Conocer la vida y la iglesia, por Witness Lee

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DIOS EN SU SOBERANÍA DISPONE TODO EN NUESTRO ENTORNO PARA QUEBRANTAR NUESTRO HOMBRE EXTERIOR

Es muy difícil tratar con el hombre. No deberíamos asumir que como la Biblia habla de la iluminación y el toque del Espíritu Santo y del resplandor y el llamado de la cruz, que el hombre recibirá la cruz y aceptará de buena voluntad el quebrantamiento de la cruz. Éste no es el caso. De hecho, es raro en extremo hallar una persona así. Por lo tanto, necesitamos mucha gracia, vida, al Espíritu, la verdad, la palabra del ministerio, los libros espirituales y el testimonio de la iglesia.

Además, Dios también dispone las personas, las cosas y los asuntos que nos rodean; Él establece el entorno y las circunstancias en nuestra vida para poder quebrantar nuestra persona. Él creó los cielos y la tierra, y también preparó el aire, el agua y la luz solar para nuestra existencia. Él nos predestinó antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-5, 11), y en el tiempo nos llamó como Sus llamados (Gá. 1:15; 1 Co. 1:1-2). Una vez que somos salvos, Dios realiza una obra de gracia en nosotros a fin de hacer que le amemos, le deseemos y le busquemos a Él. Puede ser que nuestros vecinos nos critiquen y piensen que somos supersticiosos. Quizá sienten que creemos en Jesús a un grado extremo, pero cuanto más amamos, buscamos y servimos al Señor, más gozo interior tenemos. Todas estas cosas son el resultado de la obra de gracia que el Señor efectúa.

El Señor lo predestinó todo antes de la fundación del mundo; Él ha ordenado la familia, el cónyuge y los hijos que necesitamos para nuestra transformación. Él sabe qué clase de jefe, colaboradores, compañeros de estudio y vecinos necesitamos; por consiguiente, Él prepara y ordena todo para nosotros. Somos el pueblo que Dios escogió y predestinó, y somos aquellos que hallan gracia ante Dios. Dios está realizando una obra de gracia en nosotros, y Él ha preparado todo lo que nos sucede en nuestro entorno y las circunstancias de nuestra vida.

El Espíritu Santo también opera en nosotros por medio de los mensajes hablados por Sus siervos, el testimonio de los santos y la dirección y la comunión de la iglesia, a fin de que seamos motivados a amar al Señor Jesús, deseemos ir en pos de Él y le permitamos vivir por medio de nosotros. Incluso deseamos estar dispuestos a ser quebrantados, subyugados y llenos de Cristo a fin de expresarle en nuestro vivir y aun oramos por ello. Si bien nuestro deseo y oración proceden de la obra del Espíritu Santo y emanan de la gracia del Señor, Dios sabe que esto en sí no es suficiente como para tratar con nuestra persona. Por consiguiente, Él lo dispone todo en nuestro entorno, aun las cosas que nos ocurrieron antes de ser salvos.

Hubo una vez un hermano que antes de ser salvo sufrió mucho debido a sus padres. Él no sabía la razón de ello, pero después de ser salvo, comprendió que su sufrimiento había sido preparado por el Señor a fin de que pudiese aprender algunas lecciones espirituales. Después que fue salvo, él amó y buscó al Señor, y oró por una buena esposa. Dado que él había sufrido mucho a causa de sus padres, él quería una esposa como Rebeca, la cual podría consolarle (Gn. 24:67). El Señor aceptó sus oraciones, y a partir de ese día él comenzó a considerar con quien debía casarse. Muchos santos de edad avanzada cuidaron de él y le presentaron diferentes hermanas, pero luego que él oró y ponderó, sintió que ninguna de ellas era la indicada, ni coincidían con su gusto. Al final él conoció a una hermana cuya manera de ser era muy peculiar. Sin embargo, tan pronto se conocieron él sintió que ella era muy apropiada. Esperaba con ilusión que ella fuese como Rebeca y lo consolara; sin embargo, el trato que recibió de esta hermana excedía por mucho al trato que él había recibido de sus padres. No obstante, él no podía cambiar su situación, porque no podía divorciarse de ella, ni pelear con ella. Finalmente, comprendió que este arreglo tenía como fin que él aprendiera más lecciones.

Conocemos muchos ejemplos similares. Muchos santos, después de considerar mucho con respecto a escoger un cónyuge, finalmente eligen a una “querida persona” que sirve para quebrantarlos. Si no nos agrada algún empleado, podemos despedirlo, y si un vestido no nos queda, podemos partirlo en secciones y usarlo como trapo; sin embargo, no podemos deshacernos de nuestro cónyuge. Así que, solamente podemos pedirle al Señor que allane el camino en nuestro ser. A menos que nuestro cónyuge sea arrebatado o que parta con el Señor, no tenemos más opción que tomar el camino de la cruz, el camino de la disciplina del Espíritu Santo. La disciplina del Espíritu Santo se hace evidente no sólo en los asuntos pequeños, sino también en los grandes asuntos de nuestra vida. A menudo Dios nos da una “querida” esposa o un “querido” esposo, y a veces no sabemos si deberíamos reír o llorar. En realidad, todo lo que podemos hacer es volvernos al Señor y orarle a Él, porque muchos años pueden pasar, y no seremos arrebatados, y nuestro cónyuge estará sano y vigoroso. Finalmente, tanto el esposo como la esposa vivirán juntos por muchos años. Esto constituye una gran disciplina.

Hubo un gran evangelista británico llamado John Wesley quien vivió en un entorno donde tenía libertad de elegir con quien casarse, y él escogió a su “querida” esposa. Un día Wesley estaba predicando, y muchas personas fueron conmovidas por su mensaje; sin embargo, su esposa vino y les gritó a todas, rogándoles que no oyesen los disparates que él hablaba. La querida esposa de Wesley permaneció igual y nunca cambió; esto fue una gran disciplina para él. Su vida matrimonial fue como una carrera de tres piernas donde hay muchos tropiezos, incluso caerse de espaldas al piso. Éstas son claras indicaciones de la disciplina del Espíritu Santo.

En nuestra vida humana enfrentamos grandes disposiciones disciplinarias que no podemos evitar ni eludir, puesto que no podemos ser arrebatados ni morirnos. Estas son disposiciones severas. Dios nos escogió y nos predestinó antes que naciéramos. Él ordenó todo lo que se relaciona con nosotros. Cometemos miles de errores en nuestra vida, y no somos culpables de esos errores; todo ha sido dispuesto por Dios. En cuanto al matrimonio, podemos rechazar a alguien que vive cerca de nosotros, y también podemos rechazar a alguien con quien estamos familiarizados. Si, al final, elegimos una persona peculiar, sólo nos podemos culpar a nosotros mismos. Aparentemente la culpa es nuestra, pero si Dios no lo hubiera permitido, tan sólo habría tenido que mover Su dedo meñique, y ese matrimonio no habría sido posible. Para que dos personas se casen hay que dar muchos pasos. Así que, aun si no tenemos buen discernimiento y tomamos una decisión equivocada, siempre deberemos admitir que eso tiene que haber sido permitido por Dios, ya que deben suceder muchas cosas para que se lleve a cabo un matrimonio. Si Dios no nos lo permite, no cometeríamos un solo error aun si lo intentásemos. Creo esto de forma absoluta.

Muchas veces deliberadamente queremos hacer algo equivocado, pero Dios no nos lo permite; así que, no podemos cometer un solo error por mucho que lo intentamos. En ocasiones, tememos cometer errores, y tratamos de evitarlos y prevenirlos, pero después que lo intentamos todo, cometemos los errores. En realidad, estos asuntos no están en nuestras manos; el corazón del hombre planea su camino, mas Jehová dirige sus pasos (Pr. 16:9). Podemos elegir una senda diferente, pero Dios mismo dirige nuestros pasos. Nada nos sucede si Dios no lo permite, y nada nos sucede a menos que Dios nos lo haya medido. Las cosas no nos suceden al azar; todo lo que Dios nos ha medido es exactamente correcto. Dios determina que cierta persona sea nuestro cónyuge; esto fue dispuesto por Dios o, como mínimo, lo permitió.

(Conocer la vida y la iglesia, capítulo 7, por Witness Lee)