APLICAR EL CAMINO DE LA VIDA DE DIOS
DEPENDE DE NUESTRA VISIÓN
Por lo tanto, necesitamos entender varias cosas. Primero, necesitamos comprender que tenemos la vida de Dios en nuestro ser. Segundo, necesitamos comprender que nosotros mismos somos un obstáculo para la vida de Dios. No importa si creemos que somos buenos o malos, rápidos o lentos, finalmente el Espíritu Santo nos mostrará que la vida de Dios está en nosotros. Al mismo tiempo, Él nos mostrará que nuestra persona es un problema para la vida de Dios. Nuestra mente es un problema, nuestra voluntad es un problema, y nuestra parte emotiva también es un problema para la vida de Dios; el problema para la vida de Dios es nuestra propia persona.
Sabemos esto porque aun cuando nuestros pensamientos no estén errados, nuestros juicios sean correctos y nuestras emociones sean las apropiadas, con frecuencia Dios no es expresado por medio de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Si la vida de Dios no puede ser liberada de nuestro interior, eso quiere decir que hay algo en nosotros que obstaculiza Su vida. Es por esto que decimos que el obstáculo que la vida de Dios encuentra en nosotros es nuestra persona. Para Dios no significa nada si somos buenos o malos, rápidos o lentos. De la misma manera en que perder los estribos no necesariamente se relaciona con la vida de Dios, controlar nuestro mal genio tampoco se relaciona necesariamente con la vida de Dios. Todo lo bueno y todo lo malo, cuando es medido según la norma de la vida de Dios, son impedimentos y obstáculos.
Tercero, necesitamos comprender que hemos sido crucificados en la cruz. Conforme a la perspectiva, consideración y juicio de Dios, ya estamos en la cruz. Los tres puntos anteriores tratan sobre el camino de la vida y la revelación de la vida. Todo el que quiera tomar el camino de la vida tiene que ver estos tres puntos. Tal visión y revelación nos son mostradas con claridad cuando el Espíritu Santo entra en nosotros. En tal visión vemos al viviente e inmensurable Dios que mora en nosotros con Su vida eterna y poderosa, y en esta revelación vemos que nuestra propia persona es un obstáculo y una restricción para la vida. Sin embargo, Él también nos muestra que estamos crucificados en la cruz. Esta visión es el principio de nuestro andar en el camino de la vida.
Todo el que esté delante del Señor y quiere andar en el camino de la vida tiene que comenzar en este punto. Necesitamos la misericordia de Dios y el alumbrar del Espíritu Santo para que nos muestren que la vida de Dios está en nosotros, que nosotros somos un obstáculo para la vida de Dios y que fuimos crucificados en la cruz. Todo el que quiera tomar el camino de la vida de Dios, con el tiempo, debe ver esto.
Cuando el Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver que hemos sido crucificados en la cruz, la muerte de cruz resplandecerá en nosotros y llegará a ser una visión interior. Entonces dondequiera que vayamos, esta visión estará profundamente impresa en nosotros. Tan pronto hayamos visto esta visión, iniciaremos el camino de la vida, y la vida de Dios comenzará a expresarse por medio de nosotros.
Después de haber visto esta visión, comprenderemos que hemos muerto en la cruz y hemos llegado a nuestro fin. Aun si más tarde pareciera que se nos olvidara todo y comenzáramos a actuar según nuestros viejos pensamientos, decisiones y preferencias, la visión nos lo recordará, como si fuese una voz interior, y nos preguntará: “¿No has sido crucificado? ¿No llegaste a tu fin en la cruz?”. Mientras estamos pensando y decidiendo actuar conforme a nuestras preferencias, hay una voz, una palabra, una luz que interiormente nos pregunta: “¿Acaso no estás en la cruz? ¿No estás crucificado?”. Entonces es cuando de manera práctica experimentamos la visión que hemos visto. Aun cuando intentemos pensar a nuestra manera, no podremos hacerlo, y aun cuando tratemos de decidir y escoger según nuestra manera, no podremos hacerlo. Seremos como una pelota desinflada que antes había estado llena de aire.
Antes de recibir tal visión, podemos compararnos a una pelota llena de aire; sin embargo, después que recibimos la visión de que estamos crucificados con Cristo, se produce un agujero sin siquiera darnos cuenta. Por lo tanto, cuando tratamos de pensar por nosotros mismos, no podemos lograrlo; cuando intentamos decidir por nosotros mismos, no somos capaces de hacerlo; y cuando tratamos de elegir algo por nuestra propia cuenta, ya no tenemos tal capacidad. Tan pronto se introduce en nosotros la visión de la cruz, ésta opera en nosotros y nos hace “un agujero”. Cuando veamos la visión, seremos quebrantados.
Alguien podría preguntar: “¿Es verdad que una persona que ha visto la cruz no se enoja, y que una persona que no ha visto la cruz sí se enoja?”. No, una persona que no ha visto la cruz se enoja, y lo mismo hará una persona que ha visto la cruz, pero hay una diferencia. Cuando una persona que no ha visto la cruz se enoja, cuanto más él se enoje, más se complace en hacerlo y más avivado se siente a causa de ello. Por otra parte, una persona que sí ha visto la cruz también podría enojarse, pero cuanto más él se enoje, más pierde el gusto de hacerlo y más intranquilo se siente. Tal persona no necesita que nadie la exhorte; después de murmurar un poco, sólo una media frase, ya no puede acabar de decir el resto. Si discute con su esposa, después de decirle una sola oración él siente que se desanima y sabe que algo anda mal. No es necesario que nadie le exhorte. Una persona que no ha visto la visión y que se niega a tomar la cruz peleará en la noche, después que ha peleado en la mañana. Esto muestra la diferencia que hay entre estos dos. Quienes no han visto la cruz se llenan de energía cuando pelean, pero quienes han visto la cruz se desaniman a causa de sus riñas. Experimentar la visión de la cruz no es un asunto de cultivarse a sí mismo, sino de ser quebrantado. La salvación efectuada por Dios no es un asunto de la superación personal, sino de la muerte.
(
Conocer la vida y la iglesia, capítulo 5, por Witness Lee)