LA REALEZA PROCEDE DE LA SANTIDAD
La naturaleza humana debe ser santa para poder mezclarse con la naturaleza divina, que es la realeza. Si tenemos la naturaleza divina tenemos el reinado, ya que todo lo divino está lleno de realeza. Es fácil tener la realeza si somos santos. Si estamos dispuestos a apartarnos completamente para Dios sin reserva alguna, seremos reales. Cuanto más apartados estemos para Dios, más santos y reales seremos.
Después de permanecer en la presencia del Señor como sacerdotes santos y apartados, salimos de Su presencia trayendo con nosotros algo divino. Venimos al Señor con algo humano, pero salimos de Su presencia con algo divino; salimos como un sacerdocio real. Debemos ser santificados para poder tener realeza. Cuando vamos a los hombres después de haber permanecido en la presencia del Señor, ellos tienen el sentir de que hay algo divino y algo de realeza en nosotros. En esto consiste el sacerdocio real. Ahora tenemos algo de Cristo qué impartirles. El pan y el vino son tipos de Cristo que muestran que El murió por nosotros y dio Su cuerpo y sangre para nuestro disfrute. Dichos elementos tipifican al Cristo redentor que se dio por nosotros.
Para poder llegar a los incrédulos, debemos ser sacerdotes santos y llenos de realeza. Primero debemos entrar a la presencia del Señor con los nombres de todos nuestros amigos incrédulos y presentarle las necesidades de ellos. Cuando hacemos esto, ministramos como sacerdotes santos en la presencia del Señor. Pero muchas veces, cuando venimos al Señor con esas necesidades, primero El nos muestra algo que tenemos que arreglar en nosotros. Si no estamos dispuestos a arreglarlo, perdemos nuestro sacerdocio. Pero si estamos dispuestos a que nos corrija, podremos permanecer en Su presencia como sacerdotes santos por amor a nuestros amigos incrédulos, y después de hacerlo reiteradas veces, el Señor nos guiará de allí a nuestros amigos. Entonces iremos con la naturaleza divina y el reinado divino, no simplemente como seres humanos, sino también como seres divinos; como sacerdotes que imparten algo de Dios. Esto es impartir al Cristo redentor y significa que les traemos el pan y el vino. Lo que ministremos a nuestros amigos incrédulos será algo del pan y el vino, y ello, con el tiempo, salvará a algunos de ellos.
Antes de Pentecostés, Pedro y los ciento veinte oraron diez días en el aposento alto. Durante ese tiempo ellos eran el sacerdocio santo. Por diez días estuvieron absolutamente separados para el Señor y trajeron todas las necesidades de los hombres a la presencia del Señor. Luego, a los diez días, en el día de Pentecostés, salieron de la presencia del Señor y declararon lo que el Señor Jesús había hecho. Eran el sacerdocio real, y la gente los miraba como reyes, no como pescadores. Cuando Pedro estaba de pie hablando, la gente sentía algo de peso, algo divino, celestial y real. El fue un verdadero sacerdote que impartió a Cristo como pan y vino a los necesitados.
Cuando Melquisedec salió al encuentro de Abraham, venía de la presencia de Dios y le ministró algo de Dios, pan y vino, para fortalecerlo. Abraham había estado luchando una larga batalla, se había cansado y necesitaba pan y vino para su sustento. Por lo tanto, Melquisedec vino de Dios y con El para ministrarle pan y vino. Este es el sacerdocio real.
Como sacerdotes, debemos darnos cuenta de que cada vez que entramos en la presencia del Señor con nuestras necesidades y las de otros, somos sacerdotes santos. Por esta razón, debemos apartarnos de todo lo común. Cuando somos rectos y estamos llenos de la gloria del Señor, salimos de Su presencia y vamos a la gente como sacerdotes reales. Entonces ministraremos a Cristo como el Redentor tipificado por el pan y el vino. Tal es el sacerdocio santo y real.
(Sacerdocio, El, capítulo 5, por Witness Lee)