AL APRENDER A SERVIR,
LO PRIMORDIAL ES HABLAR POR EL SEÑOR
Es posible que hoy en día ustedes todavía estén aprendiendo cómo servir a tiempo completo, pero esto no es una excusa para no saber cómo conducirse en las reuniones de grupo pequeño. Quizás algunos digan que cuando servían a tiempo completo, en el pasado aprendieron a servir de manera diferente. Es verdad que en el pasado les dije que si uno deseaba servir al Señor a tiempo completo, primero tenía que empezar limpiando los inodoros de los salones de reunión, así como limpiar las ventanas, barrer el suelo y disponer el arreglo de las sillas. Yo mismo tomé la delantera en hacer esas cosas, pero no era mi intención guiar a los servidores por ese mismo camino; más bien, ellos mismos se desviaron del camino que yo establecí. Lo que quise decir en ese entonces era que estas eran las tareas y quehaceres básicos que uno tenía que aprender. Pero eso fue hace treinta y seis años. Hoy en día contamos con más de cien santos en cada salón de reunión; ¿habría aún la necesidad de que ustedes, los que sirven a tiempo completo, limpien las sillas y laven los inodoros? Si hacen eso, estarán haciendo el trabajo de otros. Dejen que otros limpien las sillas y ustedes hagan otras cosas.
En verdad espero que los ancianos no manden a los que sirven de tiempo completo a limpiar las ventanas, las sillas y los inodoros de los salones de reunión. Éstos ni siquiera tienen tiempo y energía suficientes para cuidar de los grupos pequeños; ¿por qué entonces obligarles a hacer estas cosas secundarias? Ciertamente debemos limpiar los salones, pero lo que nos hace falta ahora no son las personas con habilidad para la limpieza, sino personas que puedan hablar por el Señor. Nuestra situación es semejante a un colegio que tiene muchos estudiantes, aulas y cursos, pero faltan maestros. En otras palabras, son muchos los que pueden hacer la limpieza, pero son pocos los que pueden enseñar. Si no se limpian las sillas de los salones, eso indica que los ancianos no saben cómo guiar a los santos. Este es un problema de los ancianos. Si los ancianos no encuentran a nadie que limpie las ventanas o arregle las sillas, entonces deberían invitar a los santos a un ágape, una comida. Después del banquete, les será fácil pedirles a los santos que se integren al servicio. Cuando hay amor, es fácil tener comunión sobre cualquier asunto. Éste es un secreto muy eficaz. Esto no es un juego de “diplomacia”, sino ayudar y guiar a los santos al consolar cálidamente sus corazones.
En 1939 cuando estaba en la iglesia en Chifú, en las noches cuando no se celebraba ninguna reunión, yo solía invitar a los santos a que viniesen al local de reunión para que vinieran a comer a un ágape conmigo. Nos reuníamos en el segundo piso del salón, y en el primer piso había una cocina. Yo contrataba a un cocinero para que viniera a cocinar, pero no para mi, sino para que preparase el ágape para los santos. Solía invitar hasta veinte santos en cada ágape. Poco a poco, había invitado a comer todos los santos al menos una vez. Por supuesto, la asistencia a tales banquetes no estaba exenta de un costo. Pero, después de atender la comida, muchos de los santos se ofrecían a prestar su servicio a la iglesia.
Para atender los servicios de la iglesia, tales como ser ujieres o limpiar el salón de reunión, sólo necesitamos preparar unos cuantos ágapes para los santos. De esta manera, ellos estarán dispuestos a servir y también tendrán un corazón para el servicio. Sin embargo, no es posible llevar a cabo el servicio del ministerio de la palabra simplemente dando banquetes, ágapes. Nuestra situación es semejante a un colegio que no tiene maestros. No podemos simplemente invitar a los santos a comer y después pedirles que enseñen las verdades bíblicas con la expectativa de que sepan cómo hacerlo. Ministrar la palabra es una de las tareas más difíciles. En las mañanas del día del Señor se reúnen un total de casi tres mil santos en los veinte salones de reunión de la iglesia en Taipéi, y todos los santos son semejantes a bebés hambrientos que lloran esperando que se les alimenten. Si no tenemos con qué sustentarlos ni disponemos de alimentos para darles de comer, entonces no debemos culparlos si no regresan otra vez.
(Vasos útiles para el Señor, capítulo 2, por Witness Lee)