LA SANGRE ROCIADA SOBRE EL PROPICIATORIO
El contenido de la iglesia es Cristo, y El está lleno de todo lo que es Dios. Sobre El, está la manifestación de Dios como la gloria, la cual continuamente testifica, observa y encuentra nuestras fallas según el testimonio interno. Los dos querubines están encima del arca velando conforme al testimonio, o la ley, que está dentro del arca. Cuando venimos al Señor para contactarlo, estos dos querubines nos miran y examinan según los diez mandamientos e inmediatamente nos encontramos cortos. No podemos estar delante de los diez mandamientos bajo los ojos de los dos querubines que nos escudriñan. Pero damos gracias al Señor porque la sangre que fue rociada está a la vista de los querubines que velan sobre el propiciatorio, y esta sangre rociada cubre los diez mandamientos. Cuando clamamos a la sangre, ella habla por nosotros.
Debemos comprender que en la vida de iglesia la norma no es, ni jamás será, la moralidad del hombre, ni la bondad, ni el comportamiento ni la conducta. La única norma es la gloria de Dios. No importa cuán buenos seamos, nunca podremos comparar nuestra bondad con la gloria de Dios. Esto significa que tenemos que renunciar a todo lo que somos. Nunca podremos jactarnos de lo que somos. Aun nuestro amor es vil, comparado a la gloria de Dios, y tiene que ser perdonado. Creo que le hemos pedido al Señor que nos perdone por nuestro odio, pero ¿le hemos pedido alguna vez al Señor que nos perdone por nuestro amor? Debemos pedirle perdón aun por lo bueno que tengamos.
El contenido de la vida de iglesia no es conforme a la norma de la conducta humana sino en todo conforme a la gloria de Dios, la cual es Cristo como el arca. Ningún ser humano podría estar ante el propiciatorio si no fuese por la sangre. Los ojos escudriñadores de los querubines están sobre la sangre, y debajo de ella está el testimonio (la ley) de Dios. La única manera de poder estar ante el testimonio de Dios y ante los ojos escudriñadores de los querubines de la gloria de Dios es la sangre preciosa.
(Sacerdocio, El, capítulo 11, por Witness Lee)