaso de agua, y el Señor como Espíritu es como el jugo de naranja. Cuanto más el Espíritu nos llena, nos satura y nos impregna, más nos santifica. Esta santificación no meramente se lleva a cabo por Su mano, sino con Su propia naturaleza divina. Ésta es la salvación en vida.
Hoy cuando aquellos que forman parte del cristianismo hablan de la santificación y de la santidad, ellos sólo le dicen a la gente: “No deben ser contaminados por el pecado, ni deben enojarse. De lo contrario, se volverán impíos. Deben ser personas amables, apropiadas y de buen comportamiento, y serán considerados santos”. Esto es lo que el cristianismo actual enseña sobre la santidad. De hecho, ésta no es la santidad que enseña la Biblia. Cuando la Biblia habla sobre la santidad, el énfasis no está en que seamos limpios, sino en que seamos hechos santos. A fin de hacernos santos, Dios no nos aparta simplemente valiéndose de cierto método; más bien, Él nos satura y nos transforma completamente consigo mismo.
Después de ser libertados y santificados, somos transformados. El “agua” se ha vuelto “amarilla”. Esto no es el resultado de añadir color por fuera, sino que es el fruto de un cambio interior. Además, ocurre una conformación, esto es, somos conformados a la imagen del Hijo de Dios. Más aún, el Señor quiere compenetrarnos juntos. Esto se debe a que Su deseo no es sólo obtener muchas almas preciosas ni muchas piedras vivas. Su deseo es obtener un edificio, un Cuerpo. Por tanto, no basta con que seamos transformados y conformados a Su imagen. Él también quiere edificarnos juntamente.
La máxima manifestación como se ve al final de las Escrituras no es un grupo de piedras preciosas por separado, sino una ciudad santa, la Nueva Jerusalén. No es suficiente que seamos espirituales; debemos ser espirituales y también ser edificados juntos. Por tanto, necesitamos ser salvos de nuestra independencia. Esto también requiere que la vida en nuestro interior realice una obra salvadora. La vida que tenemos es la vida del Cuerpo; cuanto más crece esta vida en nosotros, más creceremos juntos como una sola entidad. No sólo somos coordinados y edificados juntos, sino que también crecemos juntos en una sola entidad.
Nuestra vida física es una vida corporal, no una vida del miembro. Si la mano se desprende del cuerpo, la mano pierde su vida. Esto mismo se aplica a la vida espiritual. La salvación efectuada por esta vida finalmente nos salvará de ser independientes para que lleguemos a ser un solo Cuerpo. Por tanto, en el capítulo 12, la sección final de Romanos, vemos que aparece un solo Cuerpo.
(
Espíritu en las epístoles, El, capítulo 15, por Witness Lee)