EXPERIMENTAN A CRISTO
COMO LAS OFRENDAS
Toda la obra, el ministerio y la comisión del sacerdocio están en Cristo. El mismo es el ministerio de los sacerdotes, por lo cual ellos se ocupan de Cristo y de nada más. En primer lugar, los sacerdotes se encargan de presentar las ofrendas (Lv. 6:8—7:34), las cuales tipifican los varios aspectos de lo que Cristo es para nosotros. Desde la perspectiva de la experiencia, la primera ofrenda es la ofrenda por la transgresión; la segunda, la ofrenda por el pecado; la tercera, la ofrenda de paz; la cuarta, la ofrenda de harina; y la quinta, el holocausto. Algunas partes de estas ofrendas son mecidas y otras son elevadas (Lv. 7:29-34). Las ofrendas están al cuidado del sacerdocio. Por lo tanto, para participar del sacerdocio hoy es menester experimentar a Cristo como todas estas ofrendas, y solamente cuando lo hacemos podremos ministrarlas a los demás.
Primeramente, debemos de experimentar a Cristo como la ofrenda por la transgresión. Somos personas pecaminosas y cometemos muchas transgresiones ante el Señor. ¿Cómo puede Dios perdonar todos nuestros pecados? Unicamente por la muerte de Cristo en la cruz, como nuestra ofrenda por las transgresiones. Esta es la historia de nuestra salvación: cuando confiamos en Cristo por primera vez, nos enteramos de que éramos pecaminosos y habíamos cometido muchos delitos; entonces, cuando los confesamos al Señor, nos dimos cuenta de que Cristo llevó a la cruz todas nuestras transgresiones ante Dios; El es nuestra ofrenda por la transgresión.
Poco después de ser salvos, descubrimos que el problema no es simplemente el hecho de haber pecado, sino que tenemos la naturaleza del pecado en nosotros. El Pecado (con mayúscula) está dentro de nosotros; no solamente cometemos actos pecaminosos, sino que interiormente contenemos la naturaleza pecaminosa. Sabíamos que Cristo murió en la cruz para quitar todos los actos pecaminosos que cometimos ante Dios, pero ahora descubrimos la naturaleza pecaminosa que yace en nosotros, a la cual se refiere Romanos 7 como “el pecado que mora en mí”. El Señor nos revela que por Su muerte en la cruz no sólo quitó nuestros pecados, sino que también anuló nuestro Pecado. Esto indica que El es nuestra ofrenda no sólo por las transgresiones sino también por el pecado. Las transgresiones son externas, mas el Pecado es algo interno. Por lo tanto, necesitamos aprender a experimentar a Cristo no sólo como nuestra ofrenda por las transgresiones, sino también como nuestra ofrenda por el pecado.
Después de experimentar a Cristo como estas dos ofrendas, le disfrutamos como la ofrenda de paz. La paz siempre depende de lo que hagamos con nuestras transgresiones y con el Pecado. Si aún tenemos transgresiones que no han sido perdonadas y quitadas, no podemos tener paz interiormente. Además, si no anulamos el Pecado que vive en nosotros, tampoco podremos disfrutar dicha paz. Después de que las transgresiones y el Pecado hayan sido juzgados por Cristo, lo podremos disfrutar a El como nuestra ofrenda de paz.
Después de experimentar a Cristo como nuestra ofrenda de paz, nos daremos cuenta que El también es nuestra ofrenda de harina, lo cual indica que Cristo es nuestra comida y nuestra satisfacción constante.
Después de la ofrenda de harina, sigue el holocausto, el cual es comida para Dios. Cristo no es solamente nuestra satisfacción, sino también la de Dios; El es tanto nuestra comida como la de Dios.
Para experimentar todas estas ofrendas necesitamos mucho tiempo; digo esto especialmente a los creyentes jóvenes, ya que un gran número de ellos hoy en día no saben mucho de Cristo. ¿Ha experimentado usted a Cristo como su ofrenda por las transgresiones? No hay duda de que sí, pero ¿ha experimentado a Cristo como la segunda ofrenda, la ofrenda por el pecado? Son pocos los que lo han hecho. Tal vez algunos cristianos lo hayan experimentado como la ofrenda de la paz, pero ¿lo han experimentado como ofrenda de harina? Son muchos los que carecen de todas estas experiencias. No lo han experimentado como su comida diaria, según se muestra en la ofrenda de harina. Cristo es nuestra comida, y debemos aprender a disfrutarlo como nuestra satisfacción. Poco a poco descubriremos que El no sólo es nuestra comida, sino también la de Dios, y lo satisface porque es el holocausto.
Creo que algunos hermanos y hermanas han comprendido que sus pecados fueron perdonados, por lo cual agradecen mucho al Señor en Su mesa. Otros tienen una comprensión más profunda y se dan cuenta de que el Señor, por la crucifixión, anuló su naturaleza pecaminosa. Se sienten liberados del Pecado; experimentan Romanos 8, donde dice que ninguna condenación hay para ellos, porque la ley del Espíritu de vida en Cristo los ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Cristo ya anuló su naturaleza pecaminosa; así que, por la muerte de Cristo, ellos pueden ser libres del Pecado que mora en su cuerpo.
En la mesa del Señor, yo creo que algunos hermanos y hermanas también han disfrutado a Cristo como su ofrenda de paz. ¡Qué maravillosa paz interior! Y quizá otros hayan tenido el sentir de satisfacción de que el Señor es su alimento en la ofrenda de harina. Otros se dan cuenta de que el Señor no sólo es su satisfacción sino también la de Dios. Cristo es la ofrenda de harina para ellos y el holocausto para Dios.
Al experimentar todas las ofrendas estaremos en el sacerdocio verdadero. ¡Cristo es muchas cosas para nosotros! El es la ofrenda por las transgresiones, que quita nuestros actos pecaminosos; es la ofrenda por el pecado, que anula nuestra naturaleza pecaminosa; luego se convierte en nuestra paz y satisfacción como también la satisfacción de Dios.
Además debemos aprender a experimentar a Cristo como las ofrendas mecidas y las ofrendas elevadas. Primero debemos experimentarlo como el Cristo resucitado, o sea, la ofrenda mecida. ¡El está lleno de vida! Ya que resucitó, debemos conocer el poder de Su resurrección, y conocer al que está lleno de vida y se mece en nosotros continuamente. Ningún cristiano debe estar callado; todos debemos ser avivados. Si conocemos al Cristo resucitado y viviente, no podemos estar quietos, ni callados. Nos mecemos porque estamos llenos de energía; no acudimos en silencio a las reuniones. Si venimos callados, es porque estamos un poco muertos. Sin embargo, Aquel que está en nosotros nunca puede estar muerto, sino que está lleno de vida. Cuando Cristo regresó a hablarles a las iglesias en el libro de Apocalipsis, les dijo: “Yo soy ... el Viviente ... he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Ap. 1:17-18). La iglesia no debe estar muerta, ni adormecida; debe mecerse y ser viviente siempre. Necesitamos aprender a disfrutar al Cristo que se mece, ya que El es nuestra ofrenda mecida.
Cristo también es nuestra ofrenda elevada. El no es sólo el Cristo resucitado, sino también el Cristo ascendido que lo transciende todo. El ascendió a los cielos y está por encima de todo. Muchas veces diferentes hermanas y hermanos me han dicho: “¡Hermano, me rindo; ya no puedo más!” Se hallan deprimidos. Si éste es nuestro caso, no podremos ministrar a Cristo como la ofrenda elevada. Debemos experimentarlo como el Cristo ascendido, ¡El transciende a todo; por eso, nada lo puede oprimir, deprimir ni suprimir!
Necesitamos experimentar los varios aspectos de Cristo para ejercer el sacerdocio y poder ayudar a otros a tener las mismas experiencias. Como el sacerdocio verdadero, primero debemos experimentar todas las ofrendas, a fin de ayudar a otros a comprender que Cristo es su ofrenda por la transgresión y su ofrenda por el pecado, como también su paz, su comida y satisfacción. Ellos deben ver que El es no sólo su satisfacción, sino también la de Dios. Además, necesitan ayuda para comprender que el Cristo resucitado es su ofrenda mecida, y que el Cristo ascendido es su ofrenda elevada.
Cuando el apóstol Pablo fue encarcelado, experimentó la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. El hecho de que estuviera en la cárcel no significaba que todo hubiera acabado para él; no, él estaba muy lleno de energía, y se mecía porque tenía al Cristo viviente como su ofrenda mecida en su interior. Aunque Pablo había tratado de dormir, no pudo, porque Aquel que se mecía dentro de él no se lo permitió; así que cantó himnos. No estaba en la cárcel, sino en los lugares celestiales, en el Lugar Santísimo. El estaba por encima de todo aquello debido a que experimentó a Cristo como la ofrenda elevada.
A veces nuestro hogar se convierte en una cárcel para nosotros. Si es así, queda en evidencia que no sabemos experimentar a Cristo como nuestra ofrenda elevada.
En mi experiencia, muchas veces las circunstancias alrededor son como una muralla gruesa que no tiene entradas ni ventanas. Pero he podido decir: “Señor, todo esto que me rodea es como muchos muros, pero, ¡Aleluya! tengo una ventana arriba; estoy en el arca, y la ventana está abierta hacia el cielo” [se refiere al arca de Noé en Génesis 6:16].
Debemos aprender a experimentar a Cristo como nuestra ofrenda elevada. Solamente al disfrutar de estas ofrendas llegamos a ser el verdadero sacerdocio. Tengamos presente que las ofrendas se hacen en el atrio. Podríamos decir que son buenas, profundas y espirituales, pero aún están en el atrio, en el altar de bronce y no dentro del tabernáculo mismo. Estas ofrendas son experiencias externas; son superficiales y no muy profundas. Al comprender esto, vemos la pobreza de muchos cristianos. La mayoría ni siquiera ha tenido éstas experiencias, y si las ha tenido, aún permanece en el atrio.
(
Sacerdocio, El, capítulo 8, por Witness Lee)