LA CONEXION ENTRE LOS DOS ALTARES
Existe cierta conexión entre el altar del atrio y el del tabernáculo. La sangre derramada en el altar exterior debía ser llevada dentro del tabernáculo para ponerse en el altar interior. La conexión entre esos dos altares es la sangre redentora. También el fuego que descendía del cielo para quemar las ofrendas que yacían sobre el altar del atrio tenía que ser el fuego que quemaba el incienso que ardía en el altar del tabernáculo. Por lo tanto, otra conexión entre los dos altares es el fuego que arde.
La conexión entre esos dos altares es la sangre redentora y el fuego que arde. ¿Qué significa esto? Significa, primeramente, que antes que vayamos a la presencia de Dios a quemar incienso, debemos siempre aplicar la sangre. Sin la sangre nunca podremos hacerlo. Cualquier tiempo que pasemos en la presencia de Dios debe ser bajo el cubrir de la sangre. En nuestra comunión con Dios debemos siempre aplicar la sangre.
Segundo, significa que nunca podemos estar en la presencia de Dios con fuego extraño. El fuego extraño es nuestra emoción natural, nuestro entusiasmo natural, nuestra energía, nuestro esfuerzo en orar. Nuestra emoción y poder natural deben hacerse a un lado. Nunca debemos arder con nada natural. Más bien, debemos ser consumidos por el fuego celestial.
Es cierto que debemos arder y ser fervientes en el espíritu, pero no por causa de algo natural. Nuestro esfuerzo y energía natural debe ser consumido por el fuego celestial. Debemos estar en el espíritu por el fuego celestial, y no por nuestras emociones ni nuestro entusiasmo. Todo lo que es natural debe ser incinerado a fin de que solamente el fuego celestial permanezca.
A veces podemos sentir que estamos muy ardientes en el Señor, pero si nos examinamos podremos ver de que no estamos en el fuego “celestial” sino en el fuego “extraño”. Podemos tener entusiasmo, pero no es celestial, sino natural. Estamos fervientes en nuestro interior, pero de una manera natural y terrenal, no espiritual ni celestial.
Este fervor trae muerte. Cuanto más fervientes seamos o tratemos de tocar al Señor con nuestro fervor natural, más muertos estaremos en el espíritu. El fervor natural ocasiona muerte espiritual. Pero cuanto más ardamos con el fuego celestial, más vivos en el espíritu estaremos. Cuando somos fervientes con el fuego natural, el fuego extraño, sólo tenemos muerte. No podremos seguir orando por mucho tiempo, porque estamos muertos en el espíritu; hemos usado el fuego extraño.
Hoy la necesidad urgente de la iglesia es que todos los creyentes practiquen el oficio sacerdotal de quemar incienso en la presencia de Dios. Debemos pasar un tiempo en la presencia de Dios aplicando a Cristo en muchas formas y disfrutándole de distintas maneras. Entonces desde nuestro interior expresaremos algo de Cristo a Dios. Esto nos llevará a la presencia de Dios y nos traerá la gloria de Dios. Esta es la verdadera comunión que asciende y desciende. Por medio de esta comunión espiritual somos hechos uno con Dios y somos completamente llenos de El para tener la expresión de Cristo. Esto requiere que pasemos mucho tiempo practicando la comunión espiritual.
Si amamos al Señor y nos hemos entregado de todo corazón a Su recobro en estos últimos días, no hay otra manera de hacerlo. La única manera de llevar a cabo el recobro del Señor es dedicar tiempo —por lo menos treinta minutos diarios— para aplicar a Cristo, disfrutarlo y expresarlo. En esta expresión vamos a convivir y conversar con Dios de tal manera que seremos introducidos en El, y El en nosotros. Algo muy dulce ascendiendo a Dios y algo muy glorioso descendiendo sobre nosotros que nos saturará y nos hará los verdaderos sacerdotes. Luego entre nosotros habrá la expresión apropiada de Cristo que es la vida de la iglesia. El recobro de la vida de la iglesia depende de este oficio sacerdotal.
No solamente debemos atender el oficio sacerdotal individualmente, sino más corporativamente. Si nos reuniésemos cada día con unos cuantos hermanos o hermanas de treinta minutos a una hora para aplicar a Cristo, disfrutarle y expresarle corporativamente en nuestra oración a Dios, ayudaría muchísimo a la edificación de la iglesia. No hay necesidad de hablar ni de discutir. Debemos olvidar toda clase de habladurías y discusiones, y simplemente emplear el tiempo para quemar incienso en la presencia de Dios. Si solamente tomásemos cuenta de este oficio sacerdotal individualmente y corporativamente, habría un gran cambio entre nosotros, en vida y en expresión. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos llevar a cabo esta comisión.
Al trono de Tu gracia hoy
Hambriento vengo a comer,
Tu gracia quiero recibir,
En esta hora ayúdame.
Mirando Tu radiante faz
Luz brilla en mi corazón;
Tus rayos sanan con poder
Mi flojedad y todo error.
Aquí expones con Tu luz,
La condición de mi interior
Aquí Tu sangre eficaz
De mi maldad me limpiará.
Tu Espíritu me unge aquí
Tu misma esencia El me da,
Así te puedo disfrutar
Y conocer Tu voluntad.
Trae Tu Palabra luz a mí,
Es una lámpara en mi ser;
A Tu Espíritu su aceite es
Para que resplandezca bien.
Como los sacerdotes yo
Te ofrezco a Ti con devoción
Tu Espíritu, que incienso es,
Mezclado con mi oración.
Con Tu Palabra rica y fiel
Comida y luz me suplirás;
Si como y leo de ella yo,
Comida y luz me saciarán.
(Himnos #345)
(
Sacerdocio, El, capítulo 15, por Witness Lee)